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Milagros Asenjo
10.5.19
.- Madrid .- Hoy se habla con insistencia de la necesidad de dignificar la
profesión docente, que, entre otros aspectos, implica devolver a esta tarea el
carácter vocacional que lleva a los profesores a disfrutar enseñando la materia
que hayan elegido y la vida, porque instruir no es suficiente. Periódicamente, aparecen
profesores que reúnen las cualidades para ser un docente ejemplar y dejan huella.
Y uno de estos referentes es Guadalupe Ortiz de Landázuri, química,
investigadora y profesora, que será beatificada en Madrid el próximo 18 de
mayo. Guadalupe puede ser considerada, en palabras del Papa Francisco, como una
santa de “la puerta de al lado”.
Guadalupe estudió Ciencias Químicas en la
Universidad Central y fue una avanzada a su tiempo, ya que entonces la presencia
de la mujer en la Universidad española era testimonial, sobre todo en Ciencias.
Acabada la carrera, trabajó en el Colegio de las
Irlandesas de Madrid y en el Liceo Francés. Era una apasionada de la Química y
hasta los últimos días de su vida estuvo pendiente de los últimos avances. Su
proyecto era ser profesora universitaria pero su vida dio un giro y sus planes
se aplazaron. Tras recibir una sacudida divina cuando asistía a misa en la
Iglesia de la Concepción de Madrid, mantuvo un encuentro con San Josemaría,
fundador del Opus Dei, en el que, según ella misma comentó se le “cayeron las
escamas de los ojos” y vio que aquello
era lo que estaba buscando. Todo fue muy rápido y en marzo de 1944 pidió la admisión en el Opus
Dei.
Trabajadora, decidida, resolutiva, con un especial
don de gentes y con un gran sentido del humor, desde el primer momento trabajó
incansablemente en la investigación, la docencia, la dirección de centros
universitarios, las tareas del hogar o los proyectos e iniciativas solidarias. También
realizó los cursos monográficos para el Doctorado, algunos de ellos en Madrid y
otros en México
Fueron innumerables sus trabajos en una época en
que la Obra comenzaba su expansión, gran parte de ellos, relacionados con la
formación de la gente joven. Como ejemplo, por su novedad y por su finalidad,
destaca la residencia universitaria Zurbarán de Madrid, la primera del Opus Dei en España,
de la que fue nombrada directora en 1947.
Pero quizás es en México donde la huella de
Guadalupe fue más profunda. En 1950, san Josemaría le pidió a ir allí y como
dicen sus biógrafas, Guadalupe es sinónimo de México. Fueron tan solo seis años
pero parecen toda una vida.
Una residencia para universitarias, Copenhague, que
a semejanza de Zurbarán, comenzó en medio de dificultades de todo tipo fue el
comienzo de una fecunda actividad. Conectaba muy bien con las universitarias,
les inspiraba confianza y les ayudaba en sus estudios y en su vida personal.
Además de la atención y formación a las universitarias, desde Copenhague se
ofrecía formación cultural, humana y espiritual a chicas procedentes de
diferentes lugares, que vieron así abiertos nuevos horizontes.
Más tarde, la tarea rebasó los límites del DF para
salir hacia Morelos. Allí recibieron una hacienda en ruinas, Montefalco. No
había de nada pero era necesario construir, comenzar a cambiar todo. Y entró en
juego el atractivo humano y la capacidad de trabajo de Guadalupe, quien pese a
estar gravemente enferma nunca bajó la guardia. Enseño a leer y escribir a
miles de campesinas, les ayudó a educar a sus hijos, a llevar un hogar, a sacar
adelante a sus familias. Con un trabajo incansable, impulsó la construcción de
una escuela y de un centro de capacitación profesional. Hoy Montefalco es
un colegio de prestigio del que cada año
salen alumnas hacia la Universidad, muchas de ellas descendientes de las
campesinas que formó Guadalupe.
Terminada su etapa mexicana y unos años en Roma
colaborando en el Gobierno del Opus Dei, en 1858 regresó a Madrid y, pese a lo
delicado de su estado de salud quebrantada por una insuficiencia cardiaca
grave, retomó actividad académica. Dio
clases en el Instituto Ramiro de Maeztu y en la Escuela de Maestría Industrial,
de la que llegó a ser subdirectora. En 1965, defendió la tesis doctoral sobre el
valor de las cenizas de la cascarilla de arroz como refractarios aislantes,
trabajo que fue calificado de sobresaliente cum laude. Además, recibió dos
premios por sus investigaciones. Tres años después, colaboró activamente en la
puesta en marcha del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Domésticas (CEICID). La Facultad de Ciencias Domésticas
aunaba los conocimientos humanísticos con las técnicas propias de la Ciencias
Domésticas con un rango universitario. La aportación de Guadalupe fue muy
valiosa no solo por sus conocimientos sino para su experiencia en residencias
universitarias y en la formación de estudiantes y profesionales jóvenes.
Más información
https//bit.ly/30m8lCB
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