Víctor Morales
Lezcano
Cualquier observador atento al curso, y
pulso, registrables en el terreno de las actuales relaciones entre los actores
del sistema internacional constatará, de inmediato, sus altibajos y cambiantes
inclinaciones. Algo de esta tendencia, hemos podido observar en Turquía a partir de la mitad de pasado mes de julio. O
sea, cuando un presunto golpe de Estado (fallido) contra el Gobierno de aquella
república ha introducido no solo un cisma político en el seno de la sociedad
turca, sino también “algunas” alteraciones en el juego de alianzas,
distanciamientos y enemistades que venía desplegando la presidencia de la
república turca.
En la línea de las alteraciones antes
apuntadas, donde solo había alguna discordancia (con la Unión Europea, por
ejemplo), han emergido ahora el recelo y la reticencia entre Ankara y ciertas
cancillerías europeas, la de Berlín, muy en particular. Mientras que, por el
contrario, Erdogan no dudó en rendir visita, desde un primer momento, al
Kremlin para rebajar la “tirantez” existente entre Moscú y Ankara a causa de un
incidente aéreo de todos recordado. Por su parte, el ministro de Asuntos
Exteriores del Gobierno iraní, que preside Mohamed Rouhani, realizó un viaje-relámpago
en agosto de este año para confraternizar diplomáticamente con R.T. Erdogan,
sumido de lleno en la crisis interna de Turquía, que desató el golpe militar y
policiaco. Un ¿simulacro? que sorprendió tanto a la península de Anatolia como
al conjunto de actores internacionales más involucrados en lo que venimos
denominando en estas páginas de El
Imparcial la segunda cuestión de
Oriente.
Alcanzamos ahora el otro punto
neurálgico de nuestro leit-motiv. No
está tan lejana la fecha del acuerdo que seis potencias occidentales (China, Estados
Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y Alemania) firmaron con Irán en julio de
2015. Los objetivos prioritarios que
se fijaron en el acuerdo fueron, esencialmente, los siguientes: desbloqueo
gradual del aislamiento económico y financiero de la República Islámica de Irán,
y paralelo proceso de limitación de
uranio enriquecido por parte iraní.
Es todavía pronto para aventurarse a
pensar que, de ahora en adelante, todo va a ser mieles en las relaciones un
tanto truculentas que Teherán viene manteniendo con el tándem euro-americano;
al menos, desde que tuvo lugar la revolución iraní de 1979. Se impone, pues, un
período de tiempo prudencial antes de proclamar el fin de una enemistad pertinaz,
que puede estar evolucionando hacia un tanteo pletórico de cautelas por ambas
partes. Todo podría conducir hacia la normalización de aquellas relaciones -o no- en una zona de fechas realmente impredecible desde el mirador actual.
Pongamos unos ejemplos de la fase de
aproximación naciente entre Irán y España dentro del marco de la cooperación
inter-universitaria de ambos países. Veamos el estado de este rapprochement. Desde hace unos años, la
joven Sociedad Española de Iranología (SEI), con sede en Madrid, viene
celebrado unos congresos anuales en torno al pasado (y un poco también en torno
al presente) de las relaciones que la milenaria Persia y nuestros ancestrales
imperios alejandrino-romano-bizantino
mantuvieron en la Antigüedad. La SEI ha procurado abrir una ventana,
además, a las relaciones hispano-iraníes en tiempos modernos; o sea, a partir
del siglo XVI, cuando se produce la conjunción del poder político de la
dinastía safávida y la opción chií, vertiente religiosa de la civilización y
cultura persas que se remonta al siglo VII.
La SEI, además, publica anualmente un
boletín que recoge las ponencias (y ojalá algún día también los debates) que se
han leído en los sucesivos congresos. El congreso de este año (6 y 7 de octubre,
Universidad de Murcia) ha iniciado una apertura internacional muy plausible.
A las iniciativas de la SEI, se añade
también la aportación de la Universidad Autónoma de Madrid. La UAM, en este
caso con una orientación más divulgativa que científica, ha convocado recientemente
un sugestivo encuentro consagrado al tema de España e Irán. Miradas y representaciones. Enhorabuena a la UAM por
esta iniciativa. En ambas experiencias universitarias (de más está decirlo) ha
sido patente la presencia de profesores e investigadores procedentes de varias
universidades iraníes, casos de la Emam Sadiq, de Teherán; y de la Bu-Ali Sina, de la ciudad de Hamadán, entre
otras.
Otros encuentros entre los mundos
hispano e iraní tendrán lugar en el futuro de estos dos países, no demasiado comunicados hasta hace pocos años.
No cabe duda de que en la nueva orientación aperturista de Occidente hacia
Oriente -y naturalmente del revés-, las lenguas peninsulares, el farsi, y
recurrentemente la lengua inglesa servirán de vehículos para impulsar la
aventura del diálogo entre naciones y pueblos, basada, precisamente, en la
diplomacia cultural.
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