lunes, 14 de septiembre de 2020

Florencio de la Fuente: El Quijote del Arte. Memorias (I) Origen de la colección para tres museos en Huete, Requena y Villanueva de Guadamejud

Florencio firmando


Trascripción y redacción: Julia Sáez-Angulo

19/9/2020.- Madrid.- Florencio de la Fuente (Villanueva de Guadamejud, Cuenca, 1926-Cuenca, 2012), pastor que a los 14 años fue a Madrid, donde fue apadrinado por el diplomático y pintor Pedro de Matheu. A través de su padrino trató a distintos artistas como Vázquez Díaz o Benjamín Palencia. Comenzó a coleccionar pequeñas obras arte, grandes más adelante, y reunió casi un millar de piezas que donó a los museos de Huete -que lleva su nombre-, Requena  y Villanueva de Guadamejud. Se avino conmigo, Julia Sáez-Angulo, a dictarme sus memorias, pocos años antes de su muerte, en sesiones dispersas en la cafetería de la calle Barquillo, frente a la plaza del Rey. Ahora van a publicarse en seis capítulos en este blog de “La Mirada Actual”.
*****
                  Mi colección particular de arte comenzó en los años 40 en Madrid. Yo era un muchacho muy joven, casi analfabeto, sin un céntimo en los bolsillos y fascinado por un cuadrito del valenciano Alejandro Comas que había en una tienda de antigüedades junto a la iglesia de Los Jerónimos, no lejos del Museo del Prado. Era un paisaje que representaba el puerto de Palma de Mallorca. Me parecía bellísimo y mi mirada se sumergía en él con verdadera fascinación. Yo lo miraba todos los días por una especie de tragaluz que tenía la tienda y el dueño debió de mosquearse. Mi aspecto de chico delgado, más bien flaco y vestido con ropa gastada debió de inquietarle; quizás pensó que estaba midiendo mis hechuras con aquella posible entrada para robar en otro momento.
                  -Muchacho ¿Qué haces ahí? ¿Qué miras todos los días?, me increpó un tanto serio.
                  - Perdone, señor- le repliqué lo más educadamente que supe. Yo era un joven bastante tímido. –Miro ese cuadrito del mar que me gusta mucho.
                  -Pues pasa a verlo de cerca si quieres- me dijo, cambiando por completo su actitud.
                  El hombre era amable, me lo puso en las manos y, el hecho de que me dejara tocarlo me parecía un regalo inesperado. Me temblaban las piernas. Parece idiota, pero fue así.
                  -Mire usted, el cuadro me parece tan bonito que sueño con él.
                  -Lo puedes comprar a plazos, si quieres- me dijo.
No se me había ocurrido la idea, pero sin saber muy bien por qué acepté de inmediato. Valía mil quinientas pesetas, una fortuna en aquel momento, sobre todo para mí. No me lo llevaría de la tienda de antigüedades hasta no haberlo abonado del todo. No podía dormir de la emoción. Me parecía increíble, ¡un lujo! que aquel cuadro me estuviera esperando para ser mío. Yo ganaba entonces 80 pesetas a la semana trabajando en una tienda de ultramarinos, tenía una hucha en casa y allí metía las perras que me daban como propinas cuando iba a entregar los pedidos a las casas. Mis plazos eran semanales, como el cobro del sueldo.
      Ya que no podía llevarme ningún cuadro del Museo del Prado, compraría esa pequeña maravilla de paisaje para mí solo, para contemplarlo todos los días en mi habitación.
      Al segundo plazo, el anticuario quiso que me llevara el cuadro a casa. Sabía quien era yo, me había estudiado, se había informado y confiaba en mí plenamente. Yo era un chico honrado, como se decía antes, cuando la honra o la reputación de alguien se valoraba de veras en la sociedad. Yo renuncié a llevármelo sin pagarlo del todo; me parecía un sacrilegio el hacerlo. Pero cuando por fin lo pagué me lo llevé a mi habitación de pensión y lo puse en un lugar preferente donde no me cansaba de contemplarlo. No sabría decir muy bien qué me gustaba más, si la pintura del cuadro o el paisaje de puerto de mar que representaba. Yo entonces no conocía el mar, como sucedía con muchos niños y jóvenes de la meseta castellana; tardábamos muchos años en conocerlo.
                  Mi paisaje de Alejandro Comas me hacía soñar con el mar. Más adelante hice un viaje a Palma de Mallorca y a la llegada en barco saqué muchas fotos de su puerto con la catedral al fondo. Creo que en mi inconsciente estaba recreando el cuadro de Comas, por aquello de que la realidad imita al arte.
El hecho de sentirme propietario de aquel cuadro comprado me hacía creerme importante o feliz, no sé muy bien. Con él había creado el propio paraíso en mi cuarto. Ese paisaje, que todavía conservo, iba a ser el punto inicial de una larga línea de pinturas, a las que se sumarían dibujos, esculturas, grabados y fotografías que fui adquiriendo poco a poco a lo largo de mi vida, siempre pagando con mis ingresos o por algunos regalos de artistas que me apreciaban. Con esas obras de arte he conformado los tres museos de arte contemporáneo, en Huete (Cuenca), en Requena (Valencia) y en Villanueva de Guadamejud, mi pueblo natal en La Alcarria, Cuenca. Todavía podría crear otro pequeño museo en otra localidad y siempre he soñado con hacerlo en Hispanoamérica, con las obras que guardo de mi gran padrino Pedro de Matheu (Santa Ana, El Salvador, 1900 – Madrid, 1965), nacido en aquel continente. También en Cuenca, porque esta ciudad iba a ser el primer destino inicial de mi colección, pero las distintas conversaciones que tuve con diferentes autoridades institucionales, políticas o académicas, no llegaron a una concreción definitiva.

                  En España se ha tardado mucho tiempo en aceptar el arte contemporáneo y los artistas no lo han tenido precisamente muy fácil en su vida. Ahora las cosas, afortunadamente, van cambiando. Yo he procurado apoyar y ayudar a unos cuantos artistas que la vida me puso cerca y en los que yo he creído desde muy jóvenes. Me precio de tener buen ojo crítico para detectar donde hay talento plástico, un don innato que cultivé desde mi juventud. Algunas personas del circuito artístico también detectaron mi olfato de sabueso para intuir la valía de un artista en su germen o inicios. Uno de ellos era el gran galerista barcelonés Ignacio de Lassaleta, que lo comprobaba una y otra vez. En cierta ocasión me llamó por teléfono para decirme:

      -Florencio, me gustaría que vinieses a Barcelona para que le eches una ojeada a los dibujos y esculturas que tengo de un muchacho joven. Yo creo que es un buen trabajo de artista, pero quiero que lo mires con tu ojo clínico.
      Me mandó un billete de avión y reservó una noche de hotel para que yo viera aquellas piezas del escultor incipiente. Cuando las vi corroboré de inmediato su primera impresión:
      -No lo dudes. Apuesta por este escultor que es un corredor de fondo.
      No me equivoqué. Era Jaume Plensa. Algunas obras suyas pasaron más adelante a mi colección particular.
      Lo que me sucedió con el cuadro de Alejandro Comas se fue repitiendo a lo largo de mi vida. Cuando veía una pieza artística que me gustaba, el galerista enseguida me decía que me la llevara, a pagar en los plazos que quisiera. Todos insistían porque sabían que era buen pagador. Toda mi vida he sido muy formal en este campo de las deudas ¡qué le vamos a hacer! Uno es como es. Esa formalidad era mi privilegio y mi perdición, porque me empeñaba hasta las cejas y tenía que renunciar a otras cosas para pagar la obra contratada. Pese a todo, me ha compensado. 
    He sido feliz viendo arte, recorriendo museos y galerías, comprando algunas piezas que las seleccionaba para mí y las hacía convivir conmigo a modo de un jardín de arte que me proporcionaba placer y satisfacción. Eso y no otra cosa es una colección de arte. Un huerto cerrado de ingenio y talento que te hace disfrutar, sentirse a gusto en un habitat donde la creatividad plástica se muestra de distinta forma y concepto. Siempre así hasta que un día, a medida que pasan los años, se empieza a pensar que aquellas obras de arte hay que compartirlas con otros, mostrarlas para que el conocimiento y el disfrute de las mismas sea más amplio, para que todo aquel tesoro y caudal tenga un destino adecuado y definitivo, más allá de uno mismo. 
     Es entonces cuando se empieza a pensar, en una colección pública, en un museo que albergue de modo ordenado y didáctico toda la colección en un edificio bueno y seguro. Sólo lo empecé a pensar cuando había comisarios de exposiciones que me pedían prestadas algunas obras de mi colección para exhibirlas públicamente.
      He conseguido el objetivo en el Museo de Arte Contemporáneo de Huete, un edificio histórico soberbio, el antiguo convento de la Merced, del siglo XVII, donde hay obras, entre otros de Salvador Dalí; Cristino de Vera; Gustavo Torner; Guayasamín; Oscar Estruga; Pedro Castrortega; Juan Gomila; Mariscal; Carmen Zulueta o Javier Abad, además de mi padrino Pedro de Matheu. Se inauguró en 1990 con doscientas obras.

      El Museo de Arte Contemporáneo de Requena se inauguró por la ministra de Cultura, Carmen Calvo, en 2005, en la antigua casa solariega de los Gil Fagoaga, con obras que llevan la firma de Pablo Picasso, Joan Miró, Dalí, Benjamín Palencia, Luis Gordillo, Gerardo Rueda, Mompó, Antoni Tápies, Eusebio Sempere y muchos otros. Unas cuatrocientas obras en total.
      El museo de Villanueva de Villamejud es de obra de pequeño formato, algo así como la consagración del origen de mi colección, el pequeño cuadro de Alejandro Comas, el paisaje del puerto de Palma de Mallorca. Un museo de gabinete, como dicen algunos. Una joya muy especial para el antiguo espacio de las escuelas municipales, que van a albergar obra y nombres de artistas conocidos. Piezas que quizás no nacieron con vocación de museo, pero que hoy van a conformar una colección pública singular en el pueblo que me vio nacer. Un pueblo que merece garantías, porque tiene historia como lo demuestra su iglesia bonita y bien conservada.
      Todavía me queda obra para un cuarto museo en otra ciudad, bien sea en Cuenca o en El Salvador. Sólo hay que encontrar la situación propicia.

      Nunca he vendido una obra de mi colección artística, ni siquiera para comprar otra mejor. Cada pintura, escultura, dibujo o grabado, responde a mi interés personal en un determinado momento. Unas veces se acierta más que otras al adquirlas, pero no reniego de ninguna pieza. Con el tiempo, algunos artistas me hicieron, a su vez, alguna donación o me rebajaron el precio de sus obras para que yo pudiera adquirirlas con más facilidad y pertenecer a mi colección. Desde que se inauguró el M. A.C. de Huete, las facilidades han sido mayores. Si una obra suya valía cien, a mí el artista me la dejaba en veinte.
      He comprado arte sobre todo en galerías. Comencé a visitar las ya desaparecidas galerías Abril, Toisón, Prisma... Los galeristas me han tratado bien en general y algunos como Jorge Kreisler, con mucha estima y afecto.
      Algunos conocidos me han pedido asesoramiento para comprar obras de arte o me han encargado que yo lo hiciera. Sabían de mi intuición y mi experiencia para elegir piezas buenas y relevantes. Algunos me insistían en que fuera a buen precio. El ojo clínico en arte se educa.

Más información

* Mañana: Florencio de la Fuente: El Quijote del Arte. Memorias (II). De Villanueva de Guadamejud (Cuenca) a Madrid

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Este inicio de memorias es una novela en sí mismo. La escritura transparente de Julia y el personaje protagonista, este coleccionista con verdadero amor por el arte, crean un ambiente lleno de sugerencias y poesía.

Raúl dijo...

Dicen que los coleccionistas son tremendamente obsesivos. Puede ser. Yo no soy coleccionista sino un muy desordenado juntador de cosas viejas. pero ellas son mi mundo. Agradezco a los coleccionistas su sed de tesoros.
Raúl

Unknown dijo...

Gracias Julia por recoger todos estos comentarios que recuerdo contar a Florencio.

Teresa dijo...

Conocí a Florencio y era un hombre grande y bueno de sonrisa limpia y con el corazón partido por el arte y los Artistas desde joven empezó su Colección y ayudaba y protegía a los verdaderos artistas Mi ex esposo Kiyoshi Yamaoka tiene expuesta y colgada su obra en el Museo de Huete ,hicimos una gran Exposicion hace aproximadamente unos 30 años de su obra en el Museo de Huete que conocí y disfruté y que me encantó ,...durante una semana. Estuvimos en Huete viviendo una experiencia maravillosa e inolvidable ahora al recordarle me emociono de su acogida y celebración de esta Gran Exposición,vino a mi casa Muchas veces y fuimos muy buenos amigos...
Siento mucho su pérdida . Y mi deseo es que su recuerdo para mi tan querido quede ya para siempre como el bonito recuerdo de un Colecionista íntegro dedicado.a descubrir , amar y vivir por y para el Arte empleando en su empeño toda su vida ,estará feliz arriba y seguirá buscando cada día esa eterna belleza que el tanto deseaba y quería
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