miércoles, 27 de diciembre de 2017

MEFISTO: UNA PASIÓN ALEMANA

                                                           






Por Victor Morales Lezcano


17.01,17 .- Está documentado que Thomas Mann (1875-1955) empezó a concebir y redactar La montaña mágica a partir de 1911. Terminó la famosa (e, incluso, farragosa) novela en 1923. La obra salió a la luz un año más tarde en la prestigiosa editorial alemana Fisher Verlag A-G. En el lapsus histórico transcurrido entre ambas fechas, Europa tuvo la oportunidad de medir, una vez más, su capacidad autodestructiva; tanto con el rasero de la Primera Guerra Mundial a sus espaldas, como con los denodados esfuerzos diplomáticos impulsados para  garantizar  un futuro de paz y progreso mundiales en las relaciones internacionales. Tal y como era concebido ese futuro por Albert Schweitzer, Stefan Zweig y Emil Ludwig, entre tantos otros intelectuales europeos de aquellos tiempos. Un mundo donde la conciliación pudiera exorcizar otra guerra, merced al principio de seguridad colectiva, de la que era salvaguarda  la Sociedad de Naciones con asiento en Ginebra. Es decir, se trataba de ahuyentar del escenario europeo a “los cuatro jinetes del Apocalipsis”, según fue apodada la Gran Guerra por Blasco Ibáñez.
Añadamos que Thomas Mann y su hermano Heinrich nos legaron uno de los más apasionantes debates sobre la guerra europea de 1914,  que terminó por involucrar  al resto del planeta en su agónico desarrollo de cuatro años de duración. Aquel fue un debate que hundió sus raíces en, y se nutrió de, la enemistad secular entre la “civilizada” Francia de la Ilustración y la “robusta” Alemania que configuró un espacio estatal nuevo, del que fue artífice el “canciller de hierro” Otto von Bismarck a partir de 1870. Debate pugnaz entre una cultura de notorias calidades literarias y otra, antagónica, de poderosa creatividad musical. Es decir, enemistad y pugna entre dos riberas: Montaigne, Molière y Victor Hugo, a un lado del Rhin; Bach, Beethoven y Wagner, a la orilla derecha del legendario río fronterizo.
En las páginas del ensayo que generó el debate de los hermanos Mann,  ambos intentaron  relativizar el valor y las carencias de los  ecúmenes  europeos enfrentados. En particular, desde que la Paz de Westfalia vino a sellar por vía diplomática el cisma religioso de la Europa moderna (1517-1648). Aquel en que la Reforma de la Cristiandad suscitada por sus hijos protestantes colisionó con la paralela voluntad católica que encarnaba la defensa de la ortodoxia romano-vaticana y del Imperio carolingio, resucitado por la Casa de Austria desde el núcleo imperial hispano. Ocurrió, sin embargo, que Thomas Mann vivió longevamente, aunque alejado de Alemania, a partir del triunfo electoral y “rapto” anímico que llevó al poder al movimiento nacionalsocialista (1933),  legitimando con ello el Tercer Reich. No pocas universidades de California, como es sabido, codiciaron sin pausa al novelista alemán, convertido en conferenciante de lujo hasta el final de sus días en 1955.  Antes de despedirse de su presencia terrestre, Thomas Mann publicó, sin embargo, otra novela “testamentaria” que tituló Doktor Faustus (Berlín, Suhrkamp Verlag, 1947).
Aquí es donde encaja formular la cuestión que se encuentra en el disparadero. ¿Cuál es el hilo narrativo que conecta el Doktor Faustus de Thomas Mann tanto con la presunta fijación luterana en torno al diablo, como ocurre también con la dramaturgia de Goethe en su obra de culto titulada Fausto?  Título que no obsta para que el  personaje catalizador de la obra sea realmente Mefistófeles, la encarnación diabólica del mal.  En Doktor Faustus se narra la historia  de un compositor musical que renuncia al amor y a la sabiduría para entregar su existencia a Mefisto, a cambio de consagrarse con frenesí a la construcción de un refugio ermitaño que lo ponga a salvo de todos los mundanos asedios, mientras el mundo se desangra con belicosidad desgarradora, hasta  consumarse la Catástrofe de Alemania en 1945. Thomas Mann configura de esta manera  el paisaje alegórico de una Alemania hechizada por la pasión de mando que termina por convertirla en una ruina de escombros. Puro corolario real de la bíblica advertencia: También tú perecerás por la espada. Aquella fue la Alemania del Tercer Reich, culpable, esta vez, sí, (aunque no lo fuera de la conflagración de 1914)  de la destrucción de sus entrañas al entregarse al maligno Mefisto, que llegó a  banalizar su acción destructiva a partir de la madrugada del 1 de septiembre de 1939 al invadir la Wehrmacht la frontera alemana con Polonia. Esta convicción alegórica condujo a Thomas Mann a tomar la decisión de no regresar a Alemania y de transmitir a los demócratas occidentales su sentido de corresponsabilidad en la Catástrofe que se consumó en la primavera de 1945. Ello le llevó a decir  recordémoslo  yo también soy Adolph Hitler, en una conferencia pronunciada en The Library of Congress  (Washington  DC), asumiendo la responsabilidad de cualquier buen alemán en la infausta acción bélica de entonces. 
A partir de  lo anteriormente expuesto, conviene recordar que, entre 1944-1948, una fijación recorrió cientos de mentes y miles de páginas, emisiones radiofónicas, diarios de sesiones parlamentarias sostenidas durante la celebración del juicio de Núremberg (noviembre de 1945-octubre de 1946). Se trataba no solo de probar la culpabilidad de los altos mandos nazis en el desencadenamiento de la guerra, sino de saber, además, si Alemania era “reformable”,  si un proceso de “desnazificación” (bajo la ocupación territorial por las potencias aliadas) podría generar en el futuro un logro transformador tal que garantizara el renacimiento de los grandiosos activos históricos de Alemania. Una transformación, en suma, que contrarrestara los recurrentes atavismos resultantes de la copulación habida entre el militarismo de raigambre prusiana y el ulterior partido-milicia (PNSA), nutrido de nacionalismo populista desde sus albores muniqueses. Cuesta hacerse una idea de lo que caló en la opinión pública de aquellas fechas la, entonces, cuestión palpitante: ¿cómo “enderezar” Alemania (árbol de un suelo nutricio europeo infecto)? ¿Cómo rescatarla de un atavismo recidivo? ¿Seguía vagamente vivo, quizás, un difuso recuerdo de las tribus de procedencia esteparia  los hunos  que recurrían al pillaje, cuando no a la destrucción de las poblaciones limítrofes en las fronteras del Imperio romano tardío?  No en vano, en varios discursos de guerra (war speeches) Churchill  se refirió a la detención de los hunos (Tercer Reich) y su ulterior destrucción como objetivo supremo de la Batalla de Inglaterra entre 1940-41. ¿No habrá sido el Tercer Reich la reedición contemporánea de un milenario  espantajo euro-asiático? ¿No explicaría el final de la Segunda Guerra Mundial la voluntad de erradicar de la historia (al conjuro  de  Deutschland delenda est) la recurrencia germana a la destrucción del orden imperial de raíz romano-británica y que terminó por despertar  su antagonismo outrancier ?  La plana mayor de los intelectuales de Occidente intervino en el debate. ¡Echó esta élite, con decisión, su cuarto a espadas, y se contradijo, a veces!; como podemos comprobar en octubre de 1948, cuando  Bertrand Russell, Arnold Toynbee, Rebecca West, J.-P. Sartre, Arthur Koestler, Victor Guillancy y Carl Zuckmayer, entre otros, colaboraron en una revista de vanguardia,  y que vio la luz en la posguerra (Der Monat) en torno a la cuestión de  “el destino de Occidente”, título genérico de claras resonancias evocadoras de la más divulgada obra de Spengler. Este documento, leído hoy, sabe a cosa del pasado, aunque la pregunta palpitante siga siendo (Alemania, aparte) por qué las corrientes y tendencias colectivas muestran, testaruda y testamentariamente, su inclinación a no querer jubilarse jamás. Lo apunto, debido al resurgimiento de desvíos populistas e incluso etno-nacionales que están reverdeciendo en la Europa de principios del siglo XXI, minando, en cierta medida, el legado demo-liberal que salió airoso del enfrentamiento destructivo y catalizador de la historia del mundo actual que llamamos Segunda Guerra Mundial.   



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