Ceibo en el Yacht Club Argentino
Julia Sáez-Angulo
Fotos: Adriana Zapisek
9/1/22.- Buenos Aires es la ciudad de las mil y una estatuas y los cien mil árboles. A falta de instituciones culturales abiertas, cerradas -hoy por la pandemia- o restringidas a citas previas aplazadas, solo quedan los largos paseos por las largas distancias de esta ciudad con amplios parques de arboledas, trufados de sucesivas estatuas, en su mayor parte donadas por distintas instituciones. Ciertamente Buenos Aires, B.A. es un museo a cielo abierto tanto de arquitectura como de escultura. Los paseos, mejor en la mañana para evitar los calores de un tórrido verano, que no se alivia en las noches.
Los grandes edificios o terrazas al aire libre en plazas y veredas, están muy protegidos por puntas de “balas de cañón” en hierro, para evitar atentados terroristas, como los llevados a cabo contra la Embajada de Israel y la Asociación Mutual Israelita Argentina, A.M.I.A, institución de cultura y divulgación de la colectividad judía en Argentina, la más numerosa y activa en Hispanoamérica. Ambas sedes sufrieron sendos atentados islamistas en los 90, por medio de vehículos con explosivos, y resultado de decenas de víctimas, muertos y heridos, propios y cercanos.
El Palacio de Aguas Corrientes (1927), que hoy alberga el Museo del Agua y oficinas, es un edificio notable de Buenos Aires. Construido a final del XIX para alojar los tanques de suministro de agua corriente para la ciudad, su arquitecto fue el noruego Olaf Boye, que lo llevó a cabo son suntuosos materiales importados. Se encuentra en el barrio de Balbanera, el Once, y las cámaras de turistas y visitantes se posan en él.
No lejos del Museo de Bellas Artes, una conmovedora escultura mitológica de “Centauro herido”, por el escultor francés Antoine Bourdelle (1861-1929), que ha dejado numerosa obra en este país del cono sur. El escultor la tituló, según figura en la misma obra como “La muerte del último centauro”, referido a Quirón, preceptor de Aquiles, herido por una flecha envenenada de Hércules. Obra en bronce, oxidado en verde, cercana al barrio de La Recoleta. El tema del centauro fue también de interés para Picasso.
Casi al lado, la escultura de mármol blanco de Julio Le Parc (1928), “Hacia la luz". En 2019, el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires le dedicó una amplia muestra monográfica al artista argentino que reside en París desde 1958. En 2016 Le Parc oficializó la donación de la obra “Esfera azul” al Centro Cultural Kirchner.
Una de las estatuas más emotivas de B.A. la de Raoul Wallemberg (1912- 1947), un “héroe sin tumba”. Diplomático sueco salvó a numerosos judíos en Budapest, fue detenido por los nazis y al final de la guerra por los soviéticos. Nunca se supo dónde y como murió. La colectividad judía, poderosa en Argentina, creó una Fundación internacional con su nombre y llevó a cabo una buena escultura en el parque no lejos del Museo de Bellas Artes.
Los arbustos gigantes y árboles, en buena parte centenarios y umbrosos, son las mejores esculturas vivas de B.A. Los troncos retorcidos y horadados o las raíces de muchos de ellos asoman a la superficie como si fueran amenazantes colas de dragón, sus oquedades invitan a pensar en gnomos, sílfides y ninfas del bosque. Verdadero venero para los escritores de literatura infantil.
Árboles habituales son las tipas, gomeros, ombúes, araucarias, sauces, palmeras canadienses y australianas, eucaliptus, alcanfores, ficus arborizados… Cabe destacar el gomero de La Recoleta, el barrio de pasado patricio, con mansiones al estilo francés, muchas de ellas reconvertidas en hoteles o embajadas.
El gomero de La Recoleta es un espectáculo de visitantes y gozo para los niños. Sus ramas de más de 30 metros de largo se desparraman en el aire y, para evitar su caída, se le han colocado tutores, rodrigones y un titán que las sostienen, creando cierta perplejidad por lo inusual de la vista. Se le tiene cariño entre los porteños por ser el árbol más viejo de la ciudad. Otros árboles gigantescos de interés se encuentran en el cercano Palais de Glace. La historia dice que, a finales del XVIII, el gomero lo trajo de la India fray Francisco de Altolaguirre. El nombre de La Recoleta se debe a los frailes recoletos que habitaban esta parte de la ciudad. No lejos del gomero se encuentra el célebre café La Biela con las figuras de Borges y Bioy en bronce.
En cuanto a las aves, no faltan las verdosas cotorras argentinas con sus graznidos duros, depredadoras de los gorriones, así como los horneros y los abundantes pichones negros, algo siniestros, que se acercan a calles y plazas.
Y para cuando uno se sienta cansado, están los 84 bancos de hormigón diseñados por el Grupo Bondi, con una apariencia de muebles acolchados y abandonados en las aceras. Invitan al tacto para comprobar si el capitoné es verdadero o falso, pues muestran bullones que son trampantojo. Algunos, si están sucios, parecen mobiliario arrumbado en la calle. Una vez comprobado que son duros de cemento, el viandante se sienta sobre ellos y comprueba que no son precisamente mullidos ni cómodos, son simplemente originales. El diseño sorpresivo o extravagante reina en nuestros días.
Los paseantes de perros, con diez o doce ejemplares en la manada -ocho son los permitidos por la normativa- forman parte del paisaje urbano de Buenos Aires.
Hablando de ciudades Borge dice: "...En cuanto a Buenos Aires, la quiero mucho, pero bien puede tratarse de un viejo hábito".
*Mañana última Crónica Argentina XXX.
Ceibo en flor
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