Julia Sáez-Angulo
02.08.18 .- “Por la bragueta, todo el mundo hace
aguas”, me dio una vez un galerista de arte madrileño. Los escándalos políticos
por el sexo son una costumbre, una constante, que tiene su cristalización
máxima en el caso Profumo de Inglaterra en la segunda mitad del XX. Por el
amor, el sexo o la bragueta se han perdido tronos y gobiernos o se han estado a
punto de perder o incluso se ha renunciado a ellos por ese supuesto amor o sexo.
Una conocida mía que es muy lista
asegura que “los hombres solo piensan de cintura para abajo”, pero no en lo que
estamos pensando sus interlocutoras –el sexo-, sino por los bolsillos. El
braguetazo hace alusión al interés económico más que al sexo. Nada más
apasionante que el oro, si bien las amantes cuestan caras, como decía aquel,
máxime si se las despecha. Véase si no, el caso del hijo mayor de Jordi Pujol.
Las complicidades cama/bolsillo hay que respetarlas con más rigor que los
pactos a lo PNV.
Los hombres en el poder pierden el
principio de realidad y se creen inexpugnables. Los ciudadanos no podemos estar
a merced de caprichos de bragueta y de bolsillo de los mandatarios, debieran de
saberlo antes de subir al estrado y la moqueta estatal u ocupar un cargo que
requiere decoro.
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