viernes, 22 de julio de 2022

ANTONIO SOLER, la escultura como pasión y consagración en la vida del artista

 
"Torero", escultura de Antonio Soler

Antonio Soler, escultor



Julia Sáez-Angulo

21/7/22.- Madrid.- Hijo y nieto de pintores, Antonio Soler (Lorca. Murcia, 1969) optó por la tercera dimensión en el arte y se consagró a la escultura desde muy niño. Con una vocación acendrada, ha ido dando forma a los diversos materiales, barro, madera, piedra, mármol y es este último, el mármol, el que prefiere porque disfruta cuando lo toca, lo acaricia y lo huele. “No hay nada como la sensación, la grandeza y el poder que te ofrece la piedra para trabajar. De esto sabe también Héctor Delgado (el escultor que nos acompaña en la entrevista)”. Su estilo principal es el expresionismo contenido, pero también cultiva el realismo en los encargos, sobre todo en retratos. La experiencia le permite trabajar en la talla directa, sin boceto, sabiendo que un error en el cincel puede arruinar la pieza. “He vivido siempre de la escultura” dice con naturalidad y satisfacción al mismo tiempo.

Antonio Soler estudió música (toca el clarinete) y artes marciales, sin abandonar en ningún momento la escultura. Tiene cuatro hijos de los que se siente orgulloso y hoy está casado con la pintora Laura de la Cierva . Se considera un “artista domesticado”. Su bohemia es contenida. “No me atreví a lucir un pendiente en la oreja hasta que murió mi padre”.

El escultor acaba de instalar la escultura “El heraldo” en Novelda (Alicante) y un escudo para una casa solariega en El Casar, pueblo de Guadalajara. Le acaban de encargar otro y no quiere de momento seguir esculpiendo escudos. Sabe que la escultura es arte y oficio y a ella se entrega, porque está claramente convencido de que es su destino. Su padre, catedrático, le advirtió sobre la vida dura del escultor, pero él siguió adelante en su empeño.

Antonio Soler explica que trabaja el gran formato monumental al aire libre y el mediano o pequeño formato para exposiciones y ferias, al tiempo que va mostrando y acaricia en su amplio taller de Cobeña (Madrid) sus trabajos en mármol de Macael, negro africano, belga, piedra de Calatorao, alabastro, caliza, jaspe, ónix, madera, bronce… pero prefiere el mármol de Carrara, que “es como azúcar, como nieve, con su blanco impoluto” que deslumbra hasta el punto de quemarle en una ocasión las retinas, por trabajar con él al aire libre en el patio de su taller. 

“Cuando mojas la pieza de mármol de Carrera, parece porcelana”, dice, y recuerda con agrado su estancia en la gran cantera de mármol blanco en Carrara, Italia, en un viaje que hizo para elegir un bloque adecuado para un trabajo. “Era emocionante verte tan pequeño en aquella excavación gigante de la cantera en la montaña, más alta que una catedral. Carrara es un sitio que evoca a Miguel Ángel Buonarroti, allí se conserva su casa y allí esculpió su célebre pieza el Moisés. Los italianos me trataron muy bien y ese recuerdo siempre será grato”. 

“Carrara es modelo de cantera y atención a los escultores, del que debían de tomar modelo las canteras españolas. Su buen gusto y trato, así como los talleres para niños son un ejemplo. Hay otro mármol blanco de Carrara, el estatuario, que lleva algunos puntos y vetas en negro”. “En Carrara hay mucho cantero enterrado”, añade, como equilibrio a sus elogios del lugar. Allí hubo mucho trabajo y esfuerzo. “La escultura es una tarea dura y son bastantes los profesionales que acaban con algunos dedos del pie aplastados y de ello dio fe el propio Miguel Ángel en uno de los pies de su Moisés, donde quiso reflejarlo”.

Le pregunto si su maestro es Miguel Ángel y dice que lo reconoce como uno de los grandes, pero su máxima admiración va hacia el posterior Bernini (1598-1680) más versátil y proteico. “Bernini es tierno, dramático, señorial… Es capaz de todo”.

Soler dice que cuando ve un trozo de mármol, adivina de inmediato la figura que lleva dentro. “Hay que aprovechar la forma y las vetas con todas sus posibilidades. Sus ángulos, color, vetas o grietas me van marcando el camino”. A veces, es escultor rescata piedras hermosas de una escombrera, o restos de una gran escultura para hacer otras piezas. El resultado es asombroso.

La serie de trabajos escultóricos de Antonio Soler es amplia y variada. Ha llevado a cabo las esculturas del iconostasio de la iglesia ortodoxa de Madrid, por encargo del padre Andréy, que aprecia mucho su escultura. “Fue un trabajo soberbio, al que añadimos jaspe rojo para cuatro columnas. El relicario en ónix parecía madera. La escultura de la Virgen pesaba 1500 kilos. El iconostasio es un lugar al que no pueden pasar las mujeres”, me explica. 

La vida del escultor es azarosa y llena de anécdotas, como la de tantos artistas. Se reciben encargos que a veces no se cobran o se tardan en cobrar, pero también hay satisfacciones como la de contar, en su caso, con dos coleccionistas entregados a su trabajo, que le han adquirido pieza tras pieza con entusiasmo. ”A veces, termino una obra por mi cuenta y pienso que le va a gustar a uno de ellos y, cuando viene el primero dice que le gusta pero no la adquiere. Me encarga otra pieza. Él es coleccionista principalmente de encargos”.

Soler muestra orgulloso la imagen de la escultura de un retrato por encargo de un hombre joven con su perro. “Admiraba a Egon Schiele y quería que la pieza fuera en su estilo expresionista. Fue así como comencé con el expresionismo. El retrato quedó espléndido, el cliente, muy satisfecho y me cuenta que son muchos los amigos y conocidos que le piden ir a ver la escultura, lo que me llena de satisfacción también a mí. No me gustan los retratos suaves o dulces, prefiero plasmar en ellos los sentimientos, emociones o fantasmas que todos llevamos dentro”.

La pandemia del covid-19 y después la guerra de Ucrania han interrumpido diversos trabajos y proyectos para el escultor -al igual que para otros artistas-, como el de la restauración del monumento a los rusos muertos en un naufragio en Baleares en el siglo XVIII. “Hubo un centenar de muertos, y los cadáveres se recogieron en la costa balear. Rusia pagó el monumento, que se arruinó durante la guerra civil española de 1936 y, por iniciativa del padre Andréy, se iba a rehacer con otro. Ahora, por la situación bélica, las cosas tienen que esperar”, explica Soler.

En el taller se expone una bella pieza “Los sueños de Brancusi” en mármol africano, una escultura para la ONCE, una maternidad de mujer encinta, varios bustos, toreros, dos Meninas, desnudos femeninos… Pero llama la atención un gran árbol esculpido en marcha, “El fauno”. “Es un olivo que rescaté en un campo que estaban desarbolando y al ver el ejemplar lo quise comprar. Lo pagué a precio de leña. La madera es muy dura, eterna, y lo voy trabajando poco a poco con una serie de figuras alusivas a distintas situaciones”.

Antonio Soler es un hombre tranquilo, que dejó su Murcia natal para trabajar en Madrid. “Renuncié a un taller/estudio mucho más grande que este, cuando me casé, pero no me quejo. Aquí estoy muy a gusto.

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Julia Sáez-Angulo y Antonio Soler


Rafael Soler y Héctor Delgado, escultores

1 comentario:

Norma D Ippolito dijo...

Muy buena nota,muy rica en explicaciones sobre técnicas y materiales.Gracias