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Julia Sáez-Angulo
11/11/19 .- Madrid.- Cada vez son
más numerosos los planteamientos en cine y teatro sobre la identidad sexual,
quizás en exceso, pero ahí están como manifestación de una realidad que se sabe
y se presenta esporádicamente en los individuos. Juguetes rotos en dramaturgia y dirección de Carolina Román se
puede ver en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, en un reparto
excelente de los dos actores Nacho Guerrero y Kike Guaza.
Juguetes
rotos es todo un espectáculo con tan solo dos actores, porque uno de ellos
es capaz de desdoblarse con destreza y maestría en varios. Y no solo es una
cuestión de actores sino de ambientación musical y de ruidos que oportunamente
sitúan al espectador en el ámbito correspondiente en que se desarrolla la
escena: zureo de palomas, automóviles, music-hall...
El acento baturro de uno del primer
protagonista, así como su lenguaje es todo un logro de realismo o verismo ante
el espectador. El mundo trans siempre ha
estado presente en algunos individuos de la sociedad y la obra de Román la
plasma con audacia.
Una pena que la autora haya elegido
el mismo título que la película de Manuel Summers, que todavía resuena en
nuestra memoria, más acertado para el filme que para la obra dramática. Y otra
objeción quizás: haber situado la historia en la España de Franco, para hacerla
seguramente más difícil, pero menos válida que si la sitúa en la misma sociedad
de hoy.
Juguetes
rotos, de Carolina Román ha obtenido por sus intérpretes varios premios,
bien merecidos. La alternancia entre conflicto, amor y humor es un acierto
soberbio, en medio de una economía de montaje, que se hace suficiente.
Sinopsis
Quiero mirarme al espejo y reconocerme en él, mirar mi cuerpo
y no odiarlo. Es más, quiero amarlo lo suficiente como para dejarlo volar
libre como las palomas. Porque mi casa es mi cuerpo, y si se cae a pedazos
no lo abandono, todo lo contrario, refuerzo sus cimientos para que
resista todos los temporales, para albergar todo lo que lo embellezca y
así poder habitarlo, recibir a mis huéspedes y llenar cada estancia con mi
voz, por fin mi propia voz. Porque si no lo hago seré ese fantasma
habitando el cuerpo de un juguete roto, seré esa criatura extraña empujada
a deshabitarse, y no quiero, y no debo.
De esta manera nos cuenta Carolina Román la
historia de Mario que trabaja en una oficina y un día recibe
una llamada que le cambiará la vida para siempre… A partir de ese
momento, viajaremos a su infancia, habitaremos su casa, recorreremos su
pueblo. Pinceladas en blanco y negro que truncarán su identidad sexual y
de género.
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