Julia Sáez-Angulo
15/08/18 .- MADRID ,- Le gustan los juegos
de palabras y maneja como pocos, de forma oral, los palíndromos, onomatopeyas, aliteraciones, comparaciones,
anáforas, hipérboles, el calambur y otras figuras literarias. Sus ambigüedades de
lenguaje y algunos chistes dejan a ciertos interlocutores desprevenidos, un
tanto perplejos. Domina la segunda acepción del diccionario en las palabras,
que suelen esconder lo contrario de la primera -como “escatológico”-, las
suelta y se queda tan ancho. Coloca epítetos juguetones, a veces pícaros o
perversos, ante los que una concluye, que es un sabio del lenguaje, porque los que
escribimos, sabemos que adjetivar bien es lo más difícil.
Juan Jiménez Gómez (Madrid, 1942) no
estudió Filología Hispánica sino Dibujo y Arte en el Círculo de Bellas Artes de
Madrid, donde acudía a diario, algunos decían que a pintar a la Trini, la
célebre modelo que posaba desnuda como nadie, incluso dormida, -ya se jubiló- y
que el pintor la modeló en su croquis en todas las posturas posibles. Juan
sabía, que cuando la Trini dejaba de posar y bajaba del estrado central era una
mujer corriente, pero cuando posaba se metamorfoseaba en diosa o ninfa según
las miradas de los asistentes.
La vida se la ganó como comerciante
dueño del gran establecimiento Jiménez, donde su hermana Mari Carmen,
sombrerera prodigiosa, y él, junto a
varios dependientes, vendían los mejores mantones de Manila, las mantillas
españolas hechas a mano, las peinetas de concha de toda altura de teja y
modelo, desde la sevillana a la valenciana de las falleras, los abanicos con
toda clase de países exóticos… una gran tiende de toda la vida en la céntrica
calle Preciados de Madrid, que tras la crisis, desapareció.
A simple vista, Juan Jiménez detecta
y califica la calidad y valía de un mantón, una mantilla o una peineta. También
tenían en la parte de atrás un alquiler de smokings y fracs y por ese espacio
han pasado ministros, subsecretarios, directores generales, militares, empresarios o artistas de cine y teatro, a los
que Juan Jiménez calibraba igualmente por su actitud y lenguaje de gestos, que son
más elocuentes que el de la palabra casi siempre maquilladora de los
pensamientos. “El comercio obliga a callar y a observar, es una escuela de
psicología,a nada que uno esté atento”, explica el pintor. Hay barandas que van
con séquito y otros con sencillez van ellos mismos, sin máscara ni estrado
puesto.
Del establecimiento Jiménez vivieron
bien durante seis décadas los dueños y varias familias que trabajaban allí, con
altibajos, ya se sabe, en tiempos de crisis vienen mal dadas para todos. Pero
Juan Jiménez no cejaba en el arte, con sus visitas asiduas para hacer mano en
las sesiones de desnudo del Círculo de Bellas Artes y practicar con el grafito
o el óleo que era su querencia profunda. La cámara fotográfica se incorporó
paulatinamente en su forma de mirar y de hacer, cambiando de modelos a medida
que la técnica los iba mejorando. Ha buscado con ellos la imagen singular y
llevado a cabo el reportaje gráfico de las artes visuales.
Disfruta con un buen vino, y es
capaz de buscarlo y encontrarlo, dentro de un orden, a precio razonable. Ha
sido noctívago y festivo durante mucho tiempo y sus fotos con smoking –no sé si
propio o tomado prestado de su tienda- revelan a un caballero elegante, siempre
con copa en la mano y mirada pícara, cuando no de sátiro. Quedó calvo muy
pronto y se dice que la calvicie es paralela a la potente virilidad. ¡Quien
sabe! Ahora lleva un marcapasos y sus hábitos se han moderado, al lado de otra
artista, Linda de Sousa, una portuguesa/española de la que hablaremos otro día.
En los últimos años Juan Jiménez ha ilustrado
diversos poemarios o libros de narrativa, porque su trazo rápido y condensado
gusta a los autores y editores. Silencioso y observador, se le ve con
frecuencia en las reuniones y exposiciones del Grupo pro Arte y Cultura, PAC,
al que también pertenece. Una buena copa de buen vino no la desdeña, en esto es
como el juglar Gonzalo de Berceo.
Dibujo de Juan Jiménez
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