Julia
Sáez-Angulo
21.06.2015.-Dos grandes inteligencias
del siglo XX dialogan en el escenario del Teatro Fígaro Adolfo Marsillac de
Madrid, en la obra La sesión final de
Freud. La obra transcurre el 3 de septiembre de 1939 en el despacho de Anna
Freud, que ha decorado como el que su padre tuviera en Viena antes de tener que
abandonar la capital austriaca por la persecución nazi en 1938.
Clive
Staples Lewis, joven y brillante profesor de Oxford es convocado por Freud,
tras una crítica que el primero hace sobre el inventor del Psicoanálisis. Todo
ello sucede en el londinense barrio de Hampstead.
Mark Saint Germain es el autor de estos magníficos
diálogos llenos de argumentación e inteligencia. “La sesión final de Freud” está interpretada por Helio
Pedregal como el Doctor Freud y Eleazar Ortiz como C.S. Lewis. Ambos,
sencillamente magistrales y convincentes.
El
diálogo de los dos actores, los dos personajes, recorre el arte, el amor, el
sexo, el sentido de la vida y sobre todo Dios, un tema que todo hombre se hace
a lo largo de su vida. El tono es agudo, intelectual, irónico, argumental…
Nadie vence a nadie; hay debate y queda en tablas, aunque el espectador el
libre de inclinarse a unos u otros argumentos. En suma es el diálogo entre fe y
razón, sobre el que un gran teólogo como Benedicto XVI ha escrito en profundidad.
Este
encuentro entre Freud y el autor de libros célebres como Crónicas de Narnia o Cartas
del diablo a su sobrino, no es histórico, pero pudiera haberse producido a
juzgar por la cita que Freud tenía con las iniciales de C.S. Lewis.
Después
de este supuesto encuentro y debate, Freud, que padecía cáncer de boca, se
quitaría la vida, algo que ya comenta con su interlocutor en la obra de teatro.
La
segunda guerra mundial planea en la obra con el monstruo de Hitler como batuta
siniestra. La radio da cuenta de estos acontecimientos, así como los discursos
de Chamberlaine y Jorge VI para comunicar la guerra a los británicos aterrados
por el desfile de aviones por los aires de las ciudades.
La
inteligencia no muere, a juzgar por los diálogos de Freud y Lewis, pero el
jinete de la guerra no descabalga por ello y atenaza a la humanidad que solo
parece tomarse un respiro para entablar otra contienda bélica.
No hay optimismo
antropológico en esta obra dramática, si bien se atisba una esperanza de que surja
de la inteligencia humana la capacidad de una convivencia razonable. Solo
razonable, con ello bastaría.
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