jueves, 18 de agosto de 2022

CRÓNICAS ESCURIALENSES XXIII. La Casita del Infante Don Gabriel, los cedros del Líbano y del Himalaya, los cisnes blanco y negro. Y Helmut Kholn

Casita del Infante Don Gabriel. San Lorenzo de El Escorial
Cuchi de Osma, Carmen Valero Espinosa, Julia Sáez-Angulo y María Jesús de Frutos, con el Real Monasterio al fondo


Julia Sáez-Angulo

18/8/22.- El Escorial.- Hay una visita gastronómica puntual veraniega entre dos artistas pintoras y dos críticas de arte: María Jesús de Frutos, Cuchi de Osma, Carmen Valero Espinosa y quien esto firma. Como las golondrinas se citan de manera fija en la segunda quincena de agosto, pasada la fiesta de la Paloma y superado ciertamente el ferragosto. “La Horizontal” es el restaurante elegido, a mitad de la falda del monte Abantos, por aquello de su frescor entre coníferas y su razonable comida. Yo sentía frío y pedí un chal, que la casa me lo proporcionó en gris, con la etiqueta de Ikea. Ya en otoño pasado, tuve que pedir una manta de chimenea para paliar el frío de la terraza. En La Horizontal siempre hace fresco. 

    Cuchi lucía una camelia Chanel sobre el vestido sesentero; Carmen, camiseta con edelweiss bordadas en Austria; Julia, lunares andaluces en la blusa, y M. Jesús, vestido largo amarillo estampado, con mangas abullonadas, tipo Imelda Marcos.

    El comienzo fue de buen jamón y aros de cebolla, para seguir con los platos de cuchara: lentejas con verduras para un día fresco, amén de carrillada y gallos. Final con tiramisú y sorbetes de limón.

Pero no solo de alimento viven el hombre y la mujer, sino de cultura y belleza. Este año visitamos la Casita del Infante Don Gabriel (hijo de Carlos III y hermano de Carlos IV; el más culto de los hermanos. Tradujo a Salustio y tocaba el órgano en concierto con el Padre Soler, que tocaba el otro órgano, en la Real Basílica)), en la carretera de San Lorenzo del Escorial hacia Ávila Un pabellón de caza, edificio neoclásico, construido en el último tercio del siglo XVIII, por el arquitecto Juan de Villanueva, el mismo que construyó la Casita del Príncipe en la parte inferior del bosque de la Herrería, y el mismo que hizo el edificio del Museo del Prado.

La Casita del Infante solo se abre al público los viernes de 12 a 18 horas, por lo que nos dedicamos a visitar los hermosos jardines italianos, desde los que se divisan los mejores encuadres del Real Monasterio, salvo en un ángulo en el que un pino piñonero -que habrá que podar- impide la vista diáfana.

    Pese a la belleza circundante, Carmen Valero insistía en que mirásemos las nubes velazqueñas del cielo. Es una nefelibata. Ciertamente eran tan hermosas y los críticos de arte sabemos que los celajes forman parte del paisaje.

Disfrutamos el recorrido de los parterres con laberintos de boj, los estanques de nenúfares con un solo surtidor que nutre con un sutil sonido musical de agua, de las coloridas margaritas, de las hortensias algo castigadas por el calor, de los floridos árboles de Júpiter, que algunas calificaban de árboles del amor y el guardés nos dijo que nada tenían que ver unos con otros. No quedamos muy convencidas.

    Pero, sobre todo, de los árboles centenarios gigantescos, en buena parte clasificados como de interés especial por la Comunidad de Madrid: el cedro del Líbano o de Salomón, en paralelo al cedro del Himalaya, los pinsapos de la entrada, las sequoyas, las sabinas, los pinos piñoneros…  

En esta Casita del Infante, donde se celebran conciertos de cámara de vez en cuando, residió don Juan Carlos de Borbón, cuando estudiaba en los Agustinos, y se le llamaba Príncipe de España, título que jamás ha existido en la Historia de España, sino el de Príncipe de Asturias que es el que procede al heredero de la Corona hispánica. En la Casita del Infante se guarda el dormitorio y mobiliario que utilizó don Juan Carlos antes de casarse (¡Dios, que buen rey, si no hubiera hecho el tonto durante los últimos años!).

En la Casita del Infante los reyes Juan Carlos y Sofía ofrecieron un almuerzo a la reina Isabel II de Inglaterra -primer y único viaje de la soberana británica a España- y a su esposo el Príncipe de Edimburgo en 1988. Y, en 1989, se iba a alojar allí el presidente alemán Helmuth Koln, hasta que se dieron cuenta de que era demasiado corpulento y alto y que tendría que bajar la cabeza ante los bajos dinteles de las puertas -a riesgo de posible  chichón- y habría que comprarle una cama especial, pues la de medidas habituales no servía para su tamaño. Desistieron de alojarlo allí.

De las anécdotas de altura, pasamos a las de bajura en los jardines italianos que rodean el palacete, como la del estanque en el que -confiemos que temporalmente- faltan los peces de colores y sobre todo los cisnes que ornan cualquier estanque real que se precie. Siempre los ha habido, sobre todo en el Jardín de los Frailes. El guardés nos contó que la pareja de cisnes se renovaba cada año, pero que, en el último, antes de la pandemia, la hembra le dio por picar y atacar al macho (casi siempre es al revés), por lo que hubo que separarlos, y se subió la hembra al estanque de la Casita del Infante y aquí despareció, porque un zorro circundante por los bosques de la Herrería se la zampó.

La cadena trófica de la Naturaleza no se anda con contemplaciones.

La Casita del Infante Don Gabriel, a diferencia de la Casita del Príncipe, es un lugar mucho más tranquilo y solitario, por lo que es recomendable a quien quiera disfrutarla, pero que no se corra la voz y se entere la tromba de turistas al Real Monasterio, porque se acabaría con el relax y disfrute de vistas al Monasterio, a los bosques y montañas que hoy tiene.

Chocante el busto diminuto y algo ridículo de la cabeza de Carlos III, que el gran rey tiene hoy en el luneto al aire libre del aparcamiento de coches, frente al palacete del Infante. Aquel monarca, por sus aportaciones artísticas y culturales, se merece un busto que guarde al menos la escala con el espacio.

En suma, el paseo de las pintoras y las críticas de arte por el Pabellón de caza del Infante Don Gabriel fue magnífico y recomendable. Ya estamos deseando de que llegue la siguiente cita estival para celebrar de nuevo el arte de la buena mesa y la belleza de El Escorial de arriba y de abajo.

    Confiemos en que el año próximo veamos peces de colores y cisnes, como merece el Real Sitio. (En Inglaterra todos los cisnes son propiedad de Su Majestad Británica, según la vieja tradición, aunque no haga uso de tal propiedad).

Cedro del Himalaya con nube al fondo. Casita del Infante

Una de las cuatro fuentes de nenúfares. Casita del Infante

Uno de los nenúfares abierto


Cuchi de Osma, M Jesús de Frutos y Julia Sáez-Angulo

Cuchi, Carmen y Julia

Lagerstroemia lythraceae, árbol de Júpiter o lila de la India, 

Cercis siliquastrum. Árbol del amor

4 comentarios:

Antuán dijo...

Preciosa jornada y precioso artículo.

Raúl dijo...

Queridos amigos
Gracias por todo lo que aprendo gracias a ustedes. Si no me equivoco, el Infante Don Gabriel era un humanista. Tradujo incluso a Salustio. Nuevos saludos,
Raúl

Julia Saez Angulo y Dolores Gallardo dijo...

Muy bonita narración de un día para recordar ….
Cuchi de Osma

Julia Saez Angulo y Dolores Gallardo dijo...

Leído y revivido el espacio al que he ido en ocasiones varias. Lo de los cisnes ha sido siempre un problema, porque el espacio es breve y porque no los crían allí desde pequeños. Gracias por tratar con respeto la historia y esa belleza. Tomás Paredes