Una generación suspendida en el aire
L.M.A.
En
la Galería Magnolia Fines Arts hemos tenido la ocasión de contemplar
recientemente una exposición de escultura de Joaquín García Donaire. Se trataba
de unas veintena de obras sobre el tema del amor, uno de los tantos aspectos
vitales sobre el cual este escultor, enamorado de la vida, había dirigido su
atención.
La exposición congregó el interés de
críticos, coleccionistas, también de curiosos, más sobre todo de los artistas,
muchos de ellos amigos.
Era interesante y daba que pensar ese
reencuentro de tantos artistas la mayoría de los cuales había vivido y
compartido una misma época con Donaire, toda una generación que ahora,
cambiados los gustos y los intereses de nuestra sociedad, se ha quedado
olvidada o más bien desconocida: una
generación suspendida en el aire.
Como el mismo escultor, cuyas obras se
exponían, aquellos eran unos artistas de formación rigurosa, de claros
criterios y de calibradas autocríticas.
Y así es también la obra de García Donaire,
una obra detrás de la cual esas cualidades no afloran pero se revelan como
imprescindibles en la realización de su trabajo. En efecto en Donaire pudimos
encontrar una constante y absoluta autoexigencia unida al inacabable afán de
perfeccionamiento siempre acompañado con la huida tanto de la facilidad de la
anécdota, como de la intromisión de cualquier concepto ajeno a la esencia del
lenguaje escultórico. Pues, aunque actualmente se admite como escultura cualquier
objeto que se desarrolle en tres dimensiones, lo cual da pie a toda cavilación
sobre el mismo y a cuanto puede venir expresado conceptualmente, muy diferente
y quizá más difícil de comprender es el propio lenguaje escultórico. En efecto,
desde el valiente atrevimiento rompedor de Duchamp con su famosa fuente, que
tanto ha aportado al arte del siglo XX rompiendo moldes ya obsoletos, el
criterio de lo que es escultura se ha ido amplificando hasta su actual
agotamiento llegándose al actual momento del todo vale. Pero igual a cuanto ha
sucedido en otros momentos de la historia del arte haya llegado ya el momento
de volver a lo que son las fuentes del arte y, en este caso, del criterio
escultóroico.
Donaire mismo recordaba frecuentemente esa
frase del gran escultor que fue Arturo Martini; La escultura, lenguaje incomprendido.
Para comprenderlo, delante de las obras de
Donaire, deberemos mirar más allá de esa realidad figurativa que iba plasmando
en sus trabajos pues no se trataba de ninguna concesión a la facilidad de lo
anecdótico sino solo el pretexto formal sobre el cual el artista iba plasmando
su lenguaje escultórico.
Me preguntó recientemente una amiga: ¿pero qué entiendes por lenguaje escultórico?
Es cierto, cuando se habla en general del lenguaje nuestra mente se dirige
automáticamente hacia la palabra, el discurso o algún texto escrito. Y fue eso
precisamente lo que me ayudó a clarificarle lo del lenguaje escultórico. Pues,
igual que el escritor va perfilando en sus trabajos sus conceptos, su
propia forma de expresión, lo que dá carácter personal a su escrito, también el
escultor va perfilando en su obra su personalidad y su criterio. Igual que un
escritor tiene que cernirse a la gramática, un músico al solfeo, así también el
escultor tiene sus parámetros para concretar su quehacer artístico: la
contundencia o no de sus formas, el volumen o los volúmenes, su rotundidad o su
estilización que puede llegar casi a la ausencia de los volúmenes –pensemos en
Giacometti-, más la composición con el
ritmo y los espacios tanto internos como externos.
Amantes es un
ejemplo bien claro de lo que el lenguaje escultórico era para Joaquín García
Donaire porque, más allá del abrazo amoroso visto desde la misma sexualidad, es
sobre todo la composición de la obra, la tensa composición de los cuerpos de
estos amantes, el juego de sus brazos y piernas, así como la densidad inherente
a estos volúmenes y formas lo que le da valor escultórico a esta obra.
Pero miremos ahora a Enamorados esa obra en que las dos figuras, menos rotundas en
cuanto al volumen, parecen casi reducirse a unas sencillas siluetas, allí es el
ritmo –otro elemento tan esencial en la composición lo que sostiene el gran
canto de lo representado, al mismo tiempo que los espacios, tanto internos como
externos, sostienen y empujan a lo alto la escultura misma.
Se miren cómo se miren los trabajos de
Donaire siempre podremos encontrar y gozar en ellos de esa misma presencia, ese
do sostenido, que es el gran canto secreto latente en su obra. Pero un
canto, desde luego, que tristemente es tan poco entendido así como poco se
entiende la ESCULTURA misma: lenguaje
incomprendido.
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