Ernestina de Champourcín (1998)
20.09.19 .- Madrid.- Conocí a Ernestina de Champourcín al
poco de llegar de México. La entrevisté para el diario Ya de Madrid. Entonces tenía más energía, lógicamente que en sus
últimos años en que se fue apagando. En su casa la he visitado sobre todo con
Arturo del Villar, que la admiraba y publicaba sus cosas; Ernestina también
confiaba en él si bien sabía mostrar su opinión y discrepancias llegado el
caso. También he coincidido en alguna ocasión con Emilio Lamo de Espinosa y su
esposa Paloma Abarca, ambos compañeros míos de la Facultad de Derecho de la
Complutense. Fuimos a tomar café con Margarita de Pedroso y Sturdza, condesa de Madam, al
apartamento de esta última en la calle Serrano de Madrid. Margarita había sido
una de las muchachas en flor que iba a visitar a Juan Ramón Jiménez en su casa
para escuchar, mostrarles sus poemas y aprender de sus consejos. Eran como
amores platónicos de JRJ. Zenobia las recibía encantada y cuando llegaban las
dirigía al despacho de su esposo y decía: Juan
Ramón, han llegado tus niñas. El poeta de Moguer era un obseso de la
belleza y la estética en todo, la necesitaba para vivir y escribir. Todo esto
me lo contaba Ernestina.
Ernestina era una mujer animosa y
decidida, pese a sus dificultades en la visión. Hablar de Literatura le
entusiasmaba, recordaba mucho las traducciones que su esposo Juan José
Domenchina y ella hacían en México para vivir. Fue de las pioneras en escribir
haikus en la poesía española, porque ella había traducido haikus japoneses a
partir de la traducción inglesa.
Ernestina guardaba unos manuscritos
de JRJ escritos a lápiz, creo recordar, que se los había enviado por carta y
que finalmente acabó subastándolos, pues no andaba muy holgada económicamente,
máxime cuando tuvo que adoptar una mujer medio asistenta y cuidadora, dada su
dependencia. Yo mencioné esta situación en la entrevista publicada en Ya, pero
no le gustó. No quería quejarse, era elegante en esto. La llamaron del
Ministerio de Cultura, cuando estaba Jorge Semprún de ministro, por si
necesitaba ayuda; creo recordar que la rechazó –a diferencia de Rosa Chacel que
era muy pedigüeña a las instituciones-, después de todo, la familia de Ernestina
era más acomodada, aunque ella no tuviera mucha liquidez.
La poesía era para Ernestina el
género más sublime de la literatura. Se rió de mí cuando le dije que iba a
publicar un libro de relatos. ¡Ay, todo
el mundo ahora escribe relatos! Le dije en broma que me ofendía ese
comentario, y ella se lo tomo algo más en serio, por lo que me pidió disculpas
dos veces aquella tarde. Ernestina sabía reírse a gusto de las cosas y tomarlas
con la distancia necesaria.
Era una mujer muy agradecida a
México, donde estuvo exiliada tras la guerra civil, y sobre todo a sus amigas de México, a las que citaba con mucho cariño,
sobre todo a las que conoció y trato del Opus Dei. Ernestina era una mujer que
hablaba con naturalidad del Dios, sin hacer alardes excesivos, transmitía un
optimismo cristiano de confianza en Dios. De la relación Poesía y Dios no le he
oído hablar o disertar directamente, si bien se daba por hecho, porque era una
mujer de fe y eso se veía. Arturo del Villar, comunista, lo sabía y la
respetaba; ella no se privaba de manifestarse como creyente que era, insisto
sin hacer alardes de sus creencias.
Hoy la ciudad de Vitoria dedica un premio de Poesía a su memoria, p or el hecho de que la escritora nació allí.
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