L.M.A.
Contrariamente a lo que se pueda pensar, un diseñador como Álvaro Catalán de Ocón (Madrid, 1975) -que ha elegido el camino de la auto-producción, de las pequeñas tiradas y del trabajo al límite de lo artesanal-, nunca se sintió tentado por explorar ese aspecto del diseño donde la libertad es absoluta, donde no hay potenciales clientes, donde responder a exigencias relativas a la funcionalidad no es mandatorio.
Por tanto, cuando Machado-Muñoz le pidió una colección para ser editada en series limitadas y con la misión de investigar la posible conexión de su trabajo con el arte, Álvaro respondió enfrentándose al encargo del modo más literal posible, con la escultura como protagonista, pero a su vez dando un rodeo “sui generis” para plantear preguntas sobre las dicotomías escultura/lámpara o escultura/mueble, en dos proyectos que siendo diferentes entre sí y con un punto de vista nuevo en su trayectoria, preservan intacto su interés en revisitar procesos que vienen de la práctica del diseño industrial con un resultado que es a un tiempo inesperado, ingenioso y sorprendente.
El diseñador es invitado en estos casos a transgredir, a romper reglas, mover fronteras, a operar al borde su disciplina, a invadir caminos más propios del arte. Un nuevo reto, que en el caso de Álvaro ha supuesto la primera vez que levanta la veda, que se quita el corsé impuesto por su estricta formación de diseñador industrial preparado para dar soluciones a problemas específicos.
Lo ilusorio es un ingrediente fundamental en todo este proceso que es tan físico como mental. Hasta el punto en que la puesta en escena es casi tan importante como la pieza misma. Esto es especialmente evidente en el proyecto Rayuela. La idea surge de unos taburetes anteriores, de diseño geométrico y del mismo nombre, realizados en madera. Taburetes que agrupados forman mesas cuyas superficies son de tamaño y forma variables, creando así una retícula geométrica (como los suelos clásicos en los que se inspira) que al ser elevada a una altura de mesa crea la ficción de un suelo flotante. Los trozos de madera desechados de su fabricación siempre intrigaron al diseñador: unas bloques cuya base forma un triángulo pero que deviene en hexágono. Con ellas hizo en su día una escultura, donde las líneas se quiebran y persiguen, donde los llenos y vacíos se complementan, donde las texturas rayadas y lisas, aportan un valor añadido.
Para la nueva Rayuela, esta vez de mármol, el modus operandi ha sido el inverso. Se ha realizado primero una escultura y con los recortes ésta se han fabricado unos taburetes que se disponen alrededor de la misma. Todo ello se muestra sobre un suelo geométrico a base de rombos, en una especie de bucle espacial total.
El segundo proyecto, Tótem, consiste en un grupo de esculturas luminosas. De nuevo una incursión en los intríngulis de la geometría, a partir de perfectas pirámides, esferas y cubos de metacrilato transparente de perfiles secos y cortes limpios, que al iluminarse y reflejar la luz producen un intrigante juego de vacíos y llenos, de luces y sombras que nos devuelve al campo de lo ilusorio. Ese aspecto mismo está reforzado por el hecho de que el propio plinto es parte integral de la escultura, el sitio donde se alojan las tripas de la misma. De hecho, Álvaro hace aquí otro guiño a su profesión de diseñador industrial, en concreto, un comentario a su añoranza por la bombilla incandescente en vías de extinción, un cable con interruptor saliendo a pie de la pieza dejan constancia de ello.
Nada es lo que parece en estas dos colecciones, ni formal ni conceptualmente. El diseñador sigue ahí, tergiversando los términos, fiel a sus principios.
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