Julia Sáez-Angulo
22/3/21.- Madrid.- Cinco autores: Jacques Ancet, Jaime Siles, Jordi Doce, José María Micó y Laurence Breysse-Chanet escriben y reúnen sus ensayos o conferencias sobre la figura de Manuel Álvarez Ortega en el libro titulado “Manuel Álvarez Ortega. Traducción poética, lucidez, critica social y denuncia”, publicado por Devenir, en edición de Juan de Dios Torralbo Caballero.
Manuel Álvarez Ortega (1923-2014) “dedicó buena parte de su esfuerzo creador a componer versiones poéticas acercando a su lengua materna un número notable de poemas en francés”, nos recuerda Torralbo en su introducción. Álvarez Ortega escribió al menos cuatro antologías: “Poesía belga contemporánea” (1964), junto a otros autores; “Poesía francesa contemporánea (1915-1965), en 1967; “Poesía simbolista francesa” (1975) y “Veinte poetas franceses del siglo XX” (2001). También publicó libros individuales de autores franceses, acercando por tanto la poesía gala al lector español.
A su vez, Manuel Álvarez Ortega es un “poeta extemporáneo”, al decir de Fanny Rubio
La valía de Álvarez Ortega como traductor se aborda en los ensayos del libro que nos ocupa, al igual que su labor como poeta. El libro da testimonio oscura y solitaria, al tiempo que reconoce “su trabajo de traductor -de transcreador- llevado a cabo con pasión y perseverancia durante más de medio siglo al servicio de la poesía moderna y contemporánea de lengua francesa”.
“Sobre el fondo de tantas imágenes tenebrosas (cenizas, fosos, sudarios, cuchillos, espectros, osarios… es donde vienen a brillar en su frescor nuevo las entrevisiones de un mundo sin nombre aún y que a pesar de o a causa de la impermanencia de todo, no deja de comenzar”, escribe Torralbo.
Desde el negro templo, cuando más solo queda el cuerpo, y el
alma, olvidado el insomnio, halla su paz.
El hombre sale de su oscuridad, se confedera con el día, respira el
aguacero otoñal, y a vivir se dispone.
En el aire iluminado vagan unas alas difusas, ciertas plumas tibias
Rozan su rostro, breve humareda de fechas dicen la maldad.
Entonces, convenida la señal, en el deleite de saberme libre, se
Apresura a cortar la fría rosa que, con tanta complacencia en su
huida se ofrece.
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