L.M.A.
Con una
conferencia sobre "Las Novelas Ejemplares de Cervantes en su IV
centenario", el escritor y crítico literario José López Martínez ha
inaugurado el curso en la
Asociación de Escritores y Artistas Españoles, entidad de la
que a su vez es director general. Fue
presentado por el poeta y académico Juan Van-Halen, presidente de la mencionada
Asociación. Ha sido una conferencia muy documentada y llena de matices
críticos, propia de un autor con más de media docena de libros dedicados al
tema cervantino. Dijo, entre otras cosas:
Su edad, de casi
sesenta años, clara vejez física en aquel tiempo, su mermada salud,
consecuencia, en buena parte, de tantas adversidades como se le echaron encima,
llevan a Miguel de Cervantes a ir perfilando su obra y su vida con una clara
conciencia de que está enfrentándose a
su tiempo final. Él sabe que llega un momento en que comprendemos que el futuro
se va difuminando, haciendo que vaya anocheciendo en nuestras propias
ilusiones. Se ha dicho que la madurez humana es el otoño de las
reconciliaciones, que quien no sabe reconciliarse de viejo es como un árbol que
no supiera dar frutos en otoño. Y Cervantes se aplica estas teorías; le urge
dar a su obra un punto de coherencia, de sello personal, ya diseñados en la
primera parte del Quijote, mucho más cuando Avellaneda se atreve a invadir los
mundos literarios de su imaginación y su talento.
Cierto que las
Novelas Ejemplares no despertaron el interés que produjo el Quijote, porque el
Quijote es la más alta ocasión de la literatura española. Pero las Novelas
Ejemplres también armaron un gran revuelo, comenzando por la hondura y
honestidad que Cervantes imprime al prólogo y a otras advertencias preliminares.
Cervantes nunca escribió nada que se contradijera con su pensamiento, con su
manera en entender la realidad humana. "Las esperanzas dudosas han de
hacer a lo hombres atrevidos, pero no temerarios", nos dirá en el capítulo sesenta y tres de la segunda
parte del Quijote.
Incluso en este
prólogo de las Novelas Ejemplares nos ofrecerá el apunte de su propio retrato,
mucho más real que el que le hizo Juan de Jauregui por encargo de la Real Academia Española:
"Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y
desembarazada, de ojos alegres, y de nariz curva, aunque bien proporcionada,
las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes
grande, la bocapequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis y
esos mal acondicionados los unos con los otros, el cuerpo entre dos extremos,
ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de
espaldas y no muy ligero de pies: este digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijotes
de la Mancha ,
y del que hizo El Viaje del Parnaso a imitación de César Caporal Perusino,
obras que andan por así descarriadas y quizá sin el nombre de su dueño; llámase
comunmente Miguel de Cervantes Saavedra".
Efectivamente,
nos hallamos ante una páginas que nos hacen pensar lo mucho que Cervantes
meditaba todo aquello que escribía, teniendo en cuenta que la inquisición se
hallaba en uno de sus momentos de mayor rigidez, y dirigiéndose al lector le
advierte que estas novelas no tienen pies ni cabeza, ni entrañas ni cosas que
les parezca. "Quiero decir", escribe, "que los requiebros
amorosos que en algunas hallarás son tan honestos y tan medidos con la razón y
discurso cristiano, que no podrá mover a mal pensamiento al cuidadoso o descuidado
que las leyere. Heles dado del nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay
ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso; y si no fuera por no
alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría
sacar, así de todas juntas, como de cadauna de por sí. Mi intención ha sido
poner en la plaza de la república una mesa de trucos, donde cada pueda llegar a
entretenerse sin daño del cuerpo ni del alma".
Valladolid,
Esquivias, Madrid. Había comenzado el siglo XVII y Cervantes tenía conciencia
de que había llegado el momento de tomar determinaciones. Regresa a Madrid y
comprende que su camino legítimo, definitivo, va a ser el de la literatura.
Sabemos que a partir de 1609 residirá la calle de Atocha, en esa zona que
ahorallamamos "Barrio de las Letras", cerca de la librería de Robles
y de la imprenta de Juan de la
Cuesta , lugares en los que solían reunirse los escritores y
empresarios teatrales, incluso los actores que formaban parte de las
principales compañías. Porque el autor del Quijote sentía una profunda vocación
teatral. Y un reconocimiento. Por cada una de sus comedias recibía una cantidad de dinero igual a la que cobraba
Lope de Vega, es decir, 50 ducados. Pero la competencia y, sobre todo, los favoritismos
fueron demoledores.
Cervantes, al
publicar estas doce novelas nos hace figurar cómo ni cuando las fue escribiendo, es decir, su orden
cronológico, aunque contamos con claras referencias de que empezó a escribirlas
en 1590. Comienza con La
Gitanilla y termina con El coloquio de los perros. ¿A una por
año?, cabe preguntarse. Se trata de novelas
de porte muy diferente, aunque podríamos agruparlas en dos grandes
bloques: las que tienen por argumento enredos de faldas, encuentros,
desencuentros y sorpresas finales, un poco al gusto de aquellos públicos, y las
de naturaleza realista, las italianizantes y las españolas, en la línea de La Celestina y El Lazarillo
de Tormes. Incluso las hay, como ha señalado Andrés Trapiello, "que no
parecen, en corto, sino un ensayo general de Los trabajos de Persiles y
Segismunda, novelas de las llamadas bizantinas.
Las Novelas
Ejemplares, insiste José López Martínez, suponen toda una literatura, una pugna
contra el esfuerzo creativo, con la capacidad sobrecogedora de la imaginación,
con los apuros económicos de Cervantes. También, como siglos después escribiría
Pío Baroja, las convierte en un saco donde cabe todo, donde los más diversos
géneros literarios tienen su asiento y habitación, dicho, faltaría más, al puro
estilo cervantino. El ingenio y su preceptiva, envueltos en la mejor literatura
dan consistencia y autoridad a buena parte de estas novelas; las otras parecen
tomadas del natural, como una figuración siempre atacada por los valores
poéticos. Cierto que no siempre son los argumentos el principal aliento de la
narración. Hay otras muchas cosas que las acercan, como sucedía en su teatro, a
la narrativa moderna. De ahí que novelistas de la talla de Carlos Fuentes o
Camilo José Cela hayan sido tan admiradores de Cervantes.
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