OBRA GRÁFICA COMPLETA DE MANOLO
MILLARES
Lugar: CALCOGRAFÍA NACIONAL. REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO
Fecha: del 11 de octubre al 5 de enero
Manolo Millares
L.M.A.
21.12,18 .- MADRID .-
No parece extraño el interés que Manolo Millares Sall (Las Palmas de Gran Canaria, 1926 -
Madrid, 1972) mantuvo a lo largo de su trayectoria por el grabado y las técnicas gráficas en
general –los sistemas de multiplicación de imágenes, refiriendo una terminología
contemporánea-, si recordamos su fascinación de infancia por los grabados de Francisco de
Goya, Caprichos (1797-1799) y Desastres de la guerra (1810-1815) que, contemplados
mediante reproducciones halladas en 1933 en libros de la casa familiar en Las Palmas,
ejercerían un poderoso atractivo en el niño y futuro artista.
Unos años después, este “hijo entrañable de Goya” realiza sus primeros monotipos,
estampación única mediante la aplicación de pigmento en un plano, luego transferido a un
papel ejerciendo presión. El monotipo invadirá, además, algunas zonas de sus dibujos como un
recurso técnico que, inevitablemente, obliga a mencionar las pintaderas de los aborígenes
canarios.
Acto previo a su interés por la estampación calcográfica, fue su vinculación a la publicación
Planas de poesía (1949-1951) realizando portadas e ilustraciones, así como colaboraciones en
diversas publicaciones antes de su viaje a la España peninsular (1955).
Artista de avanzada,
como era voz de su tiempo, fue mucha su vinculación al libro y a la revista, a las ediciones en
general, embargado por una cierta tipofilia, si pensamos en carteles y portadas, ilustraciones
para revistas u otras publicaciones (como su frecuente presencia en las ediciones de Ruedo
Ibérico) a lo largo de su trayectoria, partiendo de su encuentro con Lourdes Castro y René
Bertholò e inmerso en el proyecto artístico de la revista KWY, durante los años 1959 y 1961.
Esta revista, prácticamente artesanal, era realizada en serigrafía bajo diferentes formatos
gráficos y distintas periodicidades. Los Millares encontraron al matrimonio Castro-Bèrtholo en
París a finales de mayo de 1959, con ocasión de la exposición La jeune peinture espagnole. 13
Peintres espagnols actuels, celebrada en el Museo de Artes Decorativas. En esa fecha KWY se
preparaba en la rue des Saints-Pères, en Saint Germain, siendo Bèrtholo un buen conocedor de
la técnica serigráfica.
Manolo Millares colaboró en dos ejemplares de esta revista, efímera y de
breve edición, realizando una portada serigráfica y la reproducción de un dibujo para los
números cinco (diciembre de 1959) y ocho (otoño de 1961). Éstos fueron tempranos trabajos
serigráficos del artista, y a ellos alude la fecha inicial de la exposición.
El corpus de la obra gráfica de Manolo Millares, unas cincuenta obras, quedaría en buena parte
reunido en cinco carpetas, en su mayoría realizadas mediante técnicas tanto calcográficas
como serigráficas: Mutilados de paz (1965), Auto de fe (1967), Antropofauna (1970),
Torquemada (1970) y Descubrimientos-Millares, 1671 o Descubrimiento en Millares 1671.
Diario de una excavación arqueológica imaginaria y barroca (1971).
Mutilados de paz (1965) fue la primera carpeta serigráfica, estampada por Abel Martín.
Contenía cuatro estampas, presididas por un poema escrito por Rafael Alberti en Roma, bajo el
cuidado de Gerardo Rueda. A ella seguirá Auto de fe (1967), otros cuatro grabados a punta
seca, concebida con Elvireta Escobio.
Una edición casi artesanal (veinte ejemplares
numerados) estampada en el taller de Dimitri Papagueorguiu reproduciendo fragmentos del
libro Causas del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Canarias, desde los legajos
recuperados por su bisabuelo, Agustín Millares Torres, de la torva destrucción por un carretero
en la rada atlántica.
Antropofauna (1970), una carpeta de cinco aguafuertes estampada por el artista en el taller
barcelonés de Gustavo Gili, con la ayuda de Joan Barbarà, para la colección Las Estampas de la
Cometa, recibiría el premio Ibizagrafic (1972) del Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza,
concedido por un jurado en el que participó Conrad Marca-Relli.
En ese año 1970 otro de sus
grabados, también editado por Gili, sirvió de presentación al libro de José María Moreno
Galván sobre el artista.
Torquemada (1970), carpeta de seis serigrafías, fue editada por Juana Mordó, la galerista de
Millares y otros tantos compañeros de generación desde su apertura en 1964, nuevamente
estampada por Abel Martín.
Emblema de la representación de la ceguera destilada por la
“justicia y la ira inquisidora, la mezquindad”, utilizando el glosario del pintor. A esta carpeta la
seguiría Descubrimientos-Millares, 1671 (1971).
A las mencionadas creaciones gráficas hay que unir su colaboración en carpetas memorables:
la dedicada a El Paso (Galleria L’Attico, Roma, 1960), estampada en el taller de Dimitri.
También su presencia en la primera serie de serigrafías editada en 1964 por el Museo de Arte
Abstracto Español de Cuenca, realizada por el tándem Eusebio Sempere y Abel Martín, quienes
quedarían vinculados a las carpetas serigráficas de Millares: Mutilados de paz (1965),
Torquemada (1970) y Descubrimientos-Millares, 1671 (1971). El Museo devino en un centro
neurálgico de irradiación del arte gráfico y la bibliofilia en el país.
Para la editorial Alfaguara ilustró en 1969 los Poemas de amor de Miguel Hernández, en su
colección El Gallo en la Torre dirigida por Camilo José Cela, realizando dos puntas secas. En ese
mismo año, aprendió de Antonio Lorenzo la técnica del grabado que éste, a su vez, había
conocido del artista gráfico Bernard Childs en los inicios de los sesenta, decidiendo instalar
Millares su propio taller de grabado. De esta aventura interrumpida quedaron algunos
ejemplares que forman parte de la exposición.
Llegaría en 1971 su último trabajo, verdadero alarde de concepto, también de planteamiento
artístico, un homenaje al mundo conquense que tan fundamental resultaría en el devenir de
Millares.
Fue la carpeta Descubrimientos-Millares, 1671 o Descubrimiento en Millares 1671.
Diario de una excavación arqueológica imaginaria y barroca. En sus doce serigrafías, tinta
china y aguada de china gris humo, Millares despliega un universo de posibilidades, ejerciendo
todo su conocimiento de los años previos, no sólo en arte gráfico, sino también su inmenso
saber de dibujante. Es la victoria del negro y del gris, de los encuentros diversos, el triunfo de
la escritura hecha signo: la mancha, la grafía, la tachadura, el dripping descendiendo o
invertido, el pequeño signo y lo extendido, la escritura sobre textos impresos –negros, grises,
espacios en blanco-, la línea y la huella.
Algo de paroxismo creativo a lo Artaud hay en estas
doce serigrafías que estampa Abel Martín y cuyo concepto cuida Ricard Giralt Miracle. Todo
ello estuchado en la caja de madera que concibe otro conquense, Gerardo Rueda. Esta carpeta
es también un regalo final de Millares para el Museo de Arte Abstracto Español, bajo la
dirección de su fundador, Fernando Zóbel.
Ahí están todos sus colaboradores: los hermanos
Blassi, diseñadores conceptuales de la carpeta-objeto, y el carpintero del Museo, Domingo
Garrote (junto a Rafael Saiz), ejecutor de la misma; el anagrama impreso del Museo, que
diseña Gustavo Torner; hasta la mención bibliómana de Zóbel, que asoma en la apertura de la
carpeta. Doce estampas como doce meses para el final de la vida del artista.
Un conjunto de cinco pruebas hechas en su estudio, de reciente localización en sus archivos, y
ocho grabados póstumos, con algunas variantes, estampados en el taller madrileño Mayor 28,
con la cooperación de Fernando Bellver y Manuel Valdés, cierran la exposición.
Contemplando las obras expuestas se percibe cómo las creaciones de Millares recorren,
también, el relato de los protagonistas del arte gráfico contemporáneo en España, al modo de
un oculto nervio viajando entre la historia menos narrada de estas estampas.
El relato, en
orden, sería: encuentro con Castro-Bèrtholo en París, luego el Museo de Arte Abstracto
Español (la visita a Childs de Zóbel y Lorenzo, y sus ediciones, de la mano de Abel Martín,
Eusebio Sempere y Antonio Lorenzo). A ellos sigue Dimitri Papagueorguiu, hasta llegar a la
experiencia madrileña del Grupo 15, aventura iniciada con Dimitri donde Millares hará otros
dos hermosos aguafuertes estampados con ayuda de Monir y Lorenzo.
Finalmente, debe hacerse mención a la triada de bellos carteles serigráficos, desde el primero
editado por Buchholz, con ocasión de su exposición en Múnich en 1968 o la reproducción de
un collage de Millares, cartel del Museo conquense (1970, después habrá otro póstumo, 1973)
y el afiche de su última exposición en el Musée d’Art Moderne de París (1971).
Manolo Millares había mostrado siempre un extraordinario interés por la estampación, cuya
prueba primera sería el dedo o la mano que, manchados, con frecuencia quedaron impresos
sobre sus arpilleras y dibujos, en ocasiones sobre fragmentos encolados de papel de periódico.
Evocadores de las huellas de los sellos o pintaderas, los signos grabados en las cuevas, muros,
agujeros que acariciaron las balas, líneas que cruzan la superficie, huellas de zapatos, marcas
diversas, santa faz.
Rudimentarios grabados en las arpilleras, señales o cruces, signos,
escrituras de “un mundo deliciosamente extraño”, en sus palabras.
Fue el interés por el arte gráfico de ese hombre fascinado desde niño por Goya. Extraordinario
grabador sí, pero poeta y místico de voz muy espiritual, como señalara André Pieyre de
Mandiargues: “un artista íntegro, y basta”.
Alfonso de la Torre
Comisario
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