domingo, 6 de marzo de 2016

“Celestineando”. Dibujos de Juan Jiménez en el Museo de la Celestina en La Puebla de Montalbán




Juan Jiménez



Julia Sáez-Angulo


         El pintor Juan Jiménez ha presentado una veintena de dibujos de mediano y gran formato, bajo el título Celestineando en la sala Melibea del Museo de La Celestina en la localidad histórica toledana La Puebla de Montalbán. El concejal del Ayuntamiento inauguró la exposición, junto a Mayte Spínola, directora del Grupo pro Arte y Cultura. La muestra permanecerá abierta hasta el 10 de abril.

         El artista estuvo acompañado de numerosos colegas del mundo del arte y otros amigos.

         La escritora Tecla Portela Carreiro, miembro de la Asociación Española de Críticos de Arte, AECA/Spain escribió en el catálogo de la muestra:

         “Juan Jiménez, como Fernando de Rojas, no tiene pelos en la lengua. Pertenece a ese tipo de personalidades que llama a las cosas por su nombre, no pagan el tributo de lo políticamente correcto, y si no pueden expresarse claramente, lo hacen con gestos, ya explícitos ya insinuados. Por lo demás, todos entendemos lo que quieren decir y lo celebramos con gozo enraizado y una clarísima complicidad. Ya… pues eso.

De nuestra Tragicomedia dijo Cervantes que era “libro al parecer divino si encubriera más lo humano”.  Pero es que resulta que a Juan Jiménez – como a Fernando de Rojas – no le interesa encubrir lo humano: le interesa pintar, y con ello retratar, evocar, sugerir o, ya directamente, criticar, cuanto de humano hay en cualquier acontecimiento de seres que así lo sean. Y porque como son humanos el amor sublime, la generosidad, la largueza y la discreción y… también lo son la lujuria y la perversión, la cicatería y el engaño. Si los envuelve la avaricia nada hay que decir que cada tramo de la Historia no haya dicho y repetido hasta el hartazgo. Si, a su alrededor, revolotean y dejan caer sus finas plumas, las alas de Cupido, ni en este mundo ni en otros que quizás haya, ha dejado de decirse todo. Antes, ahora y siempre.

Juan llama a las cosas por su nombre, con las palabras cuando habla, pero –más plásticamente, que es lo suyo – con el trazo cuando pinta: llama a la nobleza, nobleza, a la belleza, belleza, al criado, criado, al putañero, putañero, al rufián, rufián, a la ramera, ramera y a la alcahueta, alcahueta… y todo ello adobado con los debidos aires, hermoseado con los debidos afeites, osease, lo que en literatura son sinónimos, contextos o connotaciones son en imagen similares trazos, líneas, roleos y otros aderezos que conoce el artista y disfruta el que lo contempla, tal como si saborease el vocablo en ese texto que lee con solemnidad. Por eso Juan Jiménez pinta las cosas como son: humanas, pero con el soplo de divinidad que ha toda creatura, y que en busca de la Total va, humano también al fin y a la postre…

Se presenta en la Puebla de Montalbán, aunque yo más bien diría que trae a la Puebla su propio almíbar, el de los deliciosos albaricoques que aquí se hacen desde tiempo inmemorial y el que supo endulzar la Lengua como aún nadie se había atrevido. ¿Se desarrollaron aquí las trágicas escenas que describe su ilustre hijo? ¿Fue aquí donde se soñaron –o escucharon- estas voces del amor, la pasión, la lujuria, la perversión, la insidia o la ambición? De lo que sí estoy segura es de que el huerto de Melibea sólo pudo estar en La Puebla. Y si se pasean en uno de sus atardeceres, puede que veladamente lo descubran. Eso hizo Juan y –maestro del trazo, de la línea y del alma humana- algo quiso pintar, celestineando… que aquí quiere decir tanto – entre otros varios decires que todos conocemos- como llamar a las cosas por su nombre. Pues no tiene Juan Jiménez pelos en su pictórica lengua: los ha reunido todos en el trazo certero de su hogaño celestinesca pincelada”. 


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