Pintura de Orlando Arias
Mario Soria
05.05.15.- Madrid .- Exposición de la Casa de América. Fui
por recomendación de mi querida amiga Julia Sáez de Angulo. Antes de
inaugurarse la muestra , acto en el gran salón anejo a la galería “Guayasamín”.
Autoridades españolas y bolivianas , puesto que la exposición la organizaba la
embajada del país andino y colaboraban el ministerio hispano de asuntos
exteriores y la embajada boliviana en
Madrid, amén de la institución que abría sus salones al público. Lleno el salón
de actos por un público de curiosos y
aficionados a la pintura.
Una cincuentena de cuadros componía la
exposición. Óleo y acuarela. Lo que más llamaba la atención eran lo brillantes
colores: rosado, verde claro, dorado cobrizo, bermejo, gris violáceo, verde
esmeralda, anaranjado, azul cobalto, blanco, gris violáceo, morado, gris humo,
carmesí, lila…… Sobre fondo de diversos tonos azul, verde, castaño, negro. Las
figuras, muñecos hechos de piezas más o menos coincidentes en estructura y
colorido, formando curiosos androides: ruedas, aves trozos de madera, cajas,
vasijas, pernos, alargados hocicos serpentinos, ruedas, engranajes, cabezas
humanas a modo de alas, de rasgos inexpresivos, más o menos repetidos; frutas,
braseros encendidos, bolas, escuadras, listones, flores….Una de las
presentaciones lo compara al autor Kandinski y Klee; pero el primero, su
imaginación casi inacabable sus fantásticos protozoarios, sus locas geometrías
nos parecen lejos de Orlando Arias. El segundo, con sus abstracciones
innovadoras poca afinidad puede tener con el boliviano, rebosante de colores vivos
y tan variados. Pero si los colores atraen irresistiblemente la mirada, no
agradan las figuras de complexión repetida (al menos las que se ven en esta
muestra): hombres, mujeres, niños, parejas de contextura esencialmente igual, cuyas
partes se anudan mediante el color tan arbitrario como hermoso. Las figuras
son, en realidad, pretextos para desenvolver una magnifica policromía.
Soberbios contrastes. De haber podido
hubiera yo comprado un óleo o acuarela donde se ve un brasero encendido cuya
refulgencia sujeta cierto muñequillo multicolor, hijo –parece- de otro muñeco,
hembra en este caso, también de múltiples colores. Luz y fuego de un lado y al
otro un gran autómata sobre fondo oscuro. Hubiera adquirido –digo- este lienzo
y tal vez hubiese adquirido con él, virtualmente, todo los demás: tal es la
semejanza, la fantasía limitada. De otro lado, esta luminiscencia es puro
color, no sutileza del fuego, ni efecto en los objetos circundantes, como lo
son los magistrales óleos del francés Jorge de la Tour, por ejemplo. Aquí ni
percibimos el alma de la luz.
Colores matizadísimos, de acuerdo con
la fantasía del pintor con negros y claros. Fondos verdes, azulados, verdosos,
negruzcos.
Artificios sin vida; pura
yuxtaposición arbitraria de partes; elementos vagamente humanos. Sin vida los
personajes y, por lo tanto, sin alma. Sugestivos, indudablemente; impresionan y
dan querencia de mirarlos y mirarlos sin parar. Por brusca captación de la
mirada, lejanamente emparentados –creo- con la Khlo y O´Keefe. Y aun con la
emoción religiosa hecha color vibrante de los viejos pintores coloniales
iberoamericanos, tan hermosos: Villalpando, Pérez de Holguín, Diego Puente.
Y relacionados íntimamente con los
tejidos guatemaltecos, entre flores, hojas y tallos; y con la joyería
mexicana de plata y piedras
semipreciosas y con las filigranas de oro y plata bolivianas; y con los marcos
de madera barrocos, como uno que tengo, cobijando a un ángel arcabucero
peruano, suntuoso. Y con los arquitectos de México y Bahía, orífices de la
piedra, pintores-escultores de galanas fachadas y gigantescas concavidades. Y
con las estatuas del Alejandrino, el genial esclavo lisiado. Y de la misma
familia de los coloristas europeos. Con todo, pintura la de Orlando Arias hueca
de alma, fantasía completamente separada de la realidad. Las cabezas por
ejemplo, iguales todas; de rasgos afilados similares las caras, vagamente
parecidas al casco de Mercurio o a un mascarón de proa.
Imaginación caprichosa no derivada de
la realidad para trascenderla. Además predominio de la línea recta en los
antojadizos elementos, es decir, de lo racional, acabado, definitivo, cerrado a
lo infinito y abierto, fijado en sí.
Figuras con cierta perspectiva
reducida a la dirección lineal de los trazos yuxtapuestos y que no empequeñecen
ciertas formas del fondo, sino que parece más bien agrandarlas: homúnculos de
primer plano, línea, volumen y color, sin interior, sin conflicto alguno. “Homo
evolutus”, se dice de estas extrañas y a ratos hermosas figuras. En verdad
debería decirse hombre mecanizado, desfigurado hasta los tuétanos: quizás el
hombre moderno, el de la civilización marxista y liberal, irremediablemente
lejos de sií mismo, de la naturaleza y de Dios. Monstruillo policromo como
fuego de artificio, aunque no pasajero: bello e interesante. Para mirarlo,
contemplando y meditarlo.
Óleos y acuarelas de las cuales
recomendamos ver y detenerse en los originales no en reproducciones de
catálogos o trípticos, por fieles que todos ellos pretendan ser. Siempre es la
realidad categoría insustituible para contemplar debidamente una obra de arte
plástica. En este caso, tampoco cabe prescindir de ella, por la hermosura y
vivacidad de los colores, su densidad, su fuerza o en ocasiones su delicadeza.
Pero son particularmente las acuarelas de Orlando Arias las que exigen la
vecindad sin termediarios entre el ojo del espectador y la tela: así se
advierten claramente los innumerables matices del color principal hasta
convertirse en otros: por ejemplo, en la acuarela nº 43, el gris en lila, éste
en blanco, y al final en verde. Las
pinceladas no se notan como tales, sino sólo la mancha o color que dejan, amén
de la variación cromática casi insensible. Finura al difuminar, pincel
suavísimo. Maestría.
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