sábado, 2 de noviembre de 2019

DE CÓMO UNA FOTOGRAFÍA DE ESTANISLAO FIGUERAS SALVÓ LA VIDA DE MI FAMIIA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA


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Foto de Don Estanislao Figueras


Gema Piñana y Carmen Valero ante la tumba de Estanislao Figueras en el Cementerio Civil (2019)



por Gema Piñana Alfonso

Madrid, 2/11/19

            Después de la visita al cementerio civil de Madrid, donde están enterrados tres presidentes de la I República Española (1873-74), el primero, Don Estaniaslao Figueras i Moragas (Barcelona, 1819 – Madrid, 1862),  que se despidió del Parlamento de manera un tanto estrambótica y no precisamente protocolaria; el último Don Nicolás Salmerón, al que el político francés Clemanceau, elogió por dimitir antes que firmar una sentencia de muerte, y otro hombre catalán, don Francisco Pi i Margall. Los tres miembros de la masonería, con presidencias muy breves (hubo cuatro presidentes en once meses).
         En febrero de 1873, tras la abdicación de Amadeo, Estanislao Figueras fue elegido el primer presidente del Poder Ejecutivo de la República  por la Asamblea Nacional. 
            Tras la renuncia al trono de Amadeo, dejó de tener validez la Constitución de 1869 y las Cortes sometieron a votación la proclamación de una república, la cual fue aprobada en febrero de 1873. El elegido para presidirla fue Estanislao Figueras, republicano federal de gran prestigio, pero solo desempeñó el cargo entre febrero y junio de 1873, ya que no pudo afrontar la crisis económica, la división interna de su propio partido "y la proclamación del Estat Català, que solo pudo revocar aceptando la disolución del ejército en Cataluña.
      El gobierno de Figueras firmó solemnemente el cese del servicio militar obligatorio, y creó el servicio voluntario. Cada soldado cobraría una peseta  diaria y un chusco.
            Antes de dimitir, en una sesión del Consejo de Ministros, Estanislao Figueras habría espetado al resto: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!». Con el fin de su etapa como presidente del Poder ejecutivo de la República, huyó del país a Francia.
             Las tumbas de estos tres prohombres de la Historia de España dejan bastante qué desear en mantenimiento y limpieza. Una pena.

RELATO SOBRE UNA FOTOGRAFÍA DE DON ESTANISLAO FIGUERAS QUE SALVÓ VIDAS

Mi abuela Doña Concepción de la Fuente Sirera, viuda de un alto funcionario de la Compañía de Gas y Electricidad de Cataluña, sufrió diecisiete registros domiciliarios en su casa de Barcelona durante la guerra civil. Todos los poderes y partidos políticos, grupos, grupúsculos, facciones y disidencias, se sentían con derecho a registrar su apartamento en la calle Mallorca donde había quedado sola, después de que fusilaran a sus dos hijos mayores en el foso del castillo de Montjuic y de ver como sus otros dos hijos menores habían desaparecido sin dejar rastro ni despedirse, huyendo seguramente de la persecución de sus adversarios políticos. Todos ellos eran requetés, fieles a la causa carlista que la familia había sostenido durante años desde los tiempos de la veleidosa Isabel II.

La abuela se cansaba de explicar a los que llegaban sucesivamente al registro, que ninguno de sus hijos vivía en casa, sin entrar en explicaciones sobre los muertos ni los desaparecidos. ¡Qué más quisiera ella que tenerlos cerca! Pero los milicianos del POUM, socialistas, anarquistas o funcionarios de la Generalitat, volvían a la carga e insistían en abrir habitaciones y registrar armarios por si encontraban pistas sobre los fugitivos a los que había que inculpar y liquidar.

En uno de esos registros, los milicianos se llevaron los sables de parada y el mache del rebelde cubano Maceo, al que mi bisabuelo, el general Piñana  i Sunyer había capturado, por lo que recibió la laureada. A Doña Concha, viuda, le dolió aquel espolio y argumentó:
-Pero si no son armas de combate, sino de museo.
-Pues para un museo nos las llevamos, señora, le replicó el miliciano.
       En otro registro domiciliario, alguien la increpó:
-Tiene usted una casa muy grande, señora, ¿no tendrá por ahí escondido algún cura, fraile o alguna monja exclaustrada?- le preguntó entre risotadas un comunista desdentado.

Doña Concha prefirió no responder. No estaban los tiempos para contestar lo que se merecía aquel insolente. Sabía que los comunistas eran peores que los anarquistas en aquellos casos. Ella ya había quemado los misales, las estampas y hasta un Libro de Horas que había en su biblioteca. Los rosarios y las imágenes sagradas las arrojó a la basura y ya no quedaba nada que delatase sus creencias. Por si acaso.

Un día llegaron por tercera vez los agentes de requisa de la Generalitat del Estat Catalá. Por lo que ella dedujo, que buscaban algún documento, pues vaciaban los cajones de papeles en la mesa del comedor y miraban detalladamente cada uno de ellos. Cuando sacaron los álbumes y cajas de fotografías, comenzaron a desplegarlas en la mesa y el comentario de uno de ellos no se hizo esperar:

-Señora, aquí hay muchos militares...
-Son fotos muy antiguas- se defendió mi abuela.

En aquel momento llamaron al timbre de la puerta. Se hizo un silencio tenso y prolongado. Uno de los agentes le conminó a mi abuela:
-Abra la puerta sin mirar por la mirilla.

Ella, seguida del hombre al que supuso armado, abrió sin vacilar y recibió a Alfredo, un yerno suyo que trabajaba precisamente en la Generalitat. Iba a llevarle unas patatas y un poco de pan moreno para comer, tanto mi abuela, como mi padre, el pintor Fernando Piñana de La Fuente, que estaba en la cárcel Modelo de Barcelona, junto al periodista Manuel Tarín Iglesias. Cuando todos pasaron al comedor , al ver las fotos desplegadas de los antepasados militares, Alfredo  comentó en voz alta:
-¿Qué es esto? ¿Un cuartel?
-Eso mismo estábamos comentando nosotros- dijo un agente.
      Mi abuela hubiera matado a Alfredo en aquel momento.

El tío Alberto Piñana de la Fuente, que llegó más tarde cayó en la cuenta de la situación y miró con atención el despliegue de fotos con oficiales de caballería e infantería laureados que habían defendido los derechos dinásticos de Don Carlos y que permanecían arrogantes e impasibles sobre sus caballos en  efigies de papel sobre la mesa
     -Miren, aquí hay una foto de un pariente nuestro, don Estanislao Figueras, primer presidente de la I República Española, dedicada a mi abuelo el general Cristobal Piñana i Sunyer con el tratamiento de "a mi querido sobrino" –comentó mi Alberto. Como ustedes verán, en esta casa se aprecia con fervor la República.
Perplejos, los agentes se despidieron de mi abuela y de mis tíos.
Aquella noche mi abuela y mi tío Alberto se pasaron la noche destruyendo papeles y fotos en los hornillos de carbón de la cocina, a la espera del siguiente registro. Se acabó con todas las fotos de los ancestros militares. Ya no quedaba memoria histórica familiar
La foto de Don Estanislao Figueras se conservó en familia como un tesoro. Ahora obra en mi poder.
Hoy he ido a conocer su tumba por primera vez. Tengo que hacer algo para adecentarla. Hay demasiado tierra y hojarasca sobre la losas de piedra.


Firma de Figueras tras la foto

Gema Piñana y Julia Sáez-Angulo ante la tumba de Estanislao Figueras (2019)


Gema Piñana Alfonso, periodista

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