Julia Sáez-Angulo
Mal
nombre el de burkini para nombrar el traje de baño de las mujeres árabes que
desean bañarse completamente cubiertas de textil. Burkini viene de burka y el
Diccionario de la RAE lo define como: "vestidura femenina propia deAfganistán y otros países islámicos, que oculta el cuerpo y la cabeza por completo, dejando una pequeña abertura de malla
a la altura de los ojos”.
Hasta ahora parece que el burkini no cubre los ojos con rejilla, aunque no sea
más que por seguridad de la mujer, aunque quien sabe si llegará, al ritmo que se
impone con los años.
La
presencia del burkini ha sido polémica en varias playas de Francia, país donde
finalmente se ha optado en los tribunales por su tolerancia, a menos que genere
problemas de orden público. Nada que objetar contra el burkini, siempre que no
se cubra el rostro de la interesada o interesado (nunca se sabe qué hay detrás
del mismo. Una figura embozada en el rostro genera sospecha, recelo, miedo o
pánico, según los casos, desde que el yihadismo ha establecido la guerra a
Occidente en discotecas, bares, supermercados y redacciones de periódicos. Hay
vecinos que no suben en un ascensor junto a gente velada, tocada o enmascarada,
por temor a ser agredido o atracado. El miedo es libre.
Pero la
reflexión sobre el burkini va más hacia la falta de reciprocidad de los hombres
y países árabes: mientras ellas cada día se cubren más el pelo y la piel
(“donde hay pelo hay alegría” dice el refrán español), lo hombres árabes
caminan a su lado en pantalón corto y los países árabes que reclaman tolerancia
para las musulmanas veladas y burkinizadas, no toleran a las mujeres
occidentales sin velo, incluso para asistir a ruedas de prensa con mandatarios
de Arabia Saudí, por ejemplo (sin solidaridad alguna por parte de los colegas
periodistas hombres). Y ni el burkini, ni el velo están exigidos por el Corán.
Pero no hay
que irse a los países árabes de Oriente Medio para comprobar que no admiten la
reciprocidad con las mujeres occidentales, basta ir a un campo de refugiados
italiano, griego o turco, donde los islámicos obligan a la mujeres cristianas a
velarse e incluso a rezar con ellos cinco veces al día. Su cristianofobia es evidente.
Angela
Merkel y otros mandatarios europeos están ciegos al no exigir la reciprocidad
de legislación para mujeres en Europa y países islámicos. Ni siquiera le ha
hecho reaccionar el abuso sexual de inmigrantes árabes en Colonia contra
mujeres alemanas. Occidente parece ciego y no contempla como agravante el
desprecio de los árabes hacia la mujer occidental, quizás porque los
gobernantes europeos sueñan un futuro de harén y dominio sobre la mujer.
Con la
numerosa invasión de refugiados islámicos en Europa, el futuro de las
libertades de la mujer europea peligra. Hay que reaccionar a tiempo. Si algunos
países nórdicos han prohibido construir mezquita en su suelo a la Arabia Saudí,
por falta de reciprocidad en dejar construir iglesias en su suelo, con más
razón habrá que proteger a las mujeres occidentales frente a una constatación
de diferencias, que ni siquiera están en el Corán, para coartar libertad de
indumentaria en las mujeres en uno y otro lado de Oriente y Occidente.
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