lunes, 11 de mayo de 2020

Santiago Montobbio, poeta: "Escribes de lo que vives. Escribir del aire que siento en la mejilla en vez del cristal, que me veda que me llegue su caricia"

  
Santiago Montobbio, escritor



 Julia Sáez-Angulo
            11.5.20 .- Madrid .- Santiago Montobbio. (Barcelona, 1966). Licenciado en Derecho y Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de la UNED y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Publicó por primera vez como poeta en la Revista de Occidente en 1988. Al recibir su primer libro, Hospital de Inocentes (1989), Juan Carlos Onetti escribió: “Muy pocas veces me produce alegría contestar a los autores que me envían sus obras. Este es un caso distinto. Me hace feliz escribirle porque su libro Hospital de inocentes es muy bueno y de manera misteriosa siento que coincide con mi estado de ser cuando estoy escribiendo”. También mereció el reconocimiento espontáneo de otros ilustres autores, que destacaron la belleza, fuerza y hondura de esta poesía: así, Camilo José Cela encontró “tan hondos y hermosos” los poemas, y esto escribieron Ernesto Sabato (“Son magníficos”), Miguel Delibes (“Envidio la fuerza de su verso”) o Carmen Martín Gaite (“me han conmovido extrañamente. Porque salen de un pozo muy oscuro y verdadero”). Ha publicado también Ética confirmada (1990), Tierras (1996), Los versos del fantasma (2003), El anarquista de las bengalas (2005), finalista del premio Quijote 2006, que concedía la Asociación Colegial de Escritores de España al mejor libro publicado en el año mediante votación de sus socios, y Absurdos principios verdaderos (2011). Se han editado dos antologías de su poesía en Francia (Le théologien dissident, Paris, 2008, y La poésie est un fond d’eau marine, Paris, 2011), una en Brasil (Donde tirita el nombre/Onde treme o nome, Sao Paulo, 2010) y otra en los Países Bajos (Desde mi ventana oscura/Vanuit mijn donkere raam, Deventer, 2016). El año 2009, después de veinte años de silencio, volvió a escribir poesía con gran intensidad, exactamente un conjunto de 942 poemas, que se ha dado a conocer en una tetralogía en la histórica colección El Bardo -La poesía es un fondo de agua marina (2011), Los soles por las noches esparcidos (2013), Hasta el final camina el canto (2015) y Sobre el cielo imposible (2016)-, y a ésta se han sumado con posterioridad los libros La lucidez del alba desvelada (2017), La antigua luz de la poesía (2017), Poesía en Roma (2018), Nicaragua por dentro (2019) y Vuelta a Roma (2020).

¿Qué reflexión sobre la poesía le ha interesado más?
Siempre es interesante lo que escriben los poetas sobre poesía y quizá aún más sobre su propia poesía. A mí así me lo parece, me lo ha parecido siempre. Porque el suyo es un testimonio insustituible, ya que habrá otras reflexiones o análisis posibles, pero no serán los de su factor. Pedro Salinas decía que los poemas se explican por sí solos, o no se explican de ningún modo. Los poemas pueden tener otras explicaciones, explicaciones de otros, quiero decir, pero me parece especialmente valiosa y atendible la que nos pueda dar el poeta que los hizo. Lo que digo está en consonancia con algo que he afirmado siempre -y así lo he hecho porque es una realidad-, y es la de que mi poesía, y esto es algo que está ya presente y resulta muy manifiesto en mi poesía de juventud, es una poesía que se tiene presente a sí misma, lo que vale por decir que tiene una alta conciencia de sí. A un poeta que escribe una poesía en la que se puede apreciar esta constante es natural que le interese lo que otros poetas dicen de la poesía y de su poesía, por considerarlo, como indico, un testimonio especialmente valioso y del todo insustituible. Así que son lecturas en las que he abundado y que me han interesado. Voy a escoger una que leí en mi despertar a la adolescencia, que me maravilló entonces y sigo considerando preciosa y me ha acompañado siempre. Es la “Confesión estética” que escribió al final de su vida y con la que cerraba el estudio introductorio de su poesía en la edición de Las islas invitadas que realizó Margarita Smerdou Altolaguirre y que leí en la adolescencia. Allí la leí por primera vez, pero el lector español la pudo leer por vez primera, junto a algún capítulo de sus memorias, que llevan el bello y significativo título de El caballo griego, en la revista Papeles de Son Armadans de Camilo José Cela que fue un lugar de encuentro para los españoles y su cultura y la literatura dispersa por el mundo y también española, y que al lector interesado y que estaba en España le permitió conocer y leer a los poetas y escritores del exilio, lo cual fue a veces decisivo en su destino de escritor. Porque entre estos lectores estaban también los escritores jóvenes, y conocieron a algunos de estos poetas en esta revista, y es justo señalar que cumplió esta función. Jaime Gil de Biedma da testimonio del ilimitado entusiasmo con que leyó por primera vez Historial de un libro de Luis Cernuda en la revista de Camilo José Cela, y hay unas cartas con José Ángel Valente en que éste le dice que Luis Cernuda es, entre los poetas del 27, el que está más cerca de lo que ellos quieren hacer. Me agrada señalarlo, del mismo modo que indico que yo leí las palabras que conforman esta preciosa “Confesión estética” en la edición de Las islas invitadas que leí en la adolescencia. Son éstas: “La poesía, ya sea exterior o profunda, es mi principal fuente de conocimiento. Me enseña el mundo y en ella aprendo a conocerme a mí mismo. Por eso el poeta no tiene nunca nada nuevo que decir. La poesía es reveladora de lo que ya sabemos y olvidamos. Sirve para rescatar el tiempo, para levantar el ánimo, para tener alma completa, y no fugaces momentos de vida. En ella ensayamos la muerte, más que con el sueño. Ella nos libera de lo circunstancial, de lo transitorio. Ella nos hace unánimes, comunicativos. El verdadero poeta nunca es voluntario sino fatal. (No existen poetas malditos.) La poesía salva no solamente al que la expresa, sino a todos cuantos la leen y recrean. Tiene más espíritu el buen lector que el buen escritor, porque el primero abarca mayores horizontes. Aún no he llegado a ser un buen lector de mi poesía. Aún no he logrado sentir todo lo que espero haber dicho”.

¿Cuándo escribió su primer poema y de qué tema?
Empecé a escribir poesía a los catorce años, bajo el estímulo que fue y supuso para mí el descubrimiento entonces de la poesía a través de la del gran Jorge Guillén. La leí por primera vez a esa edad en la antología titulada Mientras el aire es nuestro, en edición de Philip W. Silver, y nunca me ha defraudado. Me refiero a las veces en que he vuelto a su poesía tras su descubrimiento primero. Recuerdo el despertar a la poesía y empezar a escribirla, no el primer poema concreto que escribí. De acuerdo con la sombra tutelar bajo la que despertaba a la poesía, y en lo que creo se mantuvo como constante en mi hacer de poeta, su tema debía ser algo relacionado con la vida.

¿Qué lecturas poéticas le han interesado fundamentalmente?
Desperté a la poesía en la adolescencia con la lectura de los poetas de la generación del 27, y todos tienen un valor importante para mí, en la constelación que conforman y en la aportación personal de cada uno. No sólo ellos forman parte de mis lecturas formativas, ya que también en la adolescencia leí con igual deslumbramiento y fervor a los poetas neogriegos de la generación de 1930, que corresponde en España a la de 1927 y entre los que voy a mencionar a Seferis, Elytis y Ritsos. Mi lengua materna es el castellano y por esto en ella escribo, pero, en tanto que catalán, conozco muy bien la literatura en lengua catalana, como es natural, y hay tres grandes poetas catalanes del siglo XX -que Joan Triadú consideró, en lo que respecta a la poesía y la literatura en catalán, un siglo de oro- que forman también parte de mis lecturas formativas y de mis inicios como poeta y son Salvador Espriu, J. V. Foix y Joan Vinyoli. Y el castellano también de grandes poetas de América en mi adolescencia y despertar a la poesía, entre los que he de destacar de modo especial a Jorge Luis Borges. Hablo de lecturas primordiales, y lo son las que nos forman, las que acompañan y hacen nacer una vocación, en tanto que inciden en ella si no la deciden. La lista de poetas que me han interesado fundamentalmente podría ser mucho más larga, y el pensar en mis lecturas formativas ha sido también una manera que he encontrado de acortarla. Tendría que incluir también a Homero y a poetas italianos, franceses y portugueses. También a otros grandes nombres que en ese momento no eran conocidos en España y a los que por tanto he leído ya de adulto y formado como poeta, pero que considero de altísimo valor y aprecio mucho. Les daré nombre con el del poeta argentino Roberto Juarroz.

¿Qué poema le impactó?
Muchos poemas podrían constituir una respuesta honesta a esta pregunta. He escrito y respondido deprisa, y pienso ahora, por ejemplo, que no he mencionado la significación que tuvo para mí ya en la adolescencia -y es significación que siempre ha mantenido, como la de Manuel Altolaguirre y Jorge Guillén- la poesía de Luis Cernuda, tanto sus poemas de juventud como los de su madurez, o la de Vicente Aleixandre. Podría responder con un poema de Guillén o de Altolaguirre o de Cernuda o de Salinas o de Aleixandre. En el caso de este último sería uno de sus Poemas de la consumación. Podría responder también con un soneto de Borges o un poema de Elytis, Seferis o Ritso, o de alguno de los poetas catalanes que he mencionado. Pero me voy a quedar en lo que he dicho siempre y se sabe por ello bien que es una de mis pasiones -y de mis fidelidades-, y son los poetas del 27. Considero que entre ellos tienen también un alto valor poetas menos conocidos del gran público -o del público que puede tener la poesía-, poetas que la crítica italiana designaría con la calificación por ello de extravagantes, situación más marginal que puede deberse a distintas razones, como la de haber escrito una obra poética valiosa en su juventud y haber abandonado después la poesía (Antonio Espina, Juan Larrea), o haber creado su obra o lo más alto de ella en el exilio (Pedro Garfias, Juan Rejano, Juan José Domenchina). Con la intención de darles nombre y también por la de la impresión que me causa -y creo ha de causar a todos- escojo el poema que lleva por título el nombre de uno de ellos, “Juan Larrea”. Este es el título del poema, un poema que es como un relámpago y hunde sus raíces en lo más hondo de lo que sentimos que ha de ser y puede ser la poesía, que ha de ir de la calidad de inocencia del poeta a la calidad de resplandor que éste alcance en el poema, y quede en él en este resplandor transmutada. Éste es el poema:

JUAN LARREA

SUCESIÓN de sonidos elocuentes movidos a resplandor poema
es estoy y esto y esto
Y esto que llega a mí en calidad de inocencia hoy
que existe porque yo existo y porque el mundo existe
y porque los tres podemos dejar correctamente de existir

¿Cuáles son los asuntos habituales de sus versos?
“Mal escrito. Falta vida”: leí este verso de Jorge Guillén en la adolescencia y se me quedó adentro. Creo que he sido en mi escribir fiel a él. Cuando en junio de 1990 me preguntaron en la sección Pliego de poesía de la revista El Ciervo -como a otros poetas- la pregunta de imposible respuesta “¿Cómo se hace un poema?”, recordé este verso de Guillén y dije que lo tuve presente al decidir qué incluía en mi primer libro, porque pensé -decía más o menos- que había muchas poéticas utilizables, defendibles y aun plausibles, pero que ésta era la de una honestidad más clara. Creo que dice una verdad, y, como digo, que he sido fiel a ella. Con los matices que se quieran hacer. Se ha señalado el desgarro y la tristeza y el carácter sombrío de mi poesía de juventud, y podría sorprender que quien escribe una poesía de este tenor se declarara lector de Guillén. Pero la vida son también el dolor y las sombras. En uno de mis poemas de juventud hablo de la luz y la sombra como de los dos polos de la vida. En ellas el canto, y también en sus pasos intermedios. La vida es ancha y ajena, podemos sentirla como dijo era el mundo Ciro Alegría en su célebre título, y también sentirla, además de ancha, venturosa y libre. Herida o plena. Lleva al canto el abatimiento y la desesperanza y también la contemplación serena del mundo y las pequeñas dichas de que está hecha la vida. Todo es asunto poético, posible materia para la poesía, que no tiene una determinada sino la vida, la vida toda en esa amplitud y sus contrastes. Se ha señalado que en los poemas que escribí tras veinte años de silencio, que en esta poesía que arranca en 2009 y podemos enunciar -y con esto me refiero sólo a una cuestión de edad, y que no nos ha de hacer pensar que desmerecemos la otra, la de juventud- como de madurez hay una mayor serenidad. Jaime Gil de Biedma nos habló de que con el paso del tiempo aprendió a ser un encajador. Se aprenden a encajar los golpes y a lidiar con el dolor, a asumirlo y resignarse a la condición sombría de la vida. Es natural. También lo es el sentir que aunque esto me parezca cierto aún me parece una más profunda verdad el que es una cuestión de gradación y de matices, y es la misma voz. El año 2011 se publicó un libro con poemas escritos en 1987 y otro con los primeros que se publicaban entre los escritos el año 2009. Giuseppe Bellini, en cuyo criterio podemos fiar, analizó los dos libros en un ensayo. Tras comentar las constantes del libro con poemas de juventud -éstas eran, claro, sombrías-, pasó a analizar las del libro con poemas escritos tantos años después. Al empezar a así hacerlo indicaba que en este libro se podían apreciar las mismas constantes que en el otro. Y creo que es así en lo profundo. Es una cuestión de la honestidad de la voz. También del sentimiento y la convicción de que todo asunto, de aparente o hasta terrible gravedad hasta los más triviales -trivialidad que es también aparente, porque son sagradas las cosas-, puede llevar a un poema. Y esta convicción y este sentimiento, sentir y vivir la poesía así hace que los poemas tengan motivos y temas muy diversos, nos hablen de muchas cosas, y a la vez que haya unas constantes y unas obsesiones que me persiguen y son las mías desde que empecé a escribir.

¿Qué forma métrica prefiere?
Escribo y he escrito mi poesía en verso libre, pero -como decía T. S. Eliot- ningún verso es libre para quien quiera hacer un buen trabajo. Es verdad, en el sentido de que el verso libre no quiere decir que sea arbitrario. En mi poesía el componente rítmico es fundamental, y es el impulso rítmico, el aliento instintivo con que escribes los versos el que te hace ir dividiéndolos y quebrándolos, en poemas a veces de versos más homogéneos en su extensión y en poemas a veces en que la extensión de los versos es distinta y de manera acusada. Que se dé de una manera u otra, y la combinación de distintos tipos de versos cuando se da, es algo que dicta el ritmo. Mi poesía se da en un tempo, como una música. Ésta tiene su duración, en la que se cumple. Es el ritmo de esa música en la que está su génesis el que determina su desarrollo además de su duración, en fin, su cumplimiento. Y que se cumpla del modo en que lo hace.
Sé que es asunto a veces de discusión la cuestión de la rima y el verso libre. Son cauces expresivos, y habrá quien está más dotado para hacer su poesía en uno u otro. La rima puede no sólo ser una dificultad sino también una ayuda, una plantilla que nos ayuda, como diría Borges, a merecer hallazgos. Quiero traer el testimonio de Borges a propósito de esta cuestión. Escribe: “Como todo joven poeta, yo creí alguna vez que el verso libre es más fácil que el verso regular; ahora sé que es más arduo y que requiere la íntima convicción de ciertas páginas de Carl Sandburg o de su padre, Whitman”. Borges nos ha dejado escrito también en relación a este asunto algo que me agrada especialmente: “La literatura parte del verso y puede tardar siglos en discernir la posibilidad de la prosa. Al cabo de cuatrocientos años, los anglosajones dejaron una poesía no pocas veces admirable y una prosa apenas explícita. La palabra habría sido en el principio un símbolo mágico, que la usura del tiempo desgastaría. La misión del poeta sería restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su primitiva y ahora oculta virtud. Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar”. Ese sentimiento y esa emoción se dan en cada verso, empiezan en cada verso. Nos lo dice también Borges, de un modo que se hermana con lo que he transcrito (y así quiero yo ahora hacerlo), y que en este momento recuerdo de memoria. Borges nos dice, según mi recuerdo, que el que empiece y haya un nuevo verso no es una simple disposición tipográfica sino que indica al lector que la emoción poética está esperándolo. La emoción poética, el sentido moral y afectivo -porque un verso es una unidad de sentido de este tenor, no sólo verbal-: esto da coherencia y vertebra el verso como tal, lo hacen, y es, como nos dice Borges, lo que hace que quien escribe pase de un verso a otro, acción que tiene su correspondencia en el sentimiento de quien lee estos versos. Hay grandes poetas -pienso, entre los de idioma castellano, en Jorge Guillén y Luis Cernuda, y entre los de idioma catalán en J. V. Foix- que empiezan sus versos siempre con mayúscula. Es algo que responde a esta intención, y no un simple capricho tipográfico. Atestigua el valor y sentido del verso como unidad. Lo recuerdo porque nos puede ayudar a ver cómo el verso libre no es arbitrario ni casual. Nada en arte es casual, sino como el espíritu dicta que ha de ser.

¿Cómo es su biblioteca poética?
He dado ya algunas noticias de cómo es mi biblioteca poética, qué libros tiene, y he de decir que ha seguido formándose y creciendo de una manera espontanea y no programada, a base de encuentros. De libros encontrados y de libros que han sido encuentros, y que muchas veces han llamado a otros. Libros encontrados de manera a veces casual y que te llaman la atención de pronto en una librería, libros ya inencontrables y que parecen remotísimos y que me han salido al paso en sucesivas Ferias del Libro del Paseo de Gracia, a la que he ido desde niño. He de decir también que no es una biblioteca de poeta o sólo de poesía, y que a la vez sí lo es. Me explicaré. No leo sólo poesía, no es éste mi único interés ni pasión intelectual, y a la vez creo que está presente en todo lo que tiene verdadero valor. Que es impensable su falta. Eduardo Chillida decía que no habría arte, verdadero arte, sin una dosis de poesía. Y quizá tampoco pensamiento. “No hay alas como el significado”, escribió Wallace Stevens, y en verdad el pensamiento vuela y canta. O puede hacerlo. Soy un apasionado y a la vez desordenado y asistemático lector no sólo de poesía sino también de ensayo y narrativa -novelas y cuentos- y de literatura íntima (memorias, diarios, epistolarios). Todos estos géneros me tienen como gustoso y agradecido lector, pero en ellos hay y encuentro poesía. En aquel pliego de poesía de El Ciervo de junio de 1990 al que me he referido y en el que se me pedía que contestara la pregunta imposible de “¿Cómo se hace un poema?” en un momento y como en un aparte decía: “aparte de que yo no sé lo que es la poesía, a no ser que sea aquello en lo que hay una dignidad mayor”. Es, por tanto, una formulación en relación a lo que es la poesía y lo que podemos sentir y pensar como tal que expresé de esta manera en mi juventud, y que me sigue pareciendo válida. Esta dignidad mayor es la del verdadero arte, la que ha de tener el verdadero arte -como leí muchos años después en Chillida- para serlo, y es su medida. Lo que nos indica y dice que de verdad lo es. Hemos de ir para ella a la poesía. A ella va para entender y explicarse a sí mismo y explicarnos también a nosotros la novela de Proust en un escrito juvenil de gran belleza Octavio Paz. Cero que en verdad es así. Y que, por tanto, aun no siendo una biblioteca sólo de poesía o de poeta sino compuesta por libros de muy diversas temáticas y géneros es en el fondo, y del todo, una biblioteca poética, así entendida. Otra cosa es también el acarreo natural y sucesivo con que esta biblioteca ha ido formándose y estos libros en ella encontrándose. Si algo es verdad para un poeta, se hace poema. Así lo he dicho. Porque es cierto -o lo es en mí. Así diré con un poema, mejor que con explicación alguna, la vivencia que son para mí los libros, qué es para mí y cómo siento sea y se ha ido formando una biblioteca. Es un poema escrito el 1 de abril de 2009 e incluido en La poesía es un fondo de agua marina. Dice así:

UNA BIBLIOTECA TIENE ALMA. LOS LIBROS
siempre son vidas, o la vida en ellos
impresa, repartida. La biblioteca la va haciendo
uno mismo con los días y se queda luego
dentro, como un calor o una compañía. También
como un olvido sobre el que con el tiempo
como en un cartón infantil nos recortamos.
No importan los libros, las ediciones, las colecciones suntuosas, el criterio
avaro y extraño del bibliófilo. Sólo importa
la vida, y es por ello que valen
y los necesitamos, los queremos.
La vida tiene sus formas, pero ésta es una
en que queda libre y apresada, del tiempo
libre, sin tiempo retratada, fuera del tiempo
la vida a ellos vuelve y en ellos prosigue,
como si el tiempo fuera un sueño e hiciera un momento
que el hombre que los hizo acabara de escribirlos.
Esa es su magia, su misterio. Y por esto los queremos.

¿Qué tres libros de poesía recomendaría?
Creo sinceramente que la poesía está fuera y más allá de consejos y recomendaciones. Hay recomendaciones médicas, recomendaciones higiénicas y de muchas otras clases entre las posibles, pero entre éstas no están, me parece, las poéticas. No lo digo porque sí. Lo digo en un sentido profundo, porque verdaderamente me parece que es cada lector de poesía quien ha de encontrar sus propios libros, los que a él le digan y le importen. Pero con mucho gusto indicaré tres libros que han sido importantes para mí, lo fueron cuando los leí por vez primera y los sigo considerando de un máximo valor, y voy a mencionar estos libros dentro de las puertas que hemos visto yo mismo me he puesto en estas respuestas a este campo libre que es la poesía. Así diré en primer lugar, y unidos al despertar a la poesía en mi adolescencia, Cántico de Jorge Guillén, la cumbre inicial y espléndida de esta obra magna que es Aire Nuestro, y Las islas invitadas de Manuel Altolaguirre. Como tercer libro escojo uno de los de estos poetas menos conocidos y que considero también muy valiosos entre los que conforman la Generación del 27, y por el valor muy singular y muy alto que considero tiene el libro en sí. Es el último libro de Juan Rejano, La tarde. Hay quien da la nota más alta de su canto en la juventud y quien la da o la da otra vez, de distinta manera, en la vejez, como es el caso que he mencionado ya de Vicente Aleixandre y sus Poemas de la consumación. La tarde de Juan Rejano es también un libro final y es una cumbre de poesía y de vida. Se alcanza en él una madurez y una serenidad en la voz como muy pocas veces se alcanza, en lo que se siente es un fruto de plenitud en su melodía sostenida y sin quiebro alguno.
¿Qué proyectos literarios se trae entre manos?
Proyectos. No tengo proyectos. Tengo vida, un sentimiento y quizá hasta un pensamiento con que decirla, y el ansia, la necesidad, la pasión y las ganas de decirla, de sentir que así he de hacerlo. Empleo una expresión de imperativo porque esta tarea tiene algo de deber, de sentir la conciencia de cumplir con un destino. Algo que hacemos, o hago en mi caso con pasión, el modo de ser que en lealtad sólo hay, según Juan Larrea, y también con alegría. “No hago nada sin alegría” es la frase de Montaigne que a Borges le gustaba citar en relación a la lectura. Lo diría respecto a ella y la escritura. Del leer, del escribir y del vivir. Así voy viviendo y escribiendo, y me parece que escribo, como dijo Eugeni D’Ors de Montaigne, al compás de la vida. No quiero que se vea una presunción en usar esta expresión y la referencia de la que viene, sino que me viene a la memoria por esta imbricación de mi escritura con la vida que señalo. Y me viene entonces al corazón esta manera de decirla. Al compás de la vida escribo y también vivo, y procuro traducir de manera espontanea y natural su ritmo. El ritmo con que se da. Procurar quizá no es el verbo más apropiado para emplear para una actividad que se da con la misma sencillez y con el mismo carácter inevitable y natural con que se da o debería darse el respirar. Así escribo, así vivo.
Acabo de publicar el libro Vuelta a Roma, que quedó impreso al empezar este tiempo tan duro, justo a las puertas de esta situación que estamos viviendo y que es tan difícil para muchas cosas y también para los libros y la cultura. Su presentación iba a tener lugar el 25 de marzo en el Ateneo Barcelonés, en el Aula Maria Mercè-Marçal que tiene en él la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña, y, claro, no pudo ser -como nada. Así que este libro ha quedado varado por este tiempo, pero yo espero que esté vivo. Sé que lo está. Pensé y dije cuando apareció que esperaba que su título fuera un buen augurio, y que pronto pudiera darse una vuelta a la poesía y a la vida, una vuelta a Roma -que es la vida. Lo pensé y dije cuando empezaba este tiempo. Pero quiero de nuevo, y en relación al momento en que estamos, unir otra vez la poesía a la esperanza. A la vida.
Escribo poesía y prosa. Tengo una larga obra. Mallarmé decía que todo va a parar en un libro. Quizá, muy a la larga, sea así. Podemos pensar que es así. Pero escribimos para traducir la vida, levantar testimonio de ella, auscultarla y tomarle el pulso y en él sentir su tristeza y su risa. La vida es un proyecto, y la de un escritor, además de vivirla, el de escribirla. Es la respuesta más sencilla que siento que puedo dar, y también la más verdadera.

¿Cómo lleva el confinamiento?
Me llegaban al principio del confinamiento testimonios de escritores que escribían mucho, incluso vi en la revista de prensa de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña el titular de un artículo que se preguntaba si el confinamiento era gasolina creativa para los escritores. No leí el artículo, sólo vi su título, pero por mi parte puedo decir que yo no necesitaba esta gasolina y no la he pedido. Escribo siempre, generalmente. Mucho. Intensamente he escrito en este confinamiento, pero también estaba escribiendo de manera intensa antes de que llegara a éste y así hubiera preferido continuar haciéndolo. Escribir del aire que siento en la mejilla en vez del cristal que me veda que me llegue su caricia.
Leo, escribo. Trabajo. He buscado libros que quería leer y dejé sin leer en su día, he buscado también libros que quiero especialmente y he pensado me harían compañía, y que me iría bien que me la hicieran en este tiempo angustioso y triste. Duro. Porque es una situación preocupante, inhóspita e ingrata. Son libros de poesía de poetas que quiero y también de diarios y de novelas. Además de leer, he escrito. Escribes de lo que vives, y la situación que vivimos queda inevitablemente reflejada en los poemas y prosas que he escrito durante este confinamiento.
En la presentación en Roma el marzo del año pasado de mi libro Poesía en Roma -al que el que ha aparecido ahora, Vuelta a Roma, continúa- se señaló que decía en los poemas que era un poeta al sol. Indiqué que era también un poeta al aire libre. Porque este libro está hecho de un modo que entonces resultaba naturalísimo pero que ahora parece un sueño, y es andando por sus calles. Escribía mientras andaba, de pie o sentado en cualquier sitio, en plazas, en calles, en bancos, en jardines, en cafés. Recordé ese día el título de la bella y sui generis biografía de Miguel Delibes que es Mi vida al aire libre, y el epígrafe de Nietzsche con que se abre, y que asegura que no hay que fiarse de ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre. Este recuerdo y esta mención pasaron a los poemas que volví a escribir esta otra vez en Roma y que conforman el libro que ahora se ha publicado, Vuelta a Roma. En uno de ellos, incluso, se recuerda de nuevo el título de Delibes y se dice que el de este libro que escribo podría ser Roma al aire libre.
Eran poemas al aire libre los que escribí hace un año en Roma, y los que he escrito en este confinamiento son, claro está, poemas encerrados. Porque los he escrito encerrado en casa. Aparece en ellos también el aire libre, y lo hace como necesidad y como nostalgia, como un deseo imperioso de que en él la vida otra vez se cumpla. Al aire libre. En él escribir y vivir, en el aire libre que es también el aire nuestro de la poesía de Guillén. Hay en ella un verso que impactó profundamente a Eduardo Chillida. Cuando el escultor vasco releía Cántico para hacer una edición ilustrada de este libro topó con asombro con este verso: “Lo profundo es el aire”. Hay una carta de Chillida a Guillén en que dice que ese pensamiento es también suyo, que así lo siente. Es una carta preciosa, y en la que al decir esto el artista vasco decía verdad. Podemos verlo en que empezó a hacer una serie de esculturas que llevaban por título este verso -Lo profundo es el aire I, II, III-. Lo recuerdo ahora y quiero también como cierre de estas líneas este verso de Jorge Guillén, lo traigo como expresión de una intención y con un deseo de libertad, y es la de que podamos sentir otra vez que el aire es nuestro, como en el título que reúne la poesía del poeta, y que en esa libertad y esa pertenencia sintamos lo profundo del vivir. En la recuperada vida al aire libre y en el aire es nuestra. Nunca como en este tiempo hemos podido sentir, por las razones y sentimientos que intento aportar, la verdad incontestable y definitiva que encierra este verso: “Lo profundo es el aire”. Lo escribo y espero que podamos sentir todos esta profundidad de nuevo en nuestros pulmones, en nuestro corazón, en nuestra alma y en nuestro arte.
VOY A BAJAR POR LAS CALLES DEL TRASTEVERE
y pienso en ti, padre, y en la España rota
y en guerra en la que aquí viviste
y a la que volviste. Lo pienso y lo recuerdo
porque por ello se me ha preguntado. Pienso
también ahora que quizá no se te entienda bien.
Tú eras demócrata convencido, eras monárquico
y también eras católico. Quisiste combatir
sin disparar un tiro y querías la paz,
y también la reconciliación de España.
Una persona como tú -y había otras,
conocemos las muy célebres, personas
que fueron mártires-
no gustaba mucho en ninguno de los dos
bandos. Y seguiste sin gustar en la España
de Franco, y Franco sin gustarte a ti.
En uno de sus plebiscitos propagandísticos
y falsos pusiste en la papeleta un lema:
“Mientras la ciudad duerme, están despiertos
los centinelas”. Éste fue tu voto,
siempre, toda la vida. Y la paz
la quisiste también en la guerra
-Paz en la guerra quisiste, como el título
de Juan Ramón-, y la quisiste también entonces,
muy joven, y en ella. Ion me preguntaba
el día de la presentación en Roma
de estos poemas romanos (te hubiera
gustado) si nos hablabas de esto.
“De la guerra no. De Roma sí”, le respondí.
Porque es verdad. Recuerdo
que al final de tu vida me contaste
que el primer día de acabada la guerra
el cura castrense, en la misa
que celebró, hizo una homilía preciosa.
Decía que todos los españoles éramos hermanos.
y que ahora, acabada la guerra,
había que olvidarla. Olvidar
la confrontación y que hubiera
reconciliación. Ser hermanos.
Pensaste que esto es lo que
tenía que ser y querías que
fuera. Me añadiste que
tardaste cuarenta años
en volver a oír decir
algo así. Tampoco
les debió gustar ese cura. Lo digo
para no falsearte, padre, y
que se te entienda y se te conozca
bien como yo te conozco, que soy
tu hijo. Para que se comprenda
la complejidad y los matices
de la guerra y ese tiempo dramático
de España, que siguió siendo así
-dramático- décadas. Quizá tenía
que volver a Roma para decirlo.
Volver a Roma es, ha sido
otra vez volver a ti. Y a España.
Vuelta a Roma. A España. Roma
en España. España en Roma.
He de ir a encontrar su memoria
en las viejas calles del Trastevere.

Del libro Vuelta a Roma, 2020.

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