miércoles, 15 de julio de 2020

VIAJE A LA SIERRA DE GUADARRAMA. Relato


Sierra de Guadarrama


 por Julia Sáez-Angulo

            Aquel verano de nueva normalidad, tras la pandemia y sin trabajo, Marta y yo decidimos hacer un viaje por la cercana sierra norte de Madrid, a la que antes se la conocía como sierra pobre, por lo escarpado y pelado de su paisaje. Aquel viejo nombre hacía juego con nuestros bolsillos adelgazados, por falta de liquidez, dada la situación devenida y reinante. Contábamos con una vieja moto, bien conservada por mí, que me gustan los motores, capaz de adentrarse por caminos de tierra sin miramiento alguno. La decisión de aquel viaje la tomó Marta que había leído una novela del marqués de Tamarón, en la que se elogia la sierra de Guadarrama, declarada parque nacional en 2013, sierra compartida entre Madrid y Segovia. Está en el Sistema Central de la península, todo un espinazo que divide la meseta castellana en dos partes. Fueron muchos los intelectuales como Ortega, Unamuno o Giner de los Ríos, los que reclamaron su conservación como parque nacional.
            Las rocas y peñascos de La Cabrera y La Pedriza nos tenían fascinados. Nos sentíamos felices en aquel paraje coronado de águilas y buitres negros que planeaban con majestad por los cielos. ¿No creerán que estamos muertos?, preguntó Marta inquieta, un día al atardecer, cuando dos buitres se acercaron osadamente a nuestras cabezas, que reposaban sobre las mochilas cara al cielo.
            A Marta, mujer adorable y caótica, le gusta salir y dejarse sorprender por el camino y la aventura; yo, más previsor, llevaba conmigo una vieja guía Michelin de papel, amén de la consulta periódica en Internet. Adentrarse por pinares o entre melojos era saludable para saborear la soledad y oxigenar los pulmones. De vez en cuando nos cruzábamos con algún montañero solitario, que más parecía un peregrino Camino de Santiago, por su figura ascética.
            En principio nos alojamos en Bustarviejo, tras cenar una buena ración de cabritillo asado con patatas a lo pobre. Al día siguiente, después de una larga sesión de senderismo y disfrutar con el vuelo colorista de los rabilargos, recalamos en un aislado Museo de Esculturas al Aire Libre, que invitaba a la visita. Mientras admirábamos las grandes esculturas talladas en piedra blanca de Colmenar o realizadas en acero cortén, se nos acercó un hombre magro, con barba y cabello blanco. Era el escultor, quien comenzó a explicarnos su obra inspirada en la fauna humana y en la naturaleza. Sus palabras destilaban filosofía de vida, que trasladaba a sus criaturas artísticas. Pese a nuestra economía somera, Marta le compró un dibujo, porque, dijo, la delgadez de aquel hombre se debía al hambre que pasaba.
            El escultor nos contó que vivía feliz en aquel paraje del que se había enamorado desde el primer día, al verlo y pasar la noche al raso, bajo la luna llena con la que sostenía un romance de licántropo. Vivir solitario en la Naturaleza era un privilegio, pese a la dureza del invierno, cuando la nieve posa en capas de hasta medio metro. Estábamos a mil trescientos metros de altitud. Durante el recorrido por el terreno, el escultor nos mostró, sobre grandes rocas, unos petroglifos de origen celta, según le habían documentado los expertos de Bellas Artes. De pronto se levantó una fuerte tormenta de aire, que bajaba del pico de Mondalindo, por lo que suspendimos la conversación y nos alojamos en Valdemanco.
           
            A la mañana siguiente pasamos de nuevo con la moto junto al Museo al Aire libre y vimos al escultor junto a una grúa levantando algunas esculturas derribadas en el suelo. Paramos para saludarle y nos contó que el viento había soplado a más de 156 km por hora, por lo que había arrojado las esculturas al suelo. Tendré que ponerles anclajes para evitar su caída. La Naturaleza nos da siempre lecciones de comportamiento ante las cosas, dijo el escultor con serenidad.

            Avanzamos con nuestra moto hasta el hayedo de La Pedrosa, al subir al puerto de La Quesera. Es uno de los hayedos más meridionales de Europa. Las hayas tienen aura de árboles en los cuentos de hadas, comentó Marta; entre ellas conviven, elfos, brujas, princesas y príncipes encantados. Yo no veía mas que hermoso musgo y verdes líquenes sobre aquellas. Una tormenta, esta vez de agua y granizo descargó al atardecer sobre las hayas A su término, el cielo nos obsequió con un doble arco iris, algo nunca contemplado en nuestras vidas.

            El Real Monasterio de Santa María de El Paular fue el último objetivo de nuestro viaje; allí nos empapamos de historia y naturaleza. Fundado en el siglo XIV por Enrique II de Castilla, había permanecido como cenobio cartujo hasta el siglo XIX, para pasar más tarde, en el XX a priorato benedictino. Hablamos con el padre Ildefonso y escuchamos sus lamentos por la desamortización de Mendizábal que llevó al deterioro de monasterio y sus deseos de que el enclave fuera un gran foco de espiritualidad para peregrinos.
El río Lozoya, que riega el valle de su nombre, ofrece truchas a los pacientes pescadores que se acercan a su orilla. Las montañas que circundan el valle cuentan dos mil metros de altura. Otra vez nos sorprendió una lluvia vespertina, tranquila y silenciosa en esta ocasión. Al terminar esa lluvia bendición de los campos, Marta exclamó gozosa señalando al cielo:
- ¡Mira, un rompimiento de gloria!
Fue entonces cuando contemplé aquellas grandes masas de nubes, algodonosas y blancas, como las de un cuadro del Barroco. Nubes atravesadas por un rayo de sol potente, que reverberaba, como la flecha de Bernini en el corazón de Teresa de Jesús. Rayo de sol pujante que rasgaba las nubes y anunciaba la salida del Padre Eterno con las tablas de la Ley en mano, para entregarlas a Moisés…
Nunca supe si aquel rompimiento de gloria en el cielo fue fruto de la realidad, de mi imaginación infantil, con ecos de la iconografía de estampas religiosas, o memoria de la película Los diez mandamientos de Samuel Broston. Una epifanía única.


1 comentario:

elpedrete dijo...

Julia, una aventura muy bucólica y estupendamente escrita. A mi me han entrado ganas de visitar esos parajes que tan magnificamente describes.

Yo también participo en el concurso de Zenda, pero con un estilo un tanto distinto. Suerte.
https://elpedrete2.blogspot.com/2020/07/zenda-carretera-y-manta.html