Julia Sáez-Angulo
El pintor Juan
Jiménez ha presentado una veintena de dibujos de mediano y gran formato, bajo
el título Celestineando en la sala
Melibea del Museo de La Celestina en la localidad histórica toledana La Puebla
de Montalbán. El concejal del Ayuntamiento inauguró la exposición, junto a
Mayte Spínola, directora del Grupo pro Arte y Cultura. La muestra permanecerá
abierta hasta el 10 de abril.
El artista estuvo
acompañado de numerosos colegas del mundo del arte y otros amigos.
La escritora Tecla Portela
Carreiro, miembro de la Asociación Española de Críticos de Arte, AECA/Spain
escribió en el catálogo de la muestra:
“Juan Jiménez, como
Fernando de Rojas, no tiene pelos en la lengua. Pertenece a ese tipo de
personalidades que llama a las cosas por su nombre, no pagan el tributo de lo
políticamente correcto, y si no pueden expresarse claramente, lo hacen con
gestos, ya explícitos ya insinuados. Por lo demás, todos entendemos lo que
quieren decir y lo celebramos con gozo enraizado y una clarísima complicidad.
Ya… pues eso.
De nuestra Tragicomedia dijo Cervantes que era “libro al parecer
divino si encubriera más lo humano”.
Pero es que resulta que a Juan Jiménez – como a Fernando de Rojas – no
le interesa encubrir lo humano: le interesa pintar, y con ello retratar,
evocar, sugerir o, ya directamente, criticar, cuanto de humano hay en cualquier
acontecimiento de seres que así lo sean. Y porque como son humanos el amor
sublime, la generosidad, la largueza y la discreción y… también lo son la
lujuria y la perversión, la cicatería y el engaño. Si los envuelve la avaricia
nada hay que decir que cada tramo de la Historia no haya dicho y repetido hasta
el hartazgo. Si, a su alrededor, revolotean y dejan caer sus finas plumas, las
alas de Cupido, ni en este mundo ni en otros que quizás haya, ha dejado de
decirse todo. Antes, ahora y siempre.
Juan llama a las cosas por su nombre, con las palabras cuando
habla, pero –más plásticamente, que es lo suyo – con el trazo cuando pinta:
llama a la nobleza, nobleza, a la belleza, belleza, al criado, criado, al
putañero, putañero, al rufián, rufián, a la ramera, ramera y a la alcahueta,
alcahueta… y todo ello adobado con los debidos aires, hermoseado con los
debidos afeites, osease, lo que en literatura son sinónimos, contextos o
connotaciones son en imagen similares trazos, líneas, roleos y otros aderezos
que conoce el artista y disfruta el que lo contempla, tal como si saborease el
vocablo en ese texto que lee con solemnidad. Por eso Juan Jiménez pinta las
cosas como son: humanas, pero con el soplo de divinidad que ha toda creatura, y
que en busca de la Total va, humano también al fin y a la postre…
Se presenta en la Puebla de Montalbán, aunque yo más bien diría
que trae a la Puebla su propio almíbar, el de los deliciosos albaricoques que
aquí se hacen desde tiempo inmemorial y el que supo endulzar la Lengua como aún
nadie se había atrevido. ¿Se desarrollaron aquí las trágicas escenas que
describe su ilustre hijo? ¿Fue aquí donde se soñaron –o escucharon- estas voces
del amor, la pasión, la lujuria, la perversión, la insidia o la ambición? De lo
que sí estoy segura es de que el huerto de Melibea sólo pudo estar en La
Puebla. Y si se pasean en uno de sus atardeceres, puede que veladamente lo
descubran. Eso hizo Juan y –maestro del trazo, de la línea y del alma humana-
algo quiso pintar, celestineando… que aquí quiere decir tanto – entre otros
varios decires que todos conocemos- como llamar a las cosas por su nombre. Pues
no tiene Juan Jiménez pelos en su pictórica lengua: los ha reunido todos en el
trazo certero de su hogaño celestinesca pincelada”.
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