Víctor Morales Lezcano
Introducción
I. Cuando llega la hora del recuerdo
II. El camino de Francia. La frontera. El Midi.
Aix-en-Provence
III. Córcega. Recuerdos de mayo de 1999
IV. Evocación de Capri: el paraíso reencontrado
V. Tres autoexilios insulares
VI. De navegación por el Mediterráneo oriental
VII. El Monasterio de Yuste y su entorno
VIII. El Hierro: merodeando por un finisterre perdido
Anexo. Viñetas de Londres
I. Greenwich
II. Los museos: Imperial War Museum
III. Los parques
INTRODUCCIÓN
Estas páginas fueron precedidas, en su origen, por otras cuantas consagradas al escritor Benito Pérez Galdós (1843-1920). Transcurría el mes de agosto de 2019, cuando paseaba por la vera de la ría de Santander y vine a darme cuenta de que pronto se cumpliría el centenario de la muerte del afamado novelista canario, algo más que novelista si se considera con justicia la opera omnia de Pérez Galdós. A partir de entonces, me he consagrado, en las horas disponibles que regala la jubilación, a considerar por algún tiempo mi entrega a la vida y obra de don Benito.
Como los textos que salen de la pluma, o del teclado, de un escribidor deben ser “manoseados” en el camino (inalcanzable) de la perfección que emprendemos los autores, he invertido cinco meses hasta entregar el manuscrito final a un editor.
Cuando me disponía a reemprender el ritmo de mi vida cotidiana, saltó a los titulares, en los últimos días de febrero de 2020, el gran azote del siglo XXI. Según cuentan en respetables medios, que tanto nos acosan actualmente, se trataba de la existencia invisible de un poderoso coronavirus que había empezado a instalarse en Europa, eligiendo a los habitantes de algunos países occidentales del Viejo Mundo como centro de su agresividad, especialmente Italia y España. El cortocircuito de la inoportuna y despiadada pandemia vino a interrumpir mis empeños.
Con frecuencia ocurre en la vida lo inesperado en un santiamén. Es decir, que desbarata las esperanzas, los cálculos y las expectativas de futuro de los humanos. A lo que vengo a parar, finalmente, es a recordar que, en los meses de marzo y abril (¡oh, primavera!, en confinamiento por el virus de marras y los estragos que está causando), me he sentido movido por una antigua intención que habitaba en mi interior, en lontananza, y vagamente dibujada, cual era la de aplicarme a redactar estas cuartillas, por las que el lector podrá deslizar su mirada con interés o, incluso, con indiferencia o displicencia. Pero a lo que iba desde el principio es a la advertencia de que se trata de unas páginas inspiradas por el pasado, aunque redivivas durante el transcurso de unos meses de confinamiento obligatorio, según el Diktat de las autoridades políticas y sanitarias del país para combatir con la técnica del aislamiento interpersonal y público los efectos malignos del virus de marras. Me he encerrado en mi escritorio, mientras tanto, pero entregado a redactar los recuerdos que siguen. Todos ellos han sido evocados al filo de un leit-motiv muy estimulante como es el tema del viaje al exterior, o el aterrizaje silencioso, de todos los Homeros y Joyces que ha habido y habrá en los anales literarios.
El resultado final de esta escapatoria, en la hora presente, se ha materializado en las páginas que siguen. Que conste al final de esta introducción a su lectura que todas estas van dedicadas a mi bisabuelo, Francisco Lezcano Comendador (1850-1932)[1], que no conocí, por haber nacido yo algunos años poco después de que emprendiera su sueño eterno, aunque poseo testimonios familiares del peso que tuvo sobre su descendencia. Y también van dedicadas a Carmen Lezcano García, la consulesa inolvidable de nuestra familia Lezcano en Las Palmas de Gran Canaria; y a no pocos primos, sobrinos y amigos dilectos (José Varela Ortega, Fernando Canellada, José Antonio González Alcantud, Hipólito de la Torre, Alicia Alted, y Mohamed Chouirdi (entre algunos otros), dispersos por varias latitudes.
[1] Véase el artículo mío en La Provincia (8 de enero de 2020) sobre Francisco Lezcano Comendador. También se encuentran referencias a mi bisabuelo en algún poema de Pedro Lezcano Montalvo, y en forma de relato en prosa por parte de su hermano Ricardo.
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