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Emilio Porta
L.M.A.
25/04/18 .- MADRID .- A petición de La Mirada Actual, el escritor Emilio
Porta, vicesecretario general de la Asociación Española de Escritores y
Artistas, AEAE, se avino a ceder las notas preparadas para la exposición que
tuvo lugar sobre libros y lecturas en la AEAE, junto a José Martínez, el
secretario General de la institución, el reciente Día Internacional del Libro.
“Cuando un lector se pone a recordar sus
lecturas pasadas siempre se encuentra con algunos libros que le han marcado de
forma ineludible, que han supuesto un avance en la conformación de su
personalidad e identidad. Esto, en el mundo que nos movemos, que es el de una
Asociación de Escritores, sin duda es algo consustancial con su esencia, pues,
personalmente, no concibo ningún escritor que no sea un buen lector. Sin haber
leído es imposible adquirir el oficio de escritor, imposible tener la capacidad crítica y
autocrítica suficiente para saber que lo que escribimos tiene alguna validez.
Yo, personalmente, empecé a leer como todos los niños. Había que aprender a
leer y a escribir, pues era algo fundamental para adquirir conocimientos y
expresarlos. Era, es, la base de la cultura. Sin ese nivel de instrucción, sin
conocer unas herramientas que empiezan en el alfabeto y la unión de las letras
en sílabas y estas en palabras y frases, tendríamos un hándicap enorme respecto
a otros seres humanos. Por eso la alfabetización ha sido siempre un elemento y
objetivo indispensable de toda sociedad, sobre todo de la moderna actual. Dicho
esto voy a contar, lógicamente, algo de mi experiencia personal con los libros,
no sin antes señalar que mi primera experiencia lectora, incluso antes que los
cuentos, fue el ABC, periódico al que estaba suscrito mi abuelo y que yo veía
entrar por debajo de la puerta o en la mesa camilla de la casa en que pasé mis
primeros años de infancia, junto a mis padres, en Madrid. Era la casa familiar
y no era extraño que un matrimonio joven viviera con los abuelos hasta
conseguir independizarse, lo que ni entonces ni ahora es del todo fácil. Como
yo era el mayor y mi padre, curiosamente, el menor de sus hermanos, la casa de
todos al principio, y la mía propia hasta que cumplí cuatro años – tan
temprana edad fue la que vio mis
primeras lecturas -- fue el piso de la calle Blasco de Garay donde vivían mis
abuelos. Donde vivíamos todos.
El ABC… Si uno lo piensa es lógico. Pues
lo primero que aprende un niño son esas tres letras del abecedario. Luego va
aprendiendo poco a poco más. Y va leyendo. Primeramente, los cuentos que le han
contado empiezan a ser objeto de su mirada. Esos cuentos con dibujos que hacen
todo más fácil. Así que empezaremos por ahí. El primer cuento que recuerdo haber
leído – y conservado durante años por mí – fue La Bella Durmiente, en una
edición de cantos dorados y dibujos que podrían recordar vagamente a esas
muñecas llamadas Barbie que existieron hace años. A ese cuento siguieron otros
cuentos. Podría enumerar todos… pero me quedaré con otro inolvidable que solo
cuando un día mi madre decidió que ya era mayor para cuentos infantiles se
perdió: era un cuento editado por Bruguera: Caperucita Roja. Como se ve las
protagonistas de mis primeras lecturas eran mujeres y una mujer, Andrea, fue la
protagonista de una novela que, ya en mi adolescencia, me hizo desear con todas
mis fuerzas ser escritor. Se trataba del personaje principal de Nada, de Carmen Laforet, sin duda la
novela española que cambió mi vocación por ser arquitecto, que era el deseo de mis
padres y yo no lo veía mal pues no era mal dibujante ni se me daban mal los
cálculos. Pero ese libro que me hizo inclinarme, a pesar de haber estudiado el
bachillerato de Ciencias, por las Letras y desear con todo el alma escribir un
día así.
Claro
que antes de Nada hubo algo. Estaban todos los libros de Julio Verne , que
devoré, y muchos de Emilio Salgari. De Julio Verne recuerdo que dos me
impactaron de forma especial: La vuelta
al mundo en 80 dias y De la Tierra a
La luna. Y de Salgari, El Tigre de
Mompracén. Pero hubo tres autores más que fueron fundamentales: Mark Twain
y su libro Un yanqui en la Corte del Rey
Arturo, Alejandro Dumas y Los Tres
Mosqueteros, y un autor fascinante para un chico de trece o catorce años
por entonces, Paul Feval y su trilogía del Conde de Lagardere. Yo crecí entre
espadachines al igual que los chicos de ahora crecen entre consolas y
videojuegos. Decir que El juramente de Lagardere
ha sido, junto a Nada el libro de
mi vida, puede sonar chocante al comparar ambos libros y temáticas. Pero El Juramento de Lagardere fue el libro leído y releído con ojos
asombrados que soñaban con grandes aventuras y que veían en el honor y el valor
elementos fundamentales para la vida.
Luego,
lo recuerdo, aprendí a sobrevivir con Robinson
Crusoe y muchos otros libros parecidos. Al tiempo, en la escuela, empecé
con libros de Poesía. Antonio Machado y sus Soledades
y Campos de Castilla. Juan Ramón Jiménez y esos poemas que nos aprendíamos
de memoria, la maravillosa elegía de las
Coplas a la Muerte de mi padre, de Jorge Manrique, el primer poema que te
hacía pensar en la vida y la muerte, y todas las obras de Lope, que no solo
leímos sino que incluso veíamos representadas los que nos aficionamos al
teatro, o de Calderón, con ese poema que casi nadie sabe que pertenece a La Vida es Sueño ( “Cuenta de un sabio
que un día…) y… la llegada a Cervantes que, antes, curiosamente, que El Quijote, nos llevó al Licenciado Vidriera y la Española Inglesa,
junto a los Entremeses de Lope de Rueda, o el inolvidable Lazarillo de Tomes. El Buscón,
de D. Francisco de Quevedo, o el Diablo Cojuelo, de Vélez de Guevara. El Quijote lo leíamos parcialmente en la
escuela y no fue hasta que acabé mis primeros estudios hasta que lo leí – y lo
repetí – una y otra vez por y para mí mismo.
Libros
inolvidables dice el programa… y no me caben en esta charla. No da abasto el
tiempo para hablar de cada uno de los libros que han supuesto un hito en mi
vida. Porque después de estas primeras lecturas y ya acabados mis estudios primarios
me sumergí en la lectura como un poseso… y, al mismo tiempo, empecé a escribir.
De
autores españoles he leído en narrativa y poesía mucho, realmente mucho. Y de
autores extranjeros… también. Al recordar mis lecturas – y los libros que aún
guardo – me da un cierto escalofrío y, a la vez pudor, pues, a pesar de ser
tanto lo leído, aún me queda mucho por leer. Imposible abarcar los cientos de
miles, millones de libros que existen o han existido y que nos dan luz. Citar
algunos de ellos y escritores obvios que casi todos hemos leído, desde García
Marquez a Vargas Llosa, es una banalidad. Pero no lo es, en estos tiempos,
citar a algunos grandes del pasado. A Don Pio Baroja, por ejemplo y sus grandes
obras, a Don Benito Pérez Galdós, A Juan Valera, Jose María de Pereda, Leopoldo
Alas, “Clarin”… Voy a citar, de todos ellos, un libro que leí un verano cuando
tenía 18 años y supuso una lectura inolvidable: Pepita Jiménez, de Valera.Supongo que a los jóvenes de hoy este
título les sonará a chino, como les sonará a chino, hablar de toda la obra –
magistral -- de Ortega y Gasset. Él fue quien me interesó en la filosofía y en
el pensamiento. España invertebrada y
La Rebelión de las masas – dos obras
de una inmensa lucidez y que no han perdido actualidad – supusieron dos hitos
como lector. ¿Y las greguerías de Ramón Gómez de la Serna? O toda la obra
teatral de Buero Vallejo, con esa obra maestra que es El Tragaluz. Estoy escribiendo estas líneas y tengo la sensación de
que no podré acabarlas nunca. Dios mío… libros inolvidables… ¿Y Entre Visillos o La Habitación de Atrás, de Carmen Martín Gaite? ¿O Tiempo de Silencio, de Luis Martín
Santos? O Ultimas tardes con Teresa,
de Juan Marsé, o Se Apaga y se enciende
una luz, de un escritor de los más grandes de la postguerra pero que pocos
conocen, Ángel Vázquez… De Cela no voy a hablar, pues ya habló él lo suficiente
por si mismo, pero también fue una lectura obligada y deseada. Y ese extraordinario
prosista que fue Francisco Umbral… Ambos dos unidos por el Café Gijón, como
tantos grandes poetas y escritores de la época… Y sigo en España sin atreverme
todavía a dar el salto a la Literatura universal porque tengo en mi mente La Hoja Roja de Delibes o Las Afueras, de Luis Goytislo, en narrativa… o toda la obra de Valente, Ángel
González, Blas de Otero, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego… en Poesía – quiero
ahora hacer una mención a uno de los grandes, compañero de Junta y magnífico
poet, cuyo centenario se cumple este mes de Mayo, el gran Leopoldo de Luis…
Pero sigamos, sigamos porque quiero entrar en libros inolvidables que me acompañaron
y acompañarán siempre. Voy a dar un salto fuera de nuestras fronteras y voy a
irme, directamente, a Dostoyevski, para mí, sin duda, uno de loa grandes
innovadores de la novela. Desde los Hermanos
Karamazov, a El Idiota, El Jugador,
Crimen y Castigo, su inmensa obra hace inolvidable al autor. Ahí, junto a
él, aparece también la gran narrativa realista y naturalista francesa: Balzac,
Stendhal y esa obra maravillosa de Gustavo Flaubert, Madame Bovary. Realmente se hace duro elegir entre cientos, miles de
libros leídos, porque todos y cada uno han dejado algo en mí. Huellas
imborrables de Las mil y una noches…
nunca mejor traído el simil porque fue otro libro importante… huellas
imborrables de tardes y noches asumiendo y comprendiendo el mundo a través de
los libros. Los libros, los objetos, para mí, más valiosos del mundo. Tengo una
pequeña biblioteca personal con más de tres mil libros a los que hay que añadir
los leídos en bibliotecas, y que son mi mayor tesoro. Algunos libros de la
Colección Austral, algunos de Poesía de Losada o El Bardo… y aquellos, ya físícamente
perdidos que cité al principio, de la colección juvenil Cadete o de Bruguera.
Ah… y no he citado los tebeos… los tebeos, tan importantes en mi formación como
lector y escritor. Pero volvamos a los libros… porque aún tengo el brillo de
algunos que están ahí. No, no voy a citar a los autores que ahora leo, nuevos,
amigos, porque también de ellos tengo libros inolvidables, sin ir más lejos de
mi compañero de mesa hoy, D. José López Martínez. Pero me perdería al hablar de
autores que me han impactado, como Saul Bellow, Philpip Roth, Carson Mc
Cullers, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Alessandro Baricco, Milan Kundera, Umberto
Eco y un poco antes, la inolvldable Virginia Woolf. Sí, citaré un pequeño libro
suyo: Una habitación propia. Una joya
que nadie debería no haber leído.
¿Nos
quedamos aquí o hacemos esta confrontación interminable? ¿Hablamos de Orwell, Huxley, Arthur Miller,
Herman Hesse – no, no puedo pasar a Hesse por alto, no puedo pasar por alto Siddharta o El Lobo Estepario… Se me han quedado tantos libros y escritores en
el tintero, en todos los géneros y subgéneros… Sinuhé el Egipcio, de Mika Valtari, toda la obra de Césare
Pavese, los libros de Pessoa y Cavafis, las grandes obras de la Literatura
Universal como Iliada y la Odisea… Decidí escribir estas líneas para no
perderme y, sobre todo, para no cansar, por lo que voy a poner punto y final aquí.
Y, si ustedes quieren, seguimos charlando”.
Ah,
de La Conjura de los Necios y de John Kennedy Toole hablamos otro día. Es que
hay libros que necesitan una sola sesión. Este y muchos otros que he citado y
otros que me he dejado.
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