viernes, 5 de junio de 2015

ORLANDO ARIAS, 50 óleos y acuarelas en la Galería Guayasamín de Madrid


Pintura de Orlando Arias



Mario Soria

           05.05.15.- Madrid .- Exposición de la Casa de América. Fui por recomendación de mi querida amiga Julia Sáez de Angulo. Antes de inaugurarse la muestra , acto en el gran salón anejo a la galería “Guayasamín”. Autoridades españolas y bolivianas , puesto que la exposición la organizaba la embajada del país andino y colaboraban el ministerio hispano de asuntos exteriores  y la embajada boliviana en Madrid, amén de la institución que abría sus salones al público. Lleno el salón de actos  por un público de curiosos y aficionados a la pintura.

           Una cincuentena de cuadros componía la exposición. Óleo y acuarela. Lo que más llamaba la atención eran lo brillantes colores: rosado, verde claro, dorado cobrizo, bermejo, gris violáceo, verde esmeralda, anaranjado, azul cobalto, blanco, gris violáceo, morado, gris humo, carmesí, lila…… Sobre fondo de diversos tonos azul, verde, castaño, negro. Las figuras, muñecos hechos de piezas más o menos coincidentes en estructura y colorido, formando curiosos androides: ruedas, aves trozos de madera, cajas, vasijas, pernos, alargados hocicos serpentinos, ruedas, engranajes, cabezas humanas a modo de alas, de rasgos inexpresivos, más o menos repetidos; frutas, braseros encendidos, bolas, escuadras, listones, flores….Una de las presentaciones lo compara al autor Kandinski y Klee; pero el primero, su imaginación casi inacabable sus fantásticos protozoarios, sus locas geometrías nos parecen lejos de Orlando Arias. El segundo, con sus abstracciones innovadoras poca afinidad puede tener con el boliviano, rebosante de colores vivos y tan variados. Pero si los colores atraen irresistiblemente la mirada, no agradan las figuras de complexión repetida (al menos las que se ven en esta muestra): hombres, mujeres, niños, parejas de contextura esencialmente igual, cuyas partes se anudan mediante el color tan arbitrario como hermoso. Las figuras son, en realidad, pretextos para desenvolver una magnifica policromía.



           Soberbios contrastes. De haber podido hubiera yo comprado un óleo o acuarela donde se ve un brasero encendido cuya refulgencia sujeta cierto muñequillo multicolor, hijo –parece- de otro muñeco, hembra en este caso, también de múltiples colores. Luz y fuego de un lado y al otro un gran autómata sobre fondo oscuro. Hubiera adquirido –digo- este lienzo y tal vez hubiese adquirido con él, virtualmente, todo los demás: tal es la semejanza, la fantasía limitada. De otro lado, esta luminiscencia es puro color, no sutileza del fuego, ni efecto en los objetos circundantes, como lo son los magistrales óleos del francés Jorge de la Tour, por ejemplo. Aquí ni percibimos el alma de la luz.

           Colores matizadísimos, de acuerdo con la fantasía del pintor con negros y claros. Fondos verdes, azulados, verdosos, negruzcos.

           Artificios sin vida; pura yuxtaposición arbitraria de partes; elementos vagamente humanos. Sin vida los personajes y, por lo tanto, sin alma. Sugestivos, indudablemente; impresionan y dan querencia de mirarlos y mirarlos sin parar. Por brusca captación de la mirada, lejanamente emparentados –creo- con la Khlo y O´Keefe. Y aun con la emoción religiosa hecha color vibrante de los viejos pintores coloniales iberoamericanos, tan hermosos: Villalpando, Pérez de Holguín, Diego Puente.

           Y relacionados íntimamente con los tejidos guatemaltecos, entre flores, hojas y tallos; y con la joyería mexicana  de plata y piedras semipreciosas y con las filigranas de oro y plata bolivianas; y con los marcos de madera barrocos, como uno que tengo, cobijando a un ángel arcabucero peruano, suntuoso. Y con los arquitectos de México y Bahía, orífices de la piedra, pintores-escultores de galanas fachadas y gigantescas concavidades. Y con las estatuas del Alejandrino, el genial esclavo lisiado. Y de la misma familia de los coloristas europeos. Con todo, pintura la de Orlando Arias hueca de alma, fantasía completamente separada de la realidad. Las cabezas por ejemplo, iguales todas; de rasgos afilados similares las caras, vagamente parecidas al casco de Mercurio o a un mascarón de proa.

           Imaginación caprichosa no derivada de la realidad para trascenderla. Además predominio de la línea recta en los antojadizos elementos, es decir, de lo racional, acabado, definitivo, cerrado a lo infinito y abierto, fijado en sí.

           Figuras con cierta perspectiva reducida a la dirección lineal de los trazos yuxtapuestos y que no empequeñecen ciertas formas del fondo, sino que parece más bien agrandarlas: homúnculos de primer plano, línea, volumen y color, sin interior, sin conflicto alguno. “Homo evolutus”, se dice de estas extrañas y a ratos hermosas figuras. En verdad debería decirse hombre mecanizado, desfigurado hasta los tuétanos: quizás el hombre moderno, el de la civilización marxista y liberal, irremediablemente lejos de sií mismo, de la naturaleza y de Dios. Monstruillo policromo como fuego de artificio, aunque no pasajero: bello e interesante. Para mirarlo, contemplando y meditarlo.

           Óleos y acuarelas de las cuales recomendamos ver y detenerse en los originales no en reproducciones de catálogos o trípticos, por fieles que todos ellos pretendan ser. Siempre es la realidad categoría insustituible para contemplar debidamente una obra de arte plástica. En este caso, tampoco cabe prescindir de ella, por la hermosura y vivacidad de los colores, su densidad, su fuerza o en ocasiones su delicadeza. Pero son particularmente las acuarelas de Orlando Arias las que exigen la vecindad sin termediarios entre el ojo del espectador y la tela: así se advierten claramente los innumerables matices del color principal hasta convertirse en otros: por ejemplo, en la acuarela nº 43, el gris en lila, éste en blanco,  y al final en verde. Las pinceladas no se notan como tales, sino sólo la mancha o color que dejan, amén de la variación cromática casi insensible. Finura al difuminar, pincel suavísimo. Maestría.



  

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