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Julia
Sáez-Angulo
18/11/18
.- MADRID .- Nada ha ensuciado tanto el nombre de Ciudad Suárez en México, como
el exterminio de 400 mujeres por la conducta libidinosa y repugnante de los
poderosos casi “intocables” y los que cubrían esa ignominia. El Teatro Español
ha puesto en escena Los cuerpos perdidos,
obra de denuncia escrita por José Manuel Mora, dirigida por Carlota Ferrer.
Las
mujeres también tendremos que hacer –como los judíos en Israel- un monumento
listado de “hombres buenos”, varones como el periodista Sergio González Rodríguez que informó con claridad sobre el drama, que nos han defendido en la historia ante
tanta ignominia maculino/machista por tener fragilidad física, frente a ellos
que tienen fuerza física y barbarie en su mente. Junto a este monumento, el libro de los hombres/bestia que la denigraron.
La
obra representada en el Teatro Español, la ha puesto Ferrar en escena con arte; no se ha quedado en el mero teatro
de la palabra, sino que le ha añadido ritmo, música danza, humor, erotismo sin
caer en la tentación de lo grosero o lo soez, pesa a la dureza del tema. Como
mujer no pudo menos que emocionarme ese tema de denuncia ante pajarracos del
país más machita que España, que ya es decir: México, esa es su deshonra, pese
a la gran belleza de su territorio.
La
pederastia ejercida por los poderosos Príapos, incluidos los hombres de Universidad en los
que se supone mayor civilización y menos barbarie, son los protagonistas, junto
a un judicial de esta pieza que encarga el horror de la pederastia infantil y
juvenil que se practicaba como comercio en Ciudad Juárez durante cercanos años
al presente. El horror del capricho y del deseo no domeñado, la bestia que se
regodea y refocila en su insensibilidad frente a la tortura y el dolor; poderosos siempre en busca de un chivo expiatorio; la policía
inútil o más bien compinchada. Curiosamente dos homosexuales implicados en ese exterminio de féminas en la obra teatral.
Todo
hombre dará cuenta por cada lágrima de mujer vertida por su bestialidad, dice
el Antiguo Testamento o un dicho judío; todo hombre es nacido de mujer, pero hay
indiferentes ante las que no llevan su propia sangre. “Los cuerpos perdidos” es
una obra literaria hermosa en su dureza y crueldad por el tema, resuelto por
elevación y con la catarsis del arte. Solo drama hubiera acogotado al
espectador; con toda la parafernalia de la puesta en escena se hace más
llevadero.
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