Sí, es más bella la obra trabajada con formas más rebeldes, como el verso, o el ónice o el mármol o el esmalte. ¡Huyamos de postizas sujeciones! Pero acuérdate, oh Musa, de calzar, un estrecho coturno que te apriete. Rehúye siempre cualquier ritmo cómodo como un zapato demasiado grande en el que todo pie puede meterse. Y tú, escultor, rechaza la blandura del barro al que el pulgar puede dar forma, mientras la inspiración flota lejana; es mejor que te midas con carrara o con el paros * duro y exigente, que custodian los más puros contornos; o pídele quizá a Siracusa su bronce en que resalta firmemente el rasgo más altivo y delicioso; con la delicadeza de tu mano descubre dibujando en una veta de ágata el perfil del dios Apolo. Huye, pintor, de la acuarela y fija el color demasiado desvaído en el horno de los esmaltadores. Haz que sean azules las sirenas y retuerzan de cien modos distintos los heráldicos monstruos sus figuras; en el lóbulo triple de su nimbo, la Virgen con el Niño, en cuya mano hay la esfera con una cruz encima. Todo pasa. Tan sólo el arte fuerte posee la eternidad. Únicamente el busto sobrevive a la ciudad. Y la moneda rústica y austera que un labriego ha encontrado bajo tierra, recuerda que existió un emperador. Hasta los mismos dioses al fin mueren. Mas los versos perfectos permanecen y duran más que imágenes de bronce. Artista, esculpe, lima o bien cincela; que se selle tu sueño fluctuante en el bloque que opone resistencia. |
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