El Museo del Prado y la Obra Social
"la Caixa" acercan a Palma los maestros del paisaje nórdico
Del 19 de junio al 29 de septiembre de 2013
El
Museo del Prado y la Obra Social “la Caixa” presentan en la capital balear la
exposición “Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado” formada
por 44 pinturas de los más
destacados maestros del género que atesora el Museo. Se trata de la primera exposición compuesta
íntegramente por fondos del Prado que se celebra en las Islas Baleares.
Tras su paso por Valencia, Zaragoza y Sevilla, la presentación
en Caixa Forum Palma de esta importante selección de paisajes es una nueva
colaboración entre el Prado y la Obra Social “la Caixa” a
partir de los fondos del museo y con la que la entidad quiere conmemorar el centenario de la entidad financiera en las Islas
Baleares y el vigésimo aniversario de CaixaForum Palma.
L.M.A.
La directora general adjunta de la Fundación
"la Caixa", Elisa Durán; el director del Museo Nacional del Prado,
Miguel Zugaza; la directora de CaixaForum Palma, Margarita Pérez-Villegas; y
Teresa Posada, comisaria de la exposición han presentado esta mañana la
exposición Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado.
Coorganizada por el Museo del Prado y la
Obra Social “la Caixa” es una exposición de gran importancia, tanto por la
extraordinaria calidad de las obras que la componen y la categoría de los
maestros que las realizaron, como por la aproximación que plantea a las
diferentes tipologías del paisaje que surgieron a lo largo
del siglo XVII en Flandes y Holanda.
Se trata de la quinta exposición
coproducida entre el Museo del Prado y la Obra Social “la Caixa” –tras “Goya.
Luces y Sombras” celebrada en CaixaForum Barcelona y la cuarta sede de las
itinerancias de esta muestra que fue clausurada en Sevilla el pasado 2 de
junio-. Con “Rubens,
Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado”, el Museo del Prado llega a
CaixaForum Palma para presentar una muestra itinerante compuesta íntegramente
por sus fondos y la entidad financiera celebra
con la ciudadanía el centenario de su presencia en las Islas Baleares y el
vigésimo aniversario de CaixaForum Palma, su centro social y cultural.
“Rubens,
Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado” constituye una oportunidad
excepcional para disfrutar de un recorrido por el evocador mundo del paisaje
nórdico apreciando la maestría con la que los pintores representaron con
fidelidad montañas, bosques, campiñas, ríos, mares, parajes cubiertos de nieve
o canales helados, inmersos en una luz naturalista.
Durante
la Edad Moderna, los italianos llamaron “nórdicos” a los pintores de las
tierras que estaban más allá de los Alpes y fundamentalmente a los de los
Países Bajos. Allí, el contexto social y cultural hizo que, a lo largo del
siglo XVII, pintores y coleccionistas se apartaran en gran medida de los temas
heroicos propios de la pintura de historia en favor de asuntos cotidianos, pero
igualmente aptos para la pintura. Entre ellos estaba el paisaje, que pasó a
convertirse en un género pictórico independiente en el que el asunto
representado se relega a un segundo plano y se convierte en pretexto para
representar con fidelidad los elementos de la naturaleza.
Comisariada por Teresa
Posada Kubissa,
Conservadora de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte (hasta 1700), la muestra
está compuesta por 44 obras y entre
los pintores que integran esta exposición figuran los más destacados maestros
del género, con obras tan representativas como Paisaje alpino de Tobias Verhaecht, uno
de los maestros de Rubens; La vida campesina y Boda
campestre de Jan Brueghel el Viejo, además
de La Abundancia y los Cuatro Elementos
que pintó en colaboración con Hendrick van Balen o Mercado
y lavadero en Flandes en colaboración con Joos de Momper el Joven; Paisaje con
gitanos y Tiro con arco de David
Teniers o los dramáticos Asedio de Aire-sur-a-Lys de Peeter Snayers y Bosque con una laguna de
Jan Brueghel el Joven y taller.
Las dos
tipologías más características del paisaje nórdico –el paisaje de invierno y el
paisaje de agua– están representadas con obras tan delicadas como El puerto de Ámsterdam en invierno de
Hendrick Jacobsz Dubbels o Paisaje con
patinadores de Joos de Momper el Joven; y por pinturas como Playa con
pescadores de Adam Willaerts, que une el paisaje con la escena de género. Un puerto de mar y Paisaje con desembarco de holandeses en tierras de Brasil de Jan
Peeters aluden a las lejanas tierras a las que las rutas comerciales llevaron a
los holandeses. Y, por último, está Rubens, el gran maestro flamenco, cuyos
paisajes constituyen la parte más íntima, más personal de su producción. De
ellos se expone el soberbio Atalanta y Meleagro cazando el jabalí de Caledonia, una de las
obras cumbres del paisaje nórdico. La exposición
concluye con algunos de los paisajes encargados por el monarca español Felipe
IV para decorar el palacio del Buen Retiro de Madrid a Claudio de Lorena y Jan
Both, jóvenes pintores nórdicos que iniciaron en Roma el llamado “paisaje
italianizante” que en Holanda contó con numerosos seguidores. Pero el más destacado fue Philips Wouwerman, que se
especializo en la representación de cacerías como Parada en la venta que adelantan ya
el gusto rococó.
Catálogo
Como es habitual, la exposición contará
con su correspondiente catálogo, editado por el Museo del Prado y a cargo de su
comisaria Teresa Posada Kubissa, que se podrá adquirir al precio de 25 euros.
Secciones
de la exposición
Esta
exposición propone un breve recorrido, a través de nueve secciones, por las
distintas tipologías de paisaje que surgieron a lo largo del siglo XVII en
Flandes y Holanda:
1. Paisaje de hielo y
nieve
Las vistas de
canales helados con gentes ocupadas en sus tareas o disfrutando de su tiempo
libre son, sin duda, los paisajes más específicamente nórdicos. Su origen se
remonta a la miniatura que ilustra el mes febrero en el libro Las muy ricas horas del Duque de Berry (1411-16).
Sin embargo, fue Pieter Brueghel el Viejo (h.1525-1569) quien los popularizó y
los pintores holandeses quienes los consolidaron como un género independiente
al desvincularlos de la representación de los meses del año o de las escenas de
Navidad. Desde el punto de vista artístico, el invierno proporcionaba la
ocasión de estudiar y reproducir los especiales juegos de luces y reflejos
sobre el hielo y la nieve y las consiguientes tonalidades delicadas de azules y
rosas; desde el punto de vista iconográfico, era el pretexto para representar
escenas de género sobre el hielo. Por ello, estas vistas son un documento de
primera mano para conocer el transcurso de la vida diaria durante esos largos
inviernos y ratifican lo narrado por numerosos viajeros de la época sobre la
capacidad de aquellas gentes para disfrutar de su país aun en condiciones
extremas, pero también son imágenes de la dureza de los enfrentamientos
militares durante el invierno. A finales del siglo XVII el género había pasado
de moda.
2. El bosque como
escenario: La vida en el bosque, El bosque bíblico y El bosque encantado
Desde la última década del siglo XVI,
Paul Bril (1553/54-1626), Gillis van Coninxloo (1544-1606) y Jan Brueghel el
Viejo enfrentan al espectador con el bosque, invitándole a explorarlo.
El bosque de los pintores nórdicos es un
lugar real, aunque idealizado, pintado para emocionarlo. Es el bosque que el
pintor conoce, que vive y que desea que el espectador también conozca y viva.
Por ello le obliga a adentrarse en su espesura para descubrir la vida que
acontece en él.
Además, este bosque naturalista es
también el escenario de dos narraciones bíblicas concretas, Adán y Eva en el
Jardín del Edén (Génesis 2) y la entrada de los animales en el Arca de Noé
(Génesis 7), o el escenario de asuntos mitológicos, un “bosque encantado”.
El “bosque bíblico” es un
canto a la Creación y una invitación al goce estético de la belleza sensual del
hombre, del mundo animal y vegetal. El “bosque encantado” es, por el contrario,
una celebración del goce estético que produce la belleza sensual del desnudo.
Como era práctica habitual en los Países Bajos, muchos de estos bosques son obra
de colaboración entre dos pintores, uno especializado en paisaje y otro en
figuras.
3. La vida en el campo
El 9 de abril de 1609 se firmaba la
Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Bajas del Norte, las
protestantes, que se constituyeron en una nación independiente y pasaron a ser
las Provincias Unidas. Mientras tanto, las Provincias Bajas del Sur, las
católicas, permanecieron bajo la soberanía española.
En las Provincias Bajas, los archiduques
Alberto e Isabel Clara Eugenia iniciaron una política de recuperación económica
y cultural encaminada a la consecución de un sueño: la reunificación final de
todas las provincias, católicas y protestantes, en una nación soberana y
tolerante. Por su parte, la burguesía mercantil transformó las siete Provincias
Unidas en una de las principales potencias europeas del siglo XVII.
Unos y otros se sirvieron
de la pintura como propaganda. Los primeros, para difundir la imagen de un
nuevo orden social, armónico y feliz. Los segundos, para mostrarse como una
nación flamante y poderosa. Puesto que para la reconstrucción de las Provincias
Bajas la colaboración del campesinado era fundamental, los archiduques
consideraron que la representación de la vida campesina en su entorno natural
era la temática más apropiada para las pinturas. A pesar de tratarse de
representaciones propagandísticas y, por tanto, idealizadas, estos paisajes con
escenas de la vida campesina son documentos de primera mano para conocer la
recuperación del país tras las penurias de la guerra.
4. Rubens
Rubens, reconocido por sus coetáneos
como el pintor más destacado de su época, fue también coleccionista, erudito,
humanista y, además, diplomático al servicio de los archiduques de los Países
Bajos, Alberto e Isabel Clara Eugenia, del rey Felipe IV y otros gobernantes de
la época. Pero, ante todo, fue un artista fiel a sus propias convicciones y a
su libertad creativa.
Aunque la fama le llegó como pintor de
historia, no dejó de lado el paisaje. Es más, fue el único género que cultivó
durante sus últimos años, y que guardara para sí más de la mitad de los cerca
de 30 que pintó y regalara el resto a sus amigos y patronos más allegados
parecen indicar que los consideraba la parcela más personal de su producción y
son, por tanto, la parte más entrañable de su obra.
Es muy difícil establecer
su cronología ya que no están fechados, no se han encontrado documentos de
encargo y Rubens apenas los menciona en su abundante correspondencia. Asimismo,
las referencias a estos paisajes en escritos contemporáneos son muy escasas
puesto que, a excepción de los pocos que mandó grabar a Boetius Bolswert
(1580-1633), apenas se conocieron hasta la muerte del pintor y la consiguiente
venta de su colección.
5. Paisajes exóticos,
tierras lejanas
A lo largo del
siglo XVII, el interés de los pintores nórdicos por la pintura de paisaje tuvo
un ámbito de desarrollo muy peculiar como es la representación de las tierras
lejanas, a las que el fabuloso desarrollo comercial impulsado por Holanda llevó
a sus comerciantes, algo que no deja por menos de sorprender habida cuenta de
que, con la excepción de Frans Post (1612-1680) y Albert Eckhout
(1600/20-1663/67), que viajaron por Brasil; o Michiel Sweerts (1624-1664), que
se estableció en Goa, esos pintores apenas salieron de los Países Bajos y menos
aún se aventuraron hasta aquellos remotos lugares.
Desde muy
pronto las narraciones de los marineros despertaron interés por esas tierras y,
en consecuencia, los paisajes americanos, africanos y orientales se pusieron de
moda en los Países Bajos. Pero como los pintores no contaban con otra fuente
que los más o menos fidedignos libros de viajes, representaban paisajes
imaginarios que, en el caso de los paisajes americanos y africanos, convertían
en exóticos al incluir palmeras, edificaciones primitivas, animales fantásticos
y figuras de indígenas semidesnudos y adornados con plumas, todo ello tomado de
los grabados que ilustraban esos libros. En el caso de los paisajes orientales,
esos elementos eran sustituidos por ruinas clásicas y edificios conocidos a
través de grabados y personajes con turbante y ropajes exóticos.
6. Paisaje de agua:
marinas, playas, puertos y ríos
El paisaje en que el agua y el cielo
ocupan casi la totalidad de la superficie pictórica, con navíos o barcas de pescadores
como elemento narrativo insustituible es, junto con el de invierno, el más
característico de los Países Bajos. Es lógico, pues el agua –mar, canales,
ríos– baña aquellas tierras, en especial las septentrionales donde gran parte
del terreno había sido –y sigue siendo– ganado al mar por medio de diques,
canales y bombas de drenaje accionadas por molinos de viento.
Al igual que el paisaje invernal, el
punto de partida son las miniaturas para los libros de horas y, en concreto,
las del llamado Horas de Turín-Milán
atribuidas a Jan van Eyck (1370/1400 -1441),
pero el interés en la representación naturalista del mar lo impondrán
Pieter Brueghel el Viejo y sus seguidores, si bien como escenografía para
determinados asuntos bíblicos o pasajes inspirados en las obras de Homero,
Virgilio y Ovidio aptos para ser interpretados desde la ética cristiana.
Al comenzar el siglo XVII,
el paisaje de agua –marinas (barcos en alta mar o en desembocaduras de ríos),
vistas de puertos, playas o entornos fluviales– estaba generalizado en los
Países Bajos y, a lo largo de ese siglo, los holandeses lo desarrollaron como
género pictórico independiente, liberándolo de todo contenido religioso o
alegórico.
7. En el jardín de palacio
Un aspecto específico de la tradición
paisajística nórdica es la representación del jardín cortesano. En esa
tradición se inscriben las vistas de los tres palacios reales flamencos
–Coudenberg, Tervuren y Mariemont– y sus respectivos parques, encargadas por
los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia. Pero estas vistas tenían,
además, una finalidad propagandística. Por un lado, al hacerse representar
paseando por los jardines de esos palacios construidos y habitados durante un
tiempo por el emperador Carlos V y su hermana María de Hungría, los archiduques
reafirmaban sus derechos dinásticos como príncipes soberanos y como miembros de
la Casa de Austria, vinculando así su propia soberanía a la de sus ilustres
antecesores. De ese modo reafirmaban su legitimidad como gobernantes ante unos
súbditos que les habían recibido como unos príncipes extranjeros impuestos por
el rey Felipe II. Por otra parte, los archiduques encargaron las vistas para
enviarlas a distintas cortes europeas a modo de tarjeta de presentación como
príncipes soberanos de los Países Bajos.
Hoy tienen un interés añadido, ya que la
exacta reproducción de los edificios y de su entorno las convierte en
documentos fundamentales para el estudio de la evolución arquitectónica de las
construcciones. En el caso de Mariemont y de Tervuren son, además, las únicas
imágenes conocidas de esos palacios luego destruidos.
8. La montaña: cruce de
caminos, cruce de viajeros
Una de las cuestiones más sugestivas de
la pintura nórdica es el éxito del paisaje de montañas entre pintores,
tratadistas y coleccionistas de unas tierras eminentemente llanas. En la
actualidad estos paisajes han sido interpretados como una temprana
manifestación del concepto estético de “lo sublime” que triunfaría en el siglo
XVIII o han sido relacionados con la disputa teológica en torno a la creación
de las montañas planteada por los Padres de la Iglesia y vigente hasta el siglo
XVII también entre los teólogos protestantes. Sin embargo, en torno a 1600
parece haber prevalecido una interpretación moralizante, derivada de la tradición
alegórica de la montaña como símbolo del arduo paso por la vida para entrar en
el Templo de la Virtud. Pero también es cierto que su éxito pudo ser debido
simplemente al mismo interés por lo raro, lo inusual que subyace a los
“gabinetes de maravillas” (Wunderkammer),
de moda en aquella época.
9. … y en Italia pintan la
luz
Por “paisaje italianizante” se entiende
un tipo de vistas de la campiña romana cuya máxima pretensión era captar los
efectos lumínicos del amanecer o del atardecer mientras servían de escenario
para la representación de escenas religiosas, mitológicas y bucólicas. Su
origen se encuentra en Roma a finales de la década de 1620 por el holandés
Herman van Swanevelt y el francés Claudio de Lorena. Pronto se les unieron dos
holandeses más jóvenes, Jan Both y Jan Asselijn, pero también Nicolas Poussin
(1594-1665), el gran maestro clasicista instalado en Roma desde 1624, y el
grupo de jóvenes compatriotas que trabajaban en su entorno y que se orientaron
hacia ese nuevo tipo de paisaje que transformó radicalmente el género. Por
ello, el rey Felipe IV les encargó entre 1634 y 1635 una serie de paisajes para
la decoración del recién construido palacio del Buen Retiro, en Madrid, ya que
quiso que fuera decorado principalmente con pintura moderna. El encargo incluía
unos 50 paisajes con ermitaños o con escenas religiosas o bucólicas que, además
de ser la tipología de moda en Italia, era la adecuada para la decoración de un
palacio en un entorno natural como era el del Buen Retiro, situado en los terrenos
del antiguo convento de los jerónimos. Este encargo constituye, sin duda, el
conjunto más importante de paisaje italianizante.
Actividades
complementarias
Conferencia
inaugural
Miércoles 19
de junio de 2013 a las 19 h
La
pintura nórdica y el paisaje
Teresa Posada,
comisaria de la exposición
Visitas
comentadas
Martes y
sábados, a las 19 h.
Plazas
limitadas
Inscripción
previa en el 971 178 512
Precio: 3 €
(50% de descuento para clientes de “la Caixa”)
Actividades familiares
Pintar al aire
Sábado
6 de julio a las 11.30 h.
Viernes
26 de julio a las 19 h.
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