Julia Sáez Angulo
No ha pasado un siglo desde Auschwitz y el jinete del Apocalipsis vuelve a galopar sobre Europa, esa coda de Asia que parece maldita. ¿O somos nosotros las maldecidas tribus belicosas europeas, las castigadas por nuestra ambición y arrogancia?
Es la guerra que cae de nuevo sobre nuestra tierra sazonada con la fuerza bruta de la bestia y la inútil impotencia de los débiles. Que venga el toro y nos secuestre de una vez por todas; que se enfrente con furia a ese caballo desbocado que, ingenuos, creíamos embridado para siempre, a esa fiera que nos lleva hoy a la locura tártara.
¿Hasta cuándo habrá que probar nuestra resistencia? Tengo 91 años y conocí el horror de la Soab, y ahora contemplo la avaricia de otro loco codicioso, que atormenta nuestras vidas.
¿Cómo acabar con él? ¿Cómo librarnos del martirio de esta plaga atroz de hambre, sed y desconcierto? Nuestra mente desvaría en la sinrazón de la existencia. No hay compasión para los últimos años que nos quedan a los del viejo recuerdo en llamas. No conmueve el llanto de los niños asustados, ni el dolor de sus madres implorantes al cielo. Solo queda el ardor guerrero de nuestros jóvenes soldados…. Nadie escucha nuestra súplica y plegaria.
El jinete implacable avanza y arrasa nuestras casas. Hemos de huir como ratas, refugiarnos en el hueco de la tierra, como muertos antes de la fecha prevista. No podemos salir al aire libre para mirar al sol de frente como Ícaro. El loco embravecido vomita fuego sobre nuestras cabezas. ¿Por qué y para qué la vida? ¿Por qué esta banalidad del mal? ¿Por qué, si nada hemos hecho digno de represalia? ¿Por qué y para qué haber nacido, si nos espera el horror y la tortura?
Es duro, insoportable, volver a revivir el terror de lo vivido. Ver el avance del rojo alazán, con la espada en alto, para hollar nuestro territorio y acabar con nuestras vidas. El demonio exterminador ha vuelto para aniquilarnos. Es el eterno retorno del pánico. La inmolación del todo, para revivir en la nada. Volverá de seguro el Ave Fénix, que brotará de la ceniza ensangrentada y humeante, para renacerlo todo y burlarse del destino de los hombres. Como Sísifo, a carcajadas, cuando descubrió lo que esperaba al hombre tras el Tártaro.
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