viernes, 18 de marzo de 2011

Carlos Boix expone Pinturas y Dibujos en el Palau de la Música de Valencia



Pintura de Carlos Boix

L.M.A.



El artista cubano Carlos Boix (La Habana, 1949), de nacionalidad sueca y residente en Madrid, expone en la Sala de Exposiciones del Palacio de la Música de Valencia, una muestra de su pintura y sus dibujos bajo el título de “Touch and Go”. Recientemente hizo otra exposición de pintura muy celebrada en Madrid, bajo el título de “Swaps” (Cambio), que fue presentada por el escritor Juancho Armas Marcelo. Tomás Paredes, presidente de la Asociación Madrileña de Críticos de Arte, AMCA, escribe así en la presentación de la pintura de Boix.

“¿Qué fue antes, lo tremendo o lo cubano? Excéntrico, amen de otras querencias, vale por raro, extravagante, que está fuera del centro o que tiene su centro en orbe propio. Trashumante, se dice de la persona que cambia con frecuencia de lugar. Dionisíaco refiere explosión de vitalismo salvaje que excede la individualidad. Dionisos exalta la danza orgiástica de las bacantes, de los danzantes de San Vito o de rituales afrocubanos, mientras el actuante se hunde en la vorágine vital de su presencia. Tremendo se quiere terrible, digno de respeto y veneración, travieso, demasiado, excesivo.

Esto valdría para explicar a Carlos Boix. Mas, ¿y su pintura, su escultura, sus escenografías, sus fotos, sus collages? Por ahora, la pintura, que es lo que muestra aquí, en Valencia, bajo el rubro feraz y voraz de “Touch and Go”. Pintura explosiva, rítmica, vibrante, matérica, tremenda. Los gestos expresionistas se cruzan con rasgos surrealistas y ecos pop, tejiendo mosaicos cromáticos, que espejean su inquietud, su demasía, su cubanía tibar, que observa desde la copa de una majagua o una ceiba.

Esto bastaría. El hombre y la obra. Extravertido, contumaz, vitalista, tenaz, Boix es un campo de vivencias que reposan sobre un lienzo en forma de crónica vital. Un cemí, que vuela “en cóndor esparciendo/ la semilla del fuego”, como reza el verso de Juana Rosa Pita, esa diosa, “heredera votiva de los nahuas”, que huele a limpio y a jazmín. Color, pasión, rabia, olor, agua, lejanía, ternura, crítica, humor, cubason, pintura, pintura loca.
Hay elementos vitales y existenciales que coadyuvan en su estructura rutilante de cubano libre y disidente. Así como hay señales que se imbrican en la piel lúcida de su lenguaje estético. Pero, nada es fácil. Ni la pintura ni la vida, por más que Boix sonría o amusgue la mirada. En “Crónicas del Caribe”, poema Fe de erratas, escribe Juana Rosa Pita: “Si/ también es muy difícil ser cubano/ y sentirse la savia desmentida/ clamando en universo:/ ciudadano del sol y del olvido/ sembrado divagante”.

La pintura de Boix elogia las grisallas y los delirios cromáticos, en ella está la vida en la isla y la nostalgia, la alegría y el racionamiento, las carencias y el son desbordado, el baño de Dánae y el bla-bla-bla. Por sus murales de ausencias cruza un aire de sentencia, una certeza, entre bromas y charangas, autos viejos y guaguas. El agua, siempre presente, el sufrimiento, el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Y sus cambalaches, esa amalgama de objetos dispares que se abrazan en el blanco corazón del cuadro, para encender la llama alba que permite leer los secretos del olvido y la desidia.

Dice Juan Alcalde que “la cordura está en el disparate”. ¿Dónde está el perfume, sino en los labios gustosos del deseo? Sostiene Armas Marcelo que, Boix es oriundo de La Víbora y que en su nacimiento la isla se conmovió de aves, que tatuaron el cielo de dibujos y colores. En su infancia, obró varios milagros y quisieron darle trato de chamán, hasta el propio Comandante lo propuso a la veneración, pero Boix sólo pensaban en volar. Trataron de enviarlo a la guerra, pero les convenció de su locura y le mandaron al desecho.

Portocarrero le enseñó a dibujar alas y ángeles, introduciéndole en la sabiduría de Dédalo, que encerrado en el laberinto que había construido, por orden de Minos, burló a éste con una treta: solicitó cera y alas para construir un regalo para Minos, pidió probarlo y cuando se balanceaba en el aire, con su hijo Ícaro, huyeron ambos del laberinto. Luego, Ícaro, menospreciando al Sol, se estrellaría, mientras Dédalo siguió dando muestras de su arte y de su ingenio.

Boix cuenta que fue vocacionado desde siempre para la odisea, el viaje que le ha hecho trashumante. La Habana, Roma, París, Estocolmo, Ginebra, Madrid….Pepe Esteban apunta que las destrozonas y comblezas de las calles canallas de Ginebra se reunían en una paladar improvisada para festejar las bodas de Lujuria y el Fandango, que retrata de forma fragmentaria en sus lienzos el pintor.

La figuración surrealista y la liturgia del deliro, evidentes. Pero, hay más: el dibujo a carboncillo dialoga con el acrílico, narrando historias estuosas o milagrerías que tejen un mosaico de calenturas y aventuras caribeñas, un danzón de mamaseras candongas.
En Boix se unen y confrontan, el nuevo y el viejo mundo. El pop y el expresionismo, la crítica social y el capricho, la pintura callejera de acción y el trabajo de taller, armonizador. Por momentos ejerce de grafitero dandy; en otros, se pone macarra y deja que las ideas de belleza copulen con los objetos lumpen y los lampos con energía orgásmica.

Ni quiere ni puede ocultar de donde viene. ¿Hacia donde va, a dónde mira?, esos es más enigmático. Caribe, viene de Cuba, de una larga andadura por capitales de Europa, saboreando la distancia, el ron y los habanos. Es un excéntrico, trasgresor, un rapero, que lo mismo interpreta letras de rock que música de Alejandro García Caturla o Ardevol.

Anferal señala su gestualismo, su alfayo técnico en la composición, su jerarquía en ordenar lo ingobernable. La fuente de esta obra está en el calor de la isla, con contagios de gringos y grimorios. El bistre reta a los grises, dejando pellizcos de amarillo, grancé, cobalto, verde permanente y azulmar adunia.


Obra de Carlos Boix

La pintura de Boix tiene mucho de macunaima donde se metamorfosean las distintas tradiciones que integran lo caribeño. Sincretismo religioso de creencias y santerías, que llegan a la época actual, conviviendo con las tecnologías y la proliferación robótica, en un intento de crear una entidad nacional sin tradición, una rapsodia hechicera con pasado y con futuro.

Cuando Mario de Andrade escribió Macunaima, hizo dos prólogos: uno antes de tener la obra y otro posterior, pero luego no publicó ninguno:”El público lo entenderá como le viniere en gana”. La mejor receta para contemplar la obra de arte. En el primero, 1926, dice el autor brasileño: “Entre alusiones sin maldad o secuencia descansé el espíritu en ese yerberío recién crecido de la fantasía donde la gente no oye las prohibiciones, los temores, los sustos de la ciencia y la realidad…”

En su magnífico poema – “Caribe Amado”, escribe Juana Rosa Pita: “Trasvolando el Caribe/ pasé sobre mi isla que dormía/ y repoblé su sueño”, para terminar con esta oración: “Me aromaron imágenes de un sueño:/ no hay nada que enarbole más silencio/ que la voz de una isla cuando duerme”.

Cuando duerme Cuba, Boix no es capaz de conciliar el sueño y pinta. Y pinta porque sueña que le acerca a Cuba y siente, con la poeta, que esa acción recarga el corazón de su no país. Y oye el latido de su música cuando cesa la lluvia y la hecatombe de los huracanes, y pinta. Y por eso pinta. Y por eso se desvela y abre los ojos al sueño cuando pinta”.


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