viernes, 2 de diciembre de 2016

RAFAEL SOLER: “EL VIENTRE ESTERIL DE LO ETERNO”



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    EDICIONES VITRUVIO PUBLICA “NO ERES NADIE HASTA QUE TE DISPARAN”




María Moliner define la poesía como “género literario exquisito”. Existen otras denominaciones pero la del Diccionario de Uso del Español nos parece afortunada. El poeta no es sólo un creador; es alguien que se identifica con los escenarios más hermosos. La inspiración perpetua es su mejor aliada, aunque los versos no nacen de la nada sino que, por el contrario, precisan de una elaboración detenida, de una capacidad especial para enfrentarse a la página en blanco y, gracias a ella, mostrar la belleza de la realidad. Y, así, llegamos a la poesía de Rafael Soler que antes fue narrador (recordemos “El grito”, Primer Premio Ámbito Literario 1979), y lo sigue siendo, que transita por las aulas universitarias y ve el universo con el optimismo de quienes tienen fe en el valor de la palabra. Nos interesa su nueva etapa de versificador, esas “espadas como labios” de Aleixandre, e inquietante ideador de estrofas e imágenes. En su biografía hay otros libros,  premiados y bien recibidos incluso varias décadas después de sus primeras ediciones. Esta etapa, de la mano de Ediciones Vitruvio, comenzó precisamente con un título iniciático y revelador de unas ansias de trabajador literario maduro: “Maneras de volver”, al que siguieron poemarios diferentes, algo cáusticos y preferentemente indagadores en la psicología de nuestros sufridores contemporáneos, como han sido “Las cartas que debía”, testimonio de su tal vez ansiada reincorporación a ese esclarecido y abandonado grupo de personas que siguen escribiendo versos, y “Ácido almíbar”, claro referente de una poesía moderna, lúcida, combativa y elocuente.

Ahora, ya, viajamos al tomo nº 590 de la Colección Baños del Carmen con que Vitruvio continúa una andadura de claras intensidades y referencias siempre estimables, pues en ella han aparecido muy importantes nombres de los ejercicios literarios que en nuestro idioma han tenido lugar. “No eres nadie hasta que te disparan”, el nuevo poemario de Rafael Soler con sus 118 páginas repletas de indagaciones, reflexiones, pensamientos y acción, se nos antoja una completa colección de vivencias y de situaciones donde el ser humano tiene un especial protagonismo. Su desarrollo en detenidos versos llenos de ritmo y de intención nos hablan de una sociedad caótica, de unos entornos de rara musicalidad, de unos personajes vitales y, acaso, un poco perversos. Apenas se nos permite respirar desde el momento en que en el primer apartado, “El cuaderno de Elvira”,  surge una historia que sin emular a la novela negra tiene la clara intención de permitirnos penetrar en los espacios de una modernidad un tanto claudicante, afincada en una soledad arbolada y serena. Poemas como “La falta de pulcritud de los escombros” (“De espaldas a la pared/los locos crónicos son de natural pacífico/y muy conversadores”) o “Catadora de ron en los entierros” dignifican el noble arte de escribir versos y, además, nos permiten penetrar en un relato que tendrá su detenido programa de consolidación pues, ya se dice en el inicio, “Hacen falta dos para bailar”. O sea, Elvira se encuentra con Martín o tal vez con el mismísimo Kafka, con Rilke, con los primeros hermanos de la Biblia, pues siempre han de existir los buenos y los malos, los amantes y los desengañados. “La mujer que fui y nada espera/sacude las alfombras/deja su aliento sobre el vidrio/que un día fue su corazón…”. La vida comienza su recorrido, sus recovecos, sus distancias: “…el punto de fuga es un capricho cónico/la soledad de un pájaro/y tú el extranjero”. Esa búsqueda de las emociones perversas ha comenzado…

Sigue “Cuaderno de Martín”, segunda parte, con un crimen acaso simulado: (“a tocante cañón sonó el disparo/y por verte llegar caí despacio”, como si las hazañas de la maldad pudieran tener, eso, “un martes a las diez de la mañana”, cualquier momento es bueno para delinquir, y sino que se lo digan a los políticos en general. Ya Albert Camus puso en boca de Calígula: “Tan culpables son unos como otros”, de ahí los disparos en la cabeza, las caídas de bruces o el lado positivo de no morir por “un trastorno gástrico”: lo cierto es que estamos ante la anarquía más refinada y ni siquiera salir de viaje, besar a una muchacha en algún Sena o asistir a ciertos espectáculos minimiza el delito. Veamos más imágenes: “Todo empezó/con Carla de Cárpatos desnuda/Eva y su escote extravagante/Fuencisla la terrible manumisa/se cruza una mujer y te detienes/se cruzan dos y te detienen/se cruzan tres y tú no tienes/en mi jaula un proceso digestivo/en la tuya con paciencia un armisticio/pero nunca este final al portador/que hizo de un gatillo tu vigilia” (“Una traición es la suma de cien fotografías”). Claro que la poesía es más que una intuición y, si ya leíamos antes “Alguien cela al dios de los amantes”, debemos convenir que nada es lo que parece, ya ni el amor es lo que era, ni siquiera el euro, pronto por debajo del dólar. Todos somos “fantasmas vivos de personas cuya verdad es la muerte”, escribió Bueno Vallejo en “Las Meninas”.  La sociedad está suficientemente podrida como para perdonar a quienes somos parte de ella. Por eso el poeta Soler exclama “no es lo mismo morir a que te mueran”. A lo mejor nos podemos acostumbran a transitar por esa poesía valiente, decidida: “Cuando llegó el Comisario/yo seguía en idéntica postura…”. No es Agatha Christie en “La señora Mcginty ha muerto” sino un escritor caminando por Chamberí y recordando que la poesía está en las esquinas. Claro.

“Cuaderno de Abel” (3) donde “Hay máscaras que son lo que parecen” inicia un recorrido con bailarina. El primer poema es “Titán con pies de bailarina”: “usted dice conocer/ la oblicua dirección de su futuro”, pero ¿qué futuro?, el de los desempleos ordenados, el de los besos a medias..,  Conviene que entren nuevos personajes, que se aísle el lector del asesinato como cuando Calígula sigue estando vivo camino de la historia, a un paso de ser asesinado ante el espejo roto o al situarnos en esa “tarde de abril/sin primavera” que preconiza el uruguayo Nelo Curti. Desfilan “Antoñito y su níspero incompleto/Luis Manuel de nácar revestido/Jeremias afilando una navaja”, ciudadanos de un mundo de sonetos “indiferente a la música de Bach/los ojos tristes de Picasso/y al despertar de Manuela”. Surgirán “los labios submarinos de  Ava Gadner” y algunos respetables consumidores de arrabales dormidos. Después de regresar de Corfú y obviar a Marylin Monroe o Monica Belluci llegan “don Moisés y su calva retumbante/don Hilario y sus dedos acechantes/don Gabriel y su pene basculante”. Imprescindible el poema “Abierto domingos y festivos”: “Todo Caín tiene su Abel…”.Pero no nos engañemos, “Todo acabó un martes a las diez de la mañana”, aunque puede aparecer un McDonald´s, “en plano general Martín avanza/al encuentro de Abel que indiferente/ladea un poco la cabeza/con el aire de quien duda/ante un puesto de hortalizas” y John Wayne, en su propio mito ”limpiaría con cerveza sus espuelas”. También queda un corto poema:“Se abre el telón/aparece usted/desaparezco yo/¿cómo se llama la película?”. Los muertos no pueden mirar por la ventana. O sí.

Vicente Huidobro pidió que se le enterrase parado, como se dice en Chile, o sea de pie para seguir mirando al Pacífico desde su ladera cercana a Isla Negra. El apartado 4 del libro de Soler es “De cuanto pudo acontecer y no sucede” con el frontis “La vida es un atropello consentido” aunque Ory suplicaba: “Oh no te mates      Aguarda en este hondo valle/la llegada de los grandes lobos”. Abel sigue vivo en los versos de Soler, no así las víctimas de las guerras que el imperialismo y el putinismo siguen alentando. “Seguimos en el lugar de los hechos” mantiene el hilo conductor de un crimen  imaginado con abundantes imágenes e inacabadas expresiones: “la víctima no es todavía un código de barras/lector que repasa su diario/y la noche un asunto inquisitivo/puerta y umbral para el espanto”. “Lo difícil es vivir”, o algo así pues citamos de memoria, decía Carmina Martín Gaite. Los humanos somos imprevisibles, acaba de decir una preciosa locutora de color en TV2. En “El Reino de los Leves” que ya se paseó antes por el libro hay una cuenta atrás, una frontera, la “resurrección de los amargos”. No es la levedad de Kundera, podría ser la del Canal de Isabel II, la de Elvira de repente desaparecida, la de Martín gozando de  impenetrabilidad, la sensación de desamparo de “No es lo mismo morir a que te mueran”: “Salón de los espejos mudos/qué alma encontrarás en su alacena negra/en blanco el corazón por no servir de blanco/qué voz entonces qué grito inaugural/qué lance qué abrazo qué enemigo/así resucitado en el silencio ajeno/susurran las horas concedidas/y no hay cima que puedas rebasar/ni sombra más alta que la tuya/galeote sin remo/obtuso perdedor/que ejerce su albedrío/napoleón en llamas”. Seguir en la vida antes de asistir a nuestros sepelios. Es cuando todo se encuentra “De par en par cerrado por derribo”:”buenas noches don Abel”.

“El cine, en el cine” (5)  son páginas de pasión cultural, desde “Cuaderno de rodaje”, cálida descripción de la mayoría de las mejores estrofas del poemario, perfecto guión para un cortometraje digno de ser premiado y exhibido en la Sala Berlanga, hasta esas andaduras por las intimidades del lector, a quien se invita sin decirlo, a interactuar con las palabras del poeta, por ejemplo, cuando se precisa “Usted necesita dormir, usted necesita dormir”, recomendando cierta docilidad siendo “indiferente a la música de Bach/y el fervor que distingue a los humildes”, resultado completo de lo que viene a suceder cuando te disparan, que ya lo han hecho, y sigues buscando ese “Happy hour en el salón de baile”, ahora que Montoro anuncia la subida del impuesto al alcohol y el gobierno promete estudiar el problema de los atrevidos jubilados que escriben libros y pretenden cobrar por ello. La poesía se ha convertido en una leyenda capaz de transformar la realidad más angosta, que hay muchas, aunque para ello es necesario atender a la recomendación de Eduardo Mendoza, Premio Cervantes de hoy mismo, de “Hablar con propiedad y citar con exactitud”. El “Epílogo, y no”, como magnífico colofón de esa novedosa colección de versos con todas sus interrogantes o dudas certifica algo que ya suponíamos: “…es preciso indagar/es preciso indagar/solo así da su fruto/el vientre estéril de lo eterno”. Dice un actor: “La vida nos habla”.  Manuel Quiroga Clérigo           San Vicente de la Barquera, 30 de noviembre de 2016.






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