Julia
Sáez-Angulo
El
dramaturgo Juan Mayorga es el autor y director de El cartógrafo, obra que
se representa en la sala Fernando Arrabal del Teatro Español en la Naves de
Matadero Madrid. Blanca Portillo y Juan Luis García-Pérez son los actores que,
vestidos de rojo, ponen en pie a varios personajes sobre un escenario
despojado.
Resulta
curioso que Mayorga haya incidido en el tema de los judíos en las dos últimas
obras suyas representadas en Madrid. El tema del horror del holocausto, de la
gran infamia de la humanidad en el siglo XX, sirve de metáfora general. Está
bien, pero el tema judío resulta tan manido en cine, teatro y TV, que uno echa
de menos la visión de otros genocidios y exterminios humanos diferentes como
son el armenio o el reciente de ETA en el País Vasco. (La novela Patria de Aramburu ha sido la gran
sacudida de horror y degeneracón de las conciencias, precisamente por su
cercanía y proximidad en el tiempo).
Dicho
esto, El cartógrafo es una buena obra
de Mayorga, que se desarrolla en dos horas sin interrupción –quizás le sobren
algunos minutos, máxime en una sala de elevada calefacción- donde los dos
actores representan ese deseo de plasmar en mapas lo que sucede para que no
sean los enemigos quienes lo dibujen.
La
trama se mezcla con las desavenencias y conflicto de una pareja de diplomático
español y su esposa en Polonia, donde ella retoma la búsqueda del mapa del
gueto judío en la capital polaca, un lugar de infausta memoria, desaparecido
ante la avalancha de las nuevas firmas en los renovados edificios. El olvido
ante la pátina del panta rhei, del
todo cambia.
Hacer
visible lo que fue, lo que seguirá siendo y debe seguir siendo en la memoria,
dibujado por aquellos que lo padecieron. Historia que se pierde en la posible
leyenda de los hechos de un anciano cartógrafo y su pequeña nieta que le sirve de
ojos y mirada ante el confinamiento del gueto y el horror de lo que allí sucede
cada día.
Los
cartógrafos de esta obra señalan los puntos de interés de su corazón herido, de
su interés cercano, de su horror padecido. Dos inocentes en las figuras de un
anciano y una niña, que con su lenguaje de palabras y, sobre todo, de gestos
ponen de manifiesto una situación de espanto en la condición humana. en el
malhadado siglo XX con ecos en el siguiente.
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