Se trata de un lienzo realizado en 1927 por Joan Miró que ya cuelga de las paredes del Museo y que formará parte de su colección durante varios meses
L.M.A.
Los visitantes que se acerquen al Museo Reina Sofía a lo largo de los próximos meses, tendrán la ocasión de contemplar la pintura de Joan MiróPaysage (Paysage au coq), (1927; óleo sobre lienzo; 131 x 196,5 cm), generosamente cedida en préstamo por la prestigiosa Fundación Beyeler de Riehen/Basel (Basilea), y que viene desarrollando habitualmente una fructífera política de colaboración con el Museo que ha contribuido, entre otros logros, a la realización de importantes exposiciones temporales organizadas por ambas instituciones.
El Museo Reina Sofía cuenta entre sus fondos con una amplia representación de pinturas de Joan Miró (cincuenta y cinco en total), la mayoría de ellas del último periodo del artista. Sin embargo, no dispone de muchas pinturas datadas en la segunda mitad de la década de los años veinte y, de ellas, ninguna pertenece al grupo de los “paisajes animados”. Por todo ello la exhibición de esta pieza, generosamente cedida ahora en préstamo por la Fondation Beyeler,Paisaje (Paisaje con gallo), es muy interesante en el contexto de las colecciones del propio Museo, tanto por tratarse de una obra clave desde el punto de vista artístico e histórico, como por venir a completar una faceta esencial en la trayectoria de Miró hasta ahora no representada en el Reina Sofía.
En 1911, cuando contaba dieciocho años, Miró pasa un periodo de convalecencia en la masía que poseían sus padres en Mont-roig, una población cercana a Tarragona, a la que regresará posteriormente en numerosas ocasiones. Allí, el contacto directo con la naturaleza iba a determinar la mayor parte de sus creaciones iniciales, sirviendo asimismo como punto de partida para su estilo maduro. El propio Miró reconocía sus fuertes vínculos con la campiña catalana y sus pobladores casi veinte años después, cuando ya instalado en la capital francesa, aseguraba en una entrevista: “Yo soy mucho más feliz con los agricultores de Mont-roig que [...] entre las duquesas en grandes palacios en París”. (F. Trabal: “Una conversa amb Joan Miró”. La Publicitat, 14 julio 1928). El resultado de su proximidad a la tierra y al paisaje catalanes sería la creación de un conjunto de obras, entre las que destaca La masía (1921-22, National Gallery of Art, Washington), emblemática pintura considerada como la obra clave del denominado periodo detallista de su autor.
Durante el bienio 1924-1925, la minuciosidad con que Miró parece diseccionar cada uno de los elementos del paisaje y el paisanaje de su país, se transmuta en símbolos próximos a la abstracción, emblemas, a su vez, del nacionalismo catalán. En 1926, en una nueva vuelta de tuerca, el pintor imprime otro giro a sus representaciones inspiradas en Mont-roig, surgiendo así los denominados “paisajes animados”, en los que la técnica surrealista del automatismo desempeña ya un destacado papel. En estas realizaciones, cuyo ejemplo más conocido es el popular Perro ladrándole a la luna (1926, Philadelphia Museum of Art, Filadelfia), utilizando como apoyatura otra técnica surrealista, la desorientación reflexiva, Miró introduce animales que hacen referencia a la vida rural catalana junto a objetos aparentemente extraños. Así, la liebre protagonista del lienzo de título homónimo (1926, Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York) aparece junto a una esfera, y el can de Perro ladrándole a la luna está situado al lado de una escalera, lo que también ocurre en Paisaje (Paisaje con gallo). Las formas, ya muy simplificadas, se recortan en estas composiciones contra extensos y jugosos campos de color, identificados con la contraposición cielo/tierra.
En Paisaje (Paisaje con gallo) se advierten todas las constantes de este interesante grupo de pinturas conocidas como “paisajes animados”, cuya realización se limita sólo a los años 1926 y 1927, lo que indudablemente incrementa su interés. Una escalera -la escala de la evasión- que, por efecto de la perspectiva, va estrechándose a medida que se eleva, parece penetrar misteriosamente en el cielo, combinando así terrenidad y misticismo, a la vez que actúa como potente eje de la composición. El gallo protagonista vuela o canta –o quizá ambas cosas- a la derecha del lienzo, mientras bajo su figura se divisa inscrita la letra “E”, en posible alusión a España, rememorada y añorada por Miró desde suelo francés. El resto de los objetos -una extraña rueda, una no menos extraña nube y algunas piedras diseminadas por la tierra rojiza- compiten entre sí para proporcionar un aire de alucinación y misterio a la escena. Tal como aseguran los responsables de la Fondation Beyeler, propietarios de esta espléndida pieza, al contemplarla […] “nos sentimos atraídos hacia las profundidades de los recuerdos de la infancia, un tema surrealista por el que Freud ya se había interesado”.
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