L.M.A.
28.01.2020 .- Madrid .-Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se
han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más,
persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y
recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse
en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.
- Por el camino de Swann, Marcel Proust
Por el camino de Swann, primera novela de la heptalogía titulada En busca del tiempo
perdido (1913-1927), nos cuenta como su protagonista recorre por París los lugares
asociados a su amor adolescente. Cierto día, abrumado por la tristeza, y tras llevarse a
los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena, al hilo de
su evocación surge el recuerdo de los veranos de su infancia en Combray.
Proust invoca la memoria corporal, mucho más efectiva que la voluntaria, a través de
objetos aparentemente ordinarios.
Son estos elementos aleatorios y evocadores los que
le permiten conectar con sus recuerdos y unir el pasado y el presente a través de ellos.
No hay casualidades sino búsquedas, y es ese ejercicio deliberado donde el cuerpo en
su ámbito corriente encuentra los agujeros de gusano hacia el pasado.
Lejos del antropocentrismo medieval que confería al hombre una conexión directa con
los planes divinos, esta exposición aspira a plantear un enfoque más actual derivado de
la perpetua necesidad de encontrar nuestro lugar en el cosmos. Sin control sobre las
fuerzas que gobiernan el paso del tiempo, el hombre disfruta o padece de una
existencia en precario equilibrio y sin certeza sobre la credibilidad de la realidad que le
rodea.
Es el ámbito de lo cotidiano, de los gestos sin aparentes consecuencias donde
queda margen para colocar al hombre en el centro.
Opuesto al existencialismo, este antropocentrismo cotidiano busca la introspección
navegando por la memoria corporal como recurso para referenciar el presente. La
esencia precede a la existencia y el pensamiento a la realidad. El encuentro con los
objetos es imprevisible y ajeno a la nostalgia.
Parte del paisaje diario, aquellos con un
elemento detonador son los que motivarán la recuperación de esa parte de nosotros,
que ahora pasará a incorporarse a nuestro presente.
De escenas cotidianas nos habla la escultura de Hans Op de Beeck titulada Timo.
Envuelta en un halo de teatralidad, le representación de un niño jugando a las canicas a
escala real interpela a la infancia del espectador invitándole a explorar capas más
profundas de su memoria.
El mismo cuerpo del niño en un gesto sin consecuencias,
conecta con este concepto de un antropocentrismo cotidiano. Nos direcciona hacia el
ámbito donde poder buscar los recuerdos aparentemente perdidos.
Con una referencia explícita al cuerpo, la escultura de Erwin Wurm titulada giving one
the finger, da visibilidad a miembros, brazos y dedos, que sus otras esculturas no tienen
protagonismo. Para el artista austriaco, el cuerpo humano es un todo físico, psicológico
y político. Famoso por el carácter absurdo de sus esculturas, el autor presenta
pequeñas trampas para nuestro sentido de la realidad.
Al incorporar en muchas
ocasiones sus propios anhelos y deseos personales, conecta con el tema central de la
exposición que son los recuerdos.
En diálogo con la escultura anterior e igualmente marcado por un tono irónico, Bernardí
Roig presenta una serie de cinco dibujos titulados Headless. Cuerpos desprovistos de
cabeza, posan sentados de manera relajada con una calavera. Símbolo de la vanitas,
esta pasa a formar parte inherente de la naturaleza humana y la ausencia de control
sobre el paso del tiempo parece ser asumida sin pesar.
De nuevo el cuerpo como
elemento protagonista, parece revelarse con humor a su destino transitorio y busca
refugio en el hedonismo, el placer sensorial e inmediato.
El concepto de la vida como algo pasajero y transitorio, es interpretado desde una
postura espiritual en la serie de cinco fotografías titulada Grandpa goes to Heaven de
Duane Michals.
A modo de una secuencia de fotogramas, la muerte es escenificada
como el momento de tránsito a otro tipo de existencia. El manejo de la luz y la
escenografía tratan al cuerpo con la máxima ternura. Elemento esencial de la narración,
no se queda atrás inanimado en la cama de un hospital, sino que vuela por la ventana de
su habitación como un todo con el espíritu.
Diana Fonseca con varias piezas de la serie titulada Degradaciones nos referencia al
impacto del paso del tiempo sobre la vida cotidiana. La artista cubana dirige la atención
hacia los actos fortuitos y espontáneos que afectan a nuestra realidad, suceden en
nuestro ámbito ordinario disparando conexiones con emociones olvidadas. Como si de
la misma piel de nuestro cuerpo se tratara, los trozos de revestimientos de edificios de
La Habana que Fonseca utiliza en estos collages abstractos, nos hablan del deterioro de
la memoria, de los residuos de las experiencias pasadas.
El artista argentino Eduardo Basualdo posiciona al individuo como víctima de
circunstancias que le sobrepasan. El sujeto es ubicado en el centro de la conversación y
desde su fragilidad es invitado a adentrarse en una ficción donde encuentra una extraña
familiaridad. La pieza Corazón Frío, representa a la perfección el discurso curatorial de
esta exposición. Al tiempo que recrea el mismo órgano que mueve el cuerpo humano,
dirige nuestra atención hacia su atribución metafórica como repositorio de las
emociones.
Son estas las que sirven como catalizadoras de aquellos recuerdos que
buscamos recuperar.
Las cosas no se pierden cuando desaparecen sino cuando las dejas de buscar
- Su Viva Imagen, Benjamín de Prado
EDUARDO BASUALDO, DIANA FONSECA, DUANE MICHALS, HANS OP DE BEECK, BERNARDI
ROIG, ERWIN WURM
GALERÍA MAX ESTRELLA
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