Julia
Sáez-Angulo
La premio Nobel sudafricana ha dicho de esta narración: “Es
la novela más inflyentes de cuantas se han escrito en Sudáfrica y tomó un gran
papel en la toma de conciencia popular… Hizo comprender que el apartheid no era
simplemente una ignominia abstracta, sino una distorsión de las relaciones
humanas, del propio espíritu humano”.
Me vienen a la memoria títulos como Lo que el viento se llevó o La
cabaña del tío Tom, que también tocan e tema de los derechos civiles de los
negros, y que también son una saga que acoge el paso y el cambio de los
tiempos. Trinidad de LeónUris es otra novela
saga, en este caso sobre la Independencia de Irlanda.
Las grandes sagas vienen a ser como la intrahistoria de que
hablara el escritor Miguel de Unamuno. Se puede conocer mejor la vida de una
población a través de una familia, que de las grandes hazañas de los poderos.
La historia la hacen los pueblos, decían los romanos.
Un pastor negro anglicano y un terrateniente blanco son
protagonistas de unos destinos que se van a cruzar y ofrecer un friso de
sucesos y vivencias íntimas a finales de la década de 1940. Ambientes rurales y
ciudades como Johannesburgo son un gran pretexto para que el autor Alan Paton
describa la belleza del paisaje sudafricano. (La artista de danza Diana Michelow, residente en España, habla siempre con entusiasmo de su tierra sudafricana).
Historia de sentimientos individuales y situaciones sociales
que hablan de modo elocuente sobre las concretas existencias humanas y sobre la condición humana universal.
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