miércoles, 17 de enero de 2024

A vueltas con Américo Castro



        Víctor Morales Lezcano


      La personalidad intelectual de Américo Castro (1885-1972) no ha podido pasar desapercibida. Buena muestra de esta pervivencia de Castro y sus obras es la presentación que ha tenido lugar en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (Madrid) del libro que acaba de publicar el catedrático José Antonio González Alcantud con el título de “Américo Castro y la Historia de España. Una escuela historiográfica influyente en el pasado, decisiva para el futuro” (Almuzara, 2024). Han patrocinado el acto la citada Real Academia y la Fundación Zubiri, personificadas en los presidentes respectivos de la ilustre Academia, don Benigno Pendás García, y de la Fundación Xavier Zubiri, don Diego García Guillén.  La arabista e historiadora doña María Jesús Viguera Molins completó el elenco de ponentes que respaldó el acto. 
      Sería ocioso recordar al lector de esta sinopsis que Américo Castro forjó su formación universitaria en el distrito de Granada, aunque su mejor desarrollo intelectual se amplió y tipificó en Madrid, al abundar en su “convivencia” con un institucionista de solera como fue Francisco Giner de los Ríos y con el prestigioso filólogo Ramón Menéndez Pidal. Obvio es dejar constancia aquí de que la huella del filólogo mencionado fue de importancia considerable en el denso cursus honorum de Américo Castro tanto en la Universidad Complutense de Madrid (luego bautizada como Central) como en varias otras, caso de la de Columbia, México, Puerto Rico y Buenos Aires a partir de su largo exilio americano al terminar la guerra civil española en 1939. 
      La impronta de casi toda la producción científica de Castro antes y después de la publicación de “España en su historia: cristianos, moros y judíos” (ed. Losada, 1948) va a situarle en la cúspide de los más destacados −y controvertidos− historiadores españoles de la primera mitad del siglo XX. No en vano, Castro culminó su trayectoria intelectual en la Universidad de Princeton-New Jersey, donde el orientalista Bernard Lewis me habló con respeto del buen recuerdo que don Américo dejó a varias generaciones de hispanistas e historiadores estadounidenses.
      El romance que Menéndez Pidal acuñó, en su momento, bien podría aplicarse al campo de intelección historiográfica de España que Castro confirió al estudio de la realidad histórica de este país:  Ya me salen a encontrar tres leyes a maravilla: los cristianos con sus cruces, los moros a la morisca y los judíos que con sus vihuelas la ciudad (Toledo) se estrujía.

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