Julia Sáez-Angulo
Fotos: Mercedes Marcos
15/8/22.- El Escorial.- Dice que ha visitado El Escorial más de diez veces desde que a los 16 años hizo el “Viaje por Europa”, como corresponde a toda americana que se precie. Ana Queral, Doctora en Medicina y pintora, que reside actualmente en España desde hace más de dos décadas, ha venido esta vez acompañada de una compatriota mexicana, Carolina Rivera, profesora de Literatura. Ambas estudiaron juntas desde el colegio de monjas hasta en la Universidad Nacional de México. “Cuando llegan mis amigas americanas las traigo a visitar El Escorial. Recientemente estuvo también en casa otra mexicana, Linda Dabdoud, arqueóloga, que hizo prácticas en España. El pasado año me alojé en una hípica, a las afueras de El Escorial, esta vez he variado al centro de San Lorenzo".
“Me gusta El Escorial en verano, por su naturaleza, sus árboles, sus sombras, sus verdes tentadores para la pintura… además del Real Monasterio, que encierra una buena síntesis de la historia de España, sobre todo, de la batalla de San Quintín”, declara Ana Queral, después de haber visitado la exposición con el hermanamiento de ambos municipios: San Lorenzo de El Escorial y la localidad francesa de San Quintín. Exposición en la calle Floridablanca, cercana al Hotel donde se aloja.
A su llegada, las dos mexicanas se apuntaron a la Silla de Felipe II y allí nos hicimos fotos en aquel paraje pétreo del neolítico, donde posaba el monarca del XVI para contemplar la marcha de las obras del Real Monasterio. En este lugar tomamos una hamburguesa, por el buen recuerdo que le dejó a la pintora en el viaje anterior, saboreada en ese lugar. Somos sabedoras de las buenas carnes vacunas que vienen de las dehesas escurialenses o de la fronteriza Ávila.
Después, fuimos a visitar el Real Monasterio, donde sabíamos que nos esperaban largos corredores, numerosos patios y profundas escaleras para agotarnos, pero visitamos todo: monasterio, palacios de los Austria y los Borbones, Panteón Real, museos, Sala de Batallas, Basílica…En la Real Biblioteca, Carolina admira la esfera armilar, Ana Queral las pinturas de los frescos de Pellegrino Tibaldi y su colaborador Bartolomé Carducho, que soñaban con otra Capilla Sixtina en la bóveda. Todos los temas, ideados por Juan de Herrera y Fray José de Sigüenza aluden a la búsqueda del conocimiento: Edipo y la Esfinge; Salomón respondiendo a las cuestiones de la Reina de Saba… Pitágoras, Sócrates, Platón y otros filósofos figuran en los frescos, junto a Padres y Doctores de la Iglesia.
Los libros que se muestran en los anaqueles son bellos facsímiles, pues los auténticos están en la sala de investigadores, una puerta cerrada al público general. Carolina no quiere perderse la visita al Panteón Real, pese a los numerosos tramos de bajada de escaleras que nos esperan. Sin escaqueo posible, la seguimos. Primero los espacios de los panteones de Infantes, transierunt omnia illa tamquam umbra, “pasaron como sombras”. Una reverencia ante la tumba de la Infanta María Teresa de Borbón, hermana de Alfonso XIII, dos veces Princesa de Asturias, pero el Gobierno cicatero, le negó un entierro de Estado. Fue la fundadora de la Real Corte de Honor de Santa María de la Almudena, de ahí mi consideración.
Llegamos al fin al Panteón de Reyes, una estancia ochavada donde los visitantes no guardan el silencio requerido. Hay un sepulcro con el nombre de la reina Ana Regina. Ana Queral dice que era el nombre que su esposo, el periodista Regino Redondo, director del “Excelsior” de México, quería para una hija que nunca tuvieron. Al salir, converso con un “enterado” ocasional. Me cuenta que el Panteón Real no pertenece a Patrimonio Nacional, sino privativamente a la Corona. Es el Rey Don Felipe VI, quien toma las decisiones sobre él. Los dos sepulcros sin nombre son para Don Juan de Borbón y Doña María, padres del rey emérito Don Juan Carlos, cuyos cuerpos reposan ahora en el pudridero. ¿Y después de ellos?, me atrevo a preguntar. Mi ocasional garganta profunda se encoge de hombros. La reina Victoria de Battemberg estuvo 40 años desde que la trajeron de Suiza, añade sin más.
En la Real Basílica oímos misa y pasamos a la sacristía donde Fray José nos explicó el cuadro de “La Sagrada Forma” (1690), tres por cinco metros, obra maestra de Claudio Coello sobre el desagravio del sacrilegio eucarístico, que llevaron a cabo algunos nobles como el Duque de Alba que entraron a caballo en la Basílica. Cuadro apoteosis del barroco madrileño, con su juego de espejos en la propia sacristía que representa.
La continua visión de la parrilla como símbolo de San Lorenzo y del monasterio Laurentino, en muros, soportes o papeleras de hierro, llama la atención de Carolina. Hablamos del tormento del fuego sobre el mártir y la Doctora Ana Queral -titulada en Odontología- se pregunta en voz alta sobre el sufrimiento prolongado de aquella tortura sobre el santo. Ella reflexiona y estima que, “pasados los primeros momentos de terrible dolor, quizás las dendritas se despegan y ya el dolor no es tan intenso. “Seguramente, por ello, el santo fue capaz de pedir con humor a sus verdugos que lo voltearan…No he hecho estudios al respecto. Lo mío es una consideración de causa/efecto”, añade.
Dos Pabellones de Caza para el Príncipe Carlos IV y el Infante Don Gabriel
Al día siguiente, fiesta de la Asunción, visitamos la Casita del Infante Don Gabriel y la Casita del Príncipe Don Carlos IV o, más bien sus hermosos jardines donde figuran diversos árboles, clasificados de interés por la Comunidad de Madrid, desde un soberbio cedro del Líbano o cedro de Salomón en el primer pabellón de caza en San Lorenzo, hasta las sequoias impresionantes de la Casita en El Escorial de abajo. Las vistas del Real Monasterio desde arriba invitan a la foto. Ana Queral lamenta de que algunos árboles hayan crecido tanto que impidan verlo desde ciertos puntos. “Es conveniente diseñar una buena arquitectura paisajística para ver el Real Monasterio desde todos los puntos. El Monasterio es el punto de referencia del Real Sitio”, apunta. Esto me recuerda, que, en Normandía, por normativa promulgada, se puede exigir al vecino podar los árboles, si le impiden ver el Mont Saint Michel.
El paseo por los estanques de nenúfares y por los setos de boj lleva a hablar de jardinería. “Disfruto todas las plantas como presencia de Dios creador”, confiesa Ana Queral, que revela su lado ascético/místico y recuerda las plantas que cuida en su jardín: adelfas, siemprevivas, granados, ciruelos, un plátano de paseo, lailandis, camelias y muchos lirios que surgen como setas… “algunas plantas quedaron destrozadas con el pasado temporal de nieve, la Filomena, pero fue cuestión de esperar y se rehicieron”.
Ana Queral es la autora del Centro de Interpretación de “Las Moradas” de Santa Teresa, en el Carmelo de Villanueva de la Jara (Cuenca). Una secuencia de siete estancias que recrean de modo plástico, artístico, el libro de la santa reformadora abulense. “Los libros que más me han influido a lo largo de mi existencia -confiesa Ana- han sido: el Quijote de Miguel de Cervantes, para vivir con sabiduría; “Las Moradas” de Santa Teresa, para vivir con espiritualidad y “Alicia en el País de las Maravillas”, de Lewis Carrol para homenajear a los niños”. La artista visual ha creado una hermosa instalación sobre Alicia, que expone de vez en cuando en distintos centros culturales.
Las dos mexicanas han regresado a Alarpardo, pueblo madrileño en el que ahora reside Ana Queral. Un pueblo, donde cuenta con una amplia casa/estudio con jardín y taller, municipio donde el Ayuntamiento, atento a los artistas del lugar, ha adquirido dos cuadros de Queral para el Salón de plenos, uno de ellos titulado “Las dos Españas” (120 x 100 cm), que representa una herida en medio de una bandera, cosida con hilo de piel.
Ana Queral está segura de que no tardará en volver a El Escorial.
Julia Sáez-Angulo, Carolina Rivera y Ana Queral
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