viernes, 8 de octubre de 2021

Santiago Montobbio, autor del libro de poemas “De infinito amor”. Reflexiones y experiencias del tiempo de confinamiento

Santiago Montobbio, escritor



Julia Sáez-Angulo

8/10/2021.- Madrid.- La pandemia covid-19, el confinamiento y las múltiples incidencias de enfermedad, dolor, afecto, pérdida, ausencia, encierro, soledad, existencia… están dando un cúmulo de libros de gran interés como testimonio de un tiempo difícil y complejo, cuando todo se cerró hasta la sede de los representantes del pueblo. El escritor barcelonés Santiago Montobbio ha publicado un amplio poemario durante ese tiempo, titulado “De infinito amor”.

“Desde el balcón del domicilio familiar barcelonés en la calle Pau Clarís donde vive con su madre mencionada en varios apuntes, así como la importancia de las ventanas desde donde observa tanto el exterior como su propio interior, sin olvidarnos de los árboles urbanos que con sus aspas plataneras dan vida al encierro obligado”, se explica en el libro, que añade a su prolífica obra no solo poemas sino algunos rasgos de su proceso creativo y afinidades literarias. El libro ha sido publicado por la editorial Los Libros de la Frontera, en la colección El Bardo.

El libro abarca, según el escueto índice: del 14 al 31 de marzo se 2020, en la página 5 a la 140, y, del 1 al 30 de abril de 2020, desde la página 141 a 640 

Asuntos de interior y exterior en los versos del poeta, también de la actualidad que entra en lo doméstico por los medios informativos. Los poemas tienen mucho de diario, no en el sentido de dejar constancia de lo sucedido, sino de paisaje del alma en una situación en la que una espada de Damocles parecía pender sobre todos nosotros. Los aplausos convocados a la tarde eran nexo de fraternidad, la lluvia, las gaviotas, las sombras, el helor al final del día… El poeta mira, observa, reflexiona y escribe versos para apresar la visión o las sensaciones. Nada detiene el impulso del poeta; necesita la palabra y con ella da rienda suelta a sentir, a su vivir y a la esperanza.


Poema

“TODOS LOS RUIDOS DEL MUNDO

FORMAN UN GRAN SILENCIO.

Todos los hombres del mundo forman un solo

 espectro”.

Este vacío final en el que nos ahogaremos todos

dicen

y anuncian estos versos, un vacío que sea un 

silencio. Un silencio huérfano

y perdido y al que no prestamos atención podemos

sentir

detrás de todo. Con los ojos, con el corazón, con las 

manos.

en cada gesto y en cada beso, en cada abrazo y

estrechar de manos

se esconde en realidad ese silencio. Hacemos ver 

que no nos damos

mucha cuenta, pero en el fondo lo sabemos. El

silencio será un vacío,

como la tierra y en él seremos iguales por fin

        porque nos hará muertos.

    

    La colección de poesía El Bardo se inció en marzo de 1964, bajo la dirección de Jose Batlló, con la publicación del libro de Gabriel Celaya La linterna sorda.

Santiago Montobbio, escritor


2 comentarios:

Raúl dijo...

Caros amigos
Bellos versos, que invitar a meditar en el concepto de silencio. Dicha noción poética tiene otras que le son vecinas. P. ej. la sombra, la pálida Muerte, el sueño...
Saludos,
Raúl

Leonor MERINO dijo...

Amigas y Amigos de la firma “La mirada actual” de nuestra Julia Sáez Angulo:

Tal vez, una de las lecciones de esta pandemia es la reflexión sobre el valor de la Vida y la fragilidad de la existencia del ser humano (la Muerte cabalga al lado de la Vida, en toda circunstancia y ante las desesperantes posturas que tomemos para aguardar su inexorable cita). Igualmente, el deseo de que conduzca a los pueblos a una mayor solidaridad y compasión (hermosa etimología).

Ánimo en el Desespero y Templanza ante la Impaciencia.

Sí, nos llovieron las escrituras sobre la soledad, las melancólicas miradas a través de ventanales y el vacío de las habitaciones.

Empero, “El Principito” nos pidió “pausa”, en la imagen simbólica que acompaña a mi prosa poética: “ALEGORÍA DE UN TIEMPO. Invernar en Primavera” (en español y en francés en distintas publicaciones)

De la que pergeño algunos retazos:

“Más allá de mi ventana, existe una buhardilla, por encima de una cadena de tejados, cercana al cielo. En la angosta habitación de inclinado techo, la mesa, la silla y la cama han desaparecido en la vetusta estufa, que ahora está apagada, mientras el ajado sombrero cuelga del polvoriento tubo.

Ante el agujero negro de hollín, espera su turno un legajo con cordel: "Tratactus studium".

Un hombre descarnado, acurrucado bajo la consumida manta y vestido con raída chaqueta, cuenta con los dedos las sílabas del verso, a la vez que sostiene, en la otra mano, las hojas de su nueva obra.

En él toma cuerpo el ideal de los clásicos, puesto que aspira a controlar los golpes imprevistos del destino en su mayor virulencia y a domeñar sus pasiones: antepone la templanza a la impaciencia ante quien no sabe encontrar la salida, ni que después de la tormenta existe el arcoíris.

Él sabe que la paciencia no es perdurar pasivamente, sino larga visión en la esperanza: se necesita tiempo para que la luna creciente devenga en luna llena.

Ser humano, como medida de todas las cosas, frente al caballo –hipogrifo violento– que pasa a galope y se encabrita: movimiento y símbolo de fuerza, pasión, desazón.

"Epílogo":
En la larga pandemia planetaria, aceché lugares de primera y de tercera, con el fin de que, a la manera de Calderón de la Barca en "La vida es sueño" –metáfora platónica de la caverna– y en su filosofía de tono estoico-senequista, hacer vivir a Segismundos –Prometeos encadenados invictos: conocer y domeñar la propia identidad para conseguir libertad y triunfo sobre sí mismos– y a Rosauras –valquirias de carne y espíritu– como personajes de este siglo XXI.

Y soñé con dinosaurios, que no tuvieron que recordar a cierto humanoide que se prendió fuego con todo su petróleo y cuyas cenizas ni siquiera eran buen fosfato para extraterrestres.”