Julia Sáez-Angulo
Fotos J. Sáez
30/8/24.- El Escorial.- La despedida del verano está al llegar. No me puedo quejar de este retorno de estío en el Real Sitio. Nos espera la ciudad, con su “Madrid me mata”, pero Madrid, capital de la cultura por excelencia, también nos estimula. Hablo con plural de Majestad, porque todo se pega en estos pagos, desde Felipe II.
Post Fata Resurgo, era leyenda habitual en inscripciones romanas y renacentistas, se identifica con el resurgir después de un desastre y se vincula a la imagen del Ave Phoenix, figura mitológica que renace de sus propias cenizas. El mismo lema Post Fata Resurgo es también “frase que alude a la recuperación y el nuevo renacimiento de la Villa de El Escorial, tras la destrucción causada por los franceses en la Guerra de la Independencia (1808-1814), y a la esperanza de los vecinos del pueblo de lograr superar las penas y sufrimientos pasados a lo largo de los años de guerra. Las tropas de Napoleón fueron derrotadas por los escurialenses, y la expresión sella el compromiso de unos vecinos que asumen su destino (fatum) y se comprometen colectivamente a un nuevo renacer”, según relata el texto del Consistorio.
La frase inscrita en el dintel de la puerta del Monasterio de Prestado, antigua casa de Felipe II en El Escorial, suponía el comienzo de algo nuevo para la Villa, que iniciaba así su camino hacia la modernidad. «Post Fata Resurgo», como se muestra en la imagen, corona el escudo del pueblo que, a través de su simbología, nos cuenta la historia de aquella época y de cómo el pueblo de El Escorial se convirtió en «La Leal Villa» por decreto del Rey Fernando VII.
Un repostero elegante, con dos leones que aplastan el águila de los gabachos, luce estos días de fiesta como colgadura en el balcón del Ayuntamiento, junto a los dos aésculos (encinas) que lo flanquean. Pero ¡ay de mí!, justo al lado del Consistorio, una cafetería luce también el rótulo de su establecimiento con grandes letras que dicen: “EL ANTIGÜO SALÓN”. La diéresis en la palabra “antiguo” me dañaba la vista cada día y helaba el corazón. Entraré y se lo comentaré discretamente al dueño, pensé. Pero recordé, entonces, lo que me sucedió en Madrid, poco antes de vacaciones, cuando le advertí a un hombre, un cuarentón, que paseaba suelto a su perrazo, a las 11 de la mañana:
-Perdone, señor, pero está prohibido pasear suelto a un perro.
El hombre, sorpresivamente, se me acercó al oído y me susurra:
-Las personas que temen a los animales son unos indeseables.
-¡Es Ud. un cretino!, reaccioné
-¡Y Ud una imbécil! me replicó
-¡Estúpido!, continué
-¡Váyase a la m…!, me lanzó.
Lo dejamos ahí. Yo me reproché en silencio haber caído tan bajo, perteneciendo a una buena familia. Esto me pasa -me justifiqué- por conocer la lengua en todos sus registros.
Reflexioné en El Escorial: Si entro a decirle que corrija la diéresis del “Antigüo Salón”, me arriesgo a un bufido, una estampida o a un chorreón de improperios, por parte del dueño. El ego es muy sensible a todos los niveles. Pero en un arranque de valentía, una mañana entré en el local y pregunté por el dueño, un hombre de aspecto serrano, en el mostrador.
-Mire, no sé si es consciente de que el nombre de su establecimiento está mal escrito y llama la atención negativamente. “Antiguo” no se escribe con diéresis.
El hombre me miró como a una extraterrestre, pero sin perder la sonrisa me contestó:
-¡Ah! Yo no sé. Eso me lo hizo una imprenta.
-Pues dígale que se lo corrija, porque va en su contra: es una falta de ortografía.
Salí sin magulladuras y respirando hondo de “El Antigüo Salón”. El próximo verano comprobaré si se me ha hecho caso.
La defensa de la lengua es a veces ardua. Recuerdo otra vez, en la capilla de un Colegio de Enseñanza Media, vi una colgadura que decía para los alumnos “Todos juntos en unión y fé”.
-La palabra fe no se acentúa, porque no se acentúan los monosílabos, a menos que coincida con otra palabra idéntica de distinto significado, expliqué lo más humilde que pude.
-Ya lo sé, ya nos lo han dicho, me contestó el fraile, pero quitar la colgadura es laborioso, argumentó con cara resignada
-¡Pero esto es un colegio de Bachillerato y lo van a leer muchos escolares!, protesté por lo bajo.
Al día siguiente, habían tachado la tilde sobre la “fe”.
La R.A.E. debiera de condecorarme por estas actuaciones aguerridas, en las que corro serios riesgos de ataque con insultos o algo más.
¿Me estaré volviendo una tocapelotas?
Mientras caminaba fui pensando ¿por qué el dueño del perro me susurró el improperio? Llegué a la conclusión de que si me lo gritaba, el perrazo me hubiera mordido y él lo sabía.
NOTA BENE. Del tejado del Monasterio de Prestado se cortó la higuera nacida entre las tejas. Ahora crea un ailanto.
5 comentarios:
Me ha encantado Julia. De cualquier cosa sacas un bonito articulo. Un abrazo
Paloma Castellanos : Doy fe, no es diacrítica
ADRIANA ZAPISEK : Ayyy Julia, me has hecho reir, gracias !!!
Siempre hay que buscar la excelencia. Gracias
Creo que es bueno tener respeto por Doña Gramática. Nuevos saludos,
Raúl
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