domingo, 13 de diciembre de 2015

“Danzad malditos” dirigida por Alberto Velasco en la Sala Max Aub, nihilismo puro








Julia Sáez-Angulo

          La versión teatral de Danzad malditos, de Félix Estaire dirigida por Alberto Velasco se ha representado en la Sala Max Aub de Matadero Madrid, dependiente del Teatro Español. Una libre adaptación de la película Dandaz , danzad, malditos de Sidney Pollack en 1969, con Jane Fonda como protagonista destacada.

         En el reparto: Guillermo Barrientos, Carmen del Conte, Karmen Garay, José Luis Ferrer, Rubén Frías, Ignacio Mateos, Nuria López, Sara Párbole, Txabi Pérez, Sam Slade, Ana Telenti y Rulo Pardo.

         El paralelismo de la película de Polack y esta versión teatral es la crisis económica, el deseo de premio, de ganar a costa de la propia destrucción, de perseguir los sueños y pasar por el cadáver de los otros como bien señala físicamente la versión del Teatro Español en las Naves de Matadero… Un homenaje a los perdedores, reza el folleto explicativo para los espectadores…

         Todas las posibilidades de perder están en los personajes, desde el primer excluido, hasta el arrebatado que no sabe aceptar la derrota y se lanza en imprecaciones contra el director obeso y su detestable teatro actual, aplaudido por los espectadores

         ¿Dónde está la iluminación en esta obra? La chispa de  conocimiento sereno que arranque una esperanza al hombre. No se atisba; no interesa; no se lleva. El nihilismo, que es la tónica de occidente es el marchamo. Moraleja sin luz. La no moraleja que diría la Alicia de Carroll

         La puesta en escena de Danzad malditos es tierra, barro que al final embadurna a los que quedan, tras el aparente alivio del agua por el domador de caballos que dirige la cuadra de danzantes con un látigo y descarga la sucesiva responsabilidad de la elección descalificadora en los propios participantes y hasta en el público.

         La cantante misteriosa trae a la memoria a Wagner como música de fondo para los nazis en los campos de concentración, mientras los cuerpos de los judíos ardían en los hornos crematorios.

         Las canciones dramáticas de Edith Piaf una perdedora/ ganadora de los bajos fondos parisinos pone ritmo rodante a los que bailaban. Su hermosa voz de erres arrastradas era la belleza onírica al lado del patetismo estético de los danzantes.

         El texto habla de la muerte como acicate de la vida, de la imposibilidad de volver a soñar lo soñado, de la muerte como liberación. Ciertamente la vida es lucha y milicia, mientras que el final iguala a todos. La supervivencia del más fuerte se impone, puro Darwin. Sólo cabe esperar la compasión de la filosofía oriental o la misericordia cristiana –también oriental a la postre- para hacer más llevadero el pasaje. Lo demás es puro canto en los dientes. La iluminación no resulta teatral para la elección dramática de nuestros días.

        

        



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