04.11.13.- Madrid .- El
profesor Matías Díaz Padrón (El Hierro, Canarias, 1934) ha pronunciado una
conferencia en Canarias, su tierra natal, después de su investigación sobre la
carta que sostiene el papa Inocencio X en sus manos:
“No sabemos por qué Velázquez pintó
el retrato de Inocencio X, ni por qué el pontífice posó ante Velázquez. Es una
pregunta que se hizo Carl Justi en el siglo pasado y José López Rey
recientemente. Es desde entonces un enigma sin respuesta. Una interrogante que
no se ha dejado de hacer. Y la respuesta para nosotros desde Canarias una
sorpresa a un agradecimiento del pintor al papa con lazos decisivos como
sorprendentes del Obispado de Las Palmas de Gran Canaria.
Hace unos años, con ocasión a la exposición del
retrato en el museo del Prado (1996), Trinidad de Antonio, conservadora jefe de
pintura española, se hizo la misma pregunta en un documentado estudio del
cuadro, con precisión sobre las circunstancias que facilitaron que este retrato
se llevara a efecto.
Su respuesta es otra más del rosario de hipótesis
que ahora resumo escalonadamente, esperando despejar un misterio que, de hecho, no lo es desde hace
escaso tiempo, quizás por su publicación en compendios ajenos al arte. Si esto
es interesante, no lo es menos la vinculación de la respuesta con la vida de
nuestros protagonistas y con el Obispado de las Islas Canarias, entonces de las
colonias más lejanas del Imperio Español.
Un
retrato que nos observa
El retrato del pontífice nos observa. Esto obliga a
un “in passe” para decir algo sobre él. Estamos en los años de 1649-1651 y
cuando Velázquez reside en Roma. Su fama fue reconocida en la Ciudad Eterna, y
para Antonio Palomino, es el mejor retrato de los pintados en aquel viaje. La
incisiva mirada de este rostro rudo, frío y distante es inolvidable. Es
biografía desnuda del personaje. Mira de frente. Difícilmente puede soportarse
la fuerza de sus ojos grises. Desconcierta y pasamos de ser críticos activos a
víctimas de una implacable observación. Es difícil resistir a la fascinación de
esta mirada. Estamos ante un papa que “quiere retener a quien está ante él”.
Velázquez transmitió la realidad física y moral de Inocencio X: su poder
temporal más allá de su misión en la tierra. Esto define el contenido del
retrato al tiempo que la ejecución plasma los esfuerzos del pintor a través de
la lenta conquista del color conjunto y la técnica discontinua. Transmite la
visión espectral de un rostro ungido de la luz tenue del interior.
Los perfiles se funden en ósmosis. Un rostro sin
sombras entre los rojos y blancos irisados armonizando las carnaciones. La
uniformidad tonal se impone. Los ojos insisten intimidando.
Hoy comprendemos los juicios de Hipólito Taine al
decir: “este retrato es imposible de olvidar”. A todos los que lo miran deja
una impresión estremecedora. Su realismo extremo alcanza a lograr fingir el
sudor del rostro que delata la fecha estival de su ejecución.
Del motivo del retrato las fuentes más antiguas
aventuran dos hipótesis. Lázaro Díaz del Valle, amigo del pintor, dice que para
traerlo al rey; Antonio Palomino algunas décadas después dice: “cuando se
terminó” sin más. En fechas recientes, José Camón Aznar piensa que se lo
encargó a Velázquez directamente el papa, y Jonathan Brown, que Velázquez se
ofreció para conseguir ayuda en su misión. Trinidad de Antonio ve la ambición
de Velázquez por ampliar su “curriculum”. Se piensa en la intervención de
personalidades amigos de Velázquez y allegados a Inocencio X como Monseñor
Camillo Massimi y el Cardenal Camillo Astalli. Martínez de la Peña propuso
además la intervención de Monseñor Giovanni, amigo del conde Oñate, que
facilitó a Velázquez la entrada en los jardines del Vaticano.
Estas hipótesis están potenciadas por la suposición
que ve en el pintor del rey un ambicioso cortesano. Velázquez no era muy
conocido en Roma, y el papa no es gran conocedor de pintura, sí de los libros.
Yo pienso que la iniciativa del retrato fue del
pintor. Pero lejos del ánimo mezquino que apuntan algunos estudiosos,
condicionados por las tesis de Ortega y J. Brown, que ven un pintor al que no
le gusta pintar y un cortesano acomodaticio. Trinidad de Antonio añade: “fue
para conseguir honores deseados por él y conseguir el favor papal”. Parece no
importa la pintura, si no conseguir mercedes: un Velázquez interesado en elevar
su condición social. Esto se escribe en 1996.
De hecho, se ignoran noticias de una década antes.
Es una comunicación de Quintín Aldea dedicada a M. Batllori, años antes de los
juicios de J. Brown y catálogo del Museo del Prado dedicado al retrato. Aquí
revela una realidad que llena este vacío de la vida del pintor: un pintor de
fino espíritu, discreto y silencioso. El retrato fue “el pago de una deuda” de
un hombre de honor. En este extremo de ideas y hechos está implicado el
Obispado de Las Palmas de Gran Canaria. Veamos por partes.
Respuesta
en un Memorial de Velázquez
La respuesta está en un memorial que dirigió
Velázquez en 1626 al nuncio de Su Santidad en Madrid, la petición que sigue:
“Excmo. Y Rvdmo. Señor: Diego Velázquez, pintor de
Su Majestad, dice que, atento a que es pobre y tiene mujer e hijos. Su Majestad
le ha hecho merced de darle trescientos ducados de pensión cada año en moneda
de Castilla sobre beneficios eclesiásticos u obispados, y siendo, como es
casado no lo puede gozar sin particular dispensación para ello de Su Majestad”:
“A Vª Sª Ilma. Suplica, pues tiene en esta parte sus
veces, le hago merced dispensar con él, atento que no tiene hijo varón en
cabeza de ganar pueda poner la dicha pensión, que esto menos han hecho los
Pontífices de beata memoria que han pasado, con otros muchos que, siendo
casados, gozan hoy pensiones eclesiásticas, que en ello recibieron merced de la
mano de Vª Sª Ilma”. En el reverso está la firma de mano de Velázquez: “Pintor
de Su Majestad”.
La carta la firman Velázquez y Pamphili, la envían
desde Madrid al Secretario de Estado del Vaticano el 11 de octubre de 1626.
Debemos recordar que esto de “pobre” es algo burocrático de la época. También
es importante recordar la fecha de 1626, dos años antes de pintar Los Borrachos. Adjunta a la carta va una
nota con una recomendación del Conde Duque de Olivares. Pero lo más interesante
de esto es que la pensión le va a ser pagada a Velázquez por el Obispado de
Canarias.
El nuncio Pamphili que hace esta gestión, será
aclamado papa con el nombre de Inocencio X. Esto revela el motivo del retrato y
dice mucho de la personalidad del pintor del rey, tan controvertida para
quienes alcanzan a ver el valor del silencio del hidalgo de España, donde la
gratitud es signo del honor.
Velázquez, como se desprende de la dedicatoria y
firma que lleva el Pontífice en la mano, pagó la deuda a su benefactor al
llegar a Roma. Esto explica su negativa contumaz a aceptar dinero por el
retrato. El papa le regaló una cadena de oro con su efigie. Velázquez la
conservó hasta su muerte pues consta en su testamento.
No hay duda que el retrato del papa fue personal,
pues no pasó a las colecciones oficiales del Vaticano. Inocencio X lo donó a su
sobrino y está hoy en el palacio Doria Pamphili.
Debo advertir a quienes no están familiarizados con
la moneda en el siglo XVII que 300 ducados es una cifra mas que estimable, son
284 maravedíes diarios, cuando una libra de carne valía 8 maravedíes. Esto,
fuera de su sueldo y encargos, da idea de la holgura económica que gozó el
pintor contra los tópicos generalizados. Velázquez lo cobró sin interrupción
desde 1627 hasta su muerte: unos treinta y tres años.
Con sobradas razones, mi profesor y amigo, don
Joaquín Pérez Villanueva, escribió que los canarios contribuyeron así al
bienestar de Velázquez. Podría añadir que sin esta generosa pensión del
Obispado de Canarias, este retrato no existiría.
Pienso a mis adentros que no sería nada difícil que
los Pamphili correspondieran con Canarias prestando este retrato por un tiempo
razonable, como lo hizo al Museo del Prado hace unos años sin las poderosas
razones que hemos esgrimido en el transcurso de estas páginas. A este Obispado
de Canarias debe Velázquez mucho de su bienestar y que el palacio Doria posea
en sus salones el retrato más bello del barroco europeo”.
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