sábado, 18 de julio de 2020

Federico y Pablo en Buenos Aires El nacimiento de una amistad entrañable


Pablo Neruda y Federico García Lorca



Por Roberto Alifano

19.07.2020.- Buenos Aires. Argentina
Quizá no existen las casualidades y todo lo que nos ocurre obedece a una razón que no está a nuestro alcance conocer. Quizá lo que nos sucede es porque tarde o temprano debería pasar y responde a lo ineludible del destino. Quizá, como pensaba Borges, todo encuentro casual es una secreta cita. Sea lo que fuere, en el año 1933, cuando se conocieron, Pablo Neruda y Federico García Lorca ni uno ni el otro tenían demasiado entusiasmo por estar en Buenos Aires. Neruda, como si fuera una beca para poder dedicarse a su intensa obra poética, ejercía un cargo diplomático que, en un comienzo lo había llevado al remoto Oriente y en ese momento, quería alguna designación que lo llevara a Europa, centro de atracción de todos los artistas de esa época. García Lorca, por su parte, planteó muchas objeciones para viajar a la Argentina: no tenía ganas de hacer una travesía hasta Buenos Aires y se encontraba muy cómodo trabajando y difundiendo su obra por España.
Pero los dioses son imprevisibles y acaso todo está premeditado. En agosto de 1933, sin dejar de mirar hacia el viejo continente como su meta principal, donde finalmente iría a ejercer su función diplomática poco tiempo después, Pablo Neruda asume como cónsul chileno en Buenos Aires. Federico García Lorca, por su parte, luego de varias propuestas, obtiene ventajas y comodidades para su viaje, además de buena paga por la puesta en escena de las obras teatrales y conferencias que brindará en la Argentina; como si fuera poco, Lola Membrives le propone estrenar su tragedia teatral Bodas de sangre. Federico acepta entonces alejarse de España de manera muy conveniente.
Llega a Buenos Aires en un gran transatlántico en octubre de 1933 quedándose impresionado por la acogedora ciudad “que jamás imaginé tan europea y majestuosa” para instalarse en el hotel Castelar de la Avenida de Mayo, uno de los sitios más españoles de la capital argentina. Es un Lorca sumamente seductor, lleno de energía e ideas, de versos y anécdotas. Enrique Amorim, su viejo amigo uruguayo, es el que lo recibe en el puerto y esa misma noche lo lleva a escuchar tangos a un teatro donde cantaba Carlos Gardel con el que luego, en un bar, tiene un diálogo efusivo y afectuoso, y prometen encontrarse en Nueva York. No pudo ser, el cantor argentino falleció en un accidente de avión en 1935. Habrá otros encuentros menos comprobables que míticos, como el que aseguran algunos mantuvo con una jovencísima Eva Duarte, la futura esposa de Juan Domingo Perón, ilusionada por esos días en convertirse en actriz.
Enrique Amorim, también amigo de Pablo Neruda, arregla una cita “con cierto temor” para el día siguiente entre los dos poetas. En verdad “con mucho temor de que no se entendieran estos titanes”, ya que las personalidades de los dos probables amigos eran bastante disímiles. Todos sabemos de un Federico histriónico, dinámico hasta el descontrol y de presencia arrolladora, y de un Pablo, por el contrario, sereno, introvertido, que vivía descontento y malhumorado por su matrimonio con la neerlandesa María Antonia Hagenaar Vogelzang (“Maruca”) y con la burocracia diplomática de la cual se sostenía económicamente. Federico no sabía de problemas materiales y sus padres apoyaban su carrera artística; a la inversa, el padre de Pablo, un rústico maquinista ferroviario, se había opuesto a que su hijo se dedicara a la poesía.
Ambos se habían leído y tenían buena información el uno del otro. A pocos días de su llegada a Buenos Aires, Neruda y García Lorca estrechan sus manos por primera vez no con la mediación del escritor oriental Enrique Amorim, sino durante la fiesta de recepción que el matrimonio Rojas Paz, ofrece a Federico. Hay muchos invitados y, entre ellos Pablo, su mujer “Maruca” y la escritora María Luisa Bombal. Allí, hermanos de poesía y de vida, entre tanta gente, Federico y Pablo se reconocen de inmediato. Surge en seguida entre ellos una fuerte y espontánea afinidad que durará en forma creciente, hasta el asesinato de Federico en 1936.
Apenas dos semanas después, el sábado 28 octubre, tiene lugar el gran banquete de homenaje a los dos poetas extranjeros, organizado por el PEN Club Argentino. La historia de tan singular reunión, incluye diversas versiones; entre ellas, las maniobras de algunos excluidos para impedirlo y el activismo de la mujer de Rojas Paz, la celebre “Rubia” Tornú para asegurarlo. Sin embargo, es ya muy conocida la circunstancia que rodeó a la cena, como también el texto en homenaje a Rubén Darío leído por Pablo y Federico. Según se sabe, la idea de un discurso “al alimón” fue de Federico, puesto que Neruda poco sabía de corridas de toros y tanto menos de esa figura tauromáquica de dos toreros toreando al mismo tiempo: “El divertido Federico, que estaba siempre lleno de invenciones y ocurrencias, me explicó de qué se trababa -recordaría Pablo ante mí-. El asunto era así, dos diestros pueden enfrentarse al mismo tiempo con el mismo toro y con un único capote. Ésta es una de las pruebas más peligrosas del arte taurino y sólo pueden hacerlo dos toreros que sean hermanos o que, por lo menos, tengan sangre común”.
Cuando les tocó hablar, Pablo y Federico se levantaron para agradecer al presidente del PEN Club el ofrecimiento del banquete, lo hicieron al mismo tiempo, cual dos toreros, para un solo toro. Como la comida era en mesitas separadas, estratégicamente Federico estaba en una punta y Pablo en la otra, de modo que la gente por un lado lo tiraba a uno de la chaqueta para que se sentara creyendo que era una equivocación y, en la punta opuesta lo tiraba al otro. Empezaron, pues, hablando al mismo tiempo, diciendo uno: ‘Señoras’ y continuando el otro, ‘Señores’, entrelazando hasta el fin las frases de manera que pareció una sola unidad hasta que ambos concluyeron, celebrados por un cerrado aplauso.
Aquel discurso, “al alimón”, como ya señalamos, fue dedicado a Rubén Darío, porque tanto García Lorca como Neruda, sin que se los pudiera sospechar de modernistas, eran devotos del poeta nicaragüense, uno de los grandes creadores del lenguaje poético en el idioma español. En el texto se exaltaba, con gratitud, el valor de los oradores mismos y a la vez reafirmaba la calidad de la escritura literaria en un mundo que tiende, de hecho, a desconocerla o subvalorarla.
Cuenta Pablo en Confieso que he vivido, sus fundamentales memorias, que Federico tuvo un pre conocimiento de su muerte. Una vez que volvía de una gira teatral y lo llamó para contarle un suceso muy extraño. Con los artistas de La Barraca había llegado a un lejanísimo pueblo de Castilla y acamparon en los aledaños. Fatigado por las preocupaciones del viaje, Federico no dormía. Al amanecer se levantó y salió a vagar solo por los alrededores. Hacía frío, ese frío de cuchillo que Castilla tiene reservado al viajero, al intruso. La niebla se desprendía en masas blancas y todo lo convertía a su dimensión fantasmagórica. Una gran verja de fierro oxidado, estatuas y columnas rotas, caídas entre la hojarasca. En la puerta de un viejo dominio se detuvo. Era la entrada al extenso parque de una finca feudal. El abandono, la hora y el frío, hacían la soledad más penetrante. Federico se sintió de pronto agobiado por lo que saldría de aquel amanecer, por algo confuso que allí, sin ninguna duda, tenía que suceder. Se sentó en un capitel caído y vio salir a un cordero pequeñito que ramoneaba las yerbas entre las ruinas; su aparición era como un pequeño ángel de niebla que humanizaba de pronto la soledad, cayendo como un pétalo de ternura sobre la soledad del paraje, una suerte epifanía. El poeta se sintió acompañado. Pero, de pronto, una piara de cerdos entró también al recinto. Eran cuatro o cinco bestias oscuras, cerdos negros semisalvajes con hambre cerril y pezuñas de piedra. Y Federico presenció entonces una escena de espanto. Los cerdos se echaron sobre el cordero y junto al horror del poeta lo despedazaron y devoraron. Esta escena de sangre y soledad hizo que Federico ordenara a su teatro ambulante continuar inmediatamente el camino. “Transido de horror todavía -cuenta Pablo-, tres meses antes de la Guerra Civil, Federico me contaba esta historia terrible. Yo vi después, con mayor y mayor claridad, que aquel suceso fue la representación anticipada de su muerte, la premonición de su increíble tragedia. Federico García Lorca no fue fusilado; fue asesinado. Naturalmente nadie podía pensar que le matarían alguna vez. De todos los poetas de España era el más amado, el más querido, y el más semejante a un niño por su maravillosa alegría. ¿Quién pudiera creer que hubiera sobre la tierra, y sobre su tierra, monstruos capaces de un crimen tan inexplicable. La incidencia de aquel crimen fue para mí la más dolorosa de una larga lucha.”
Aquel Pablo Neruda siempre inspirado y torrencial escribiría luego, encantado por la magia de su genial amigo, uno de los poemas más conmovedores de la lengua española, la Oda a Federico García Lorca, donde cada verso vibra y vive como si fueran unas cuerdas aceradas de violín o de guitarra.
Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado
y por tu poesía que sale dando gritos.
Porque por ti pintan de azul los hospitales
y crecen las escuelas y los barrios marítimos,
y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren de escamas los pescados nupciales,
y van volando al cielo los erizos:
por ti las sastrerías con sus negras membranas
se llenan de cucharas y de sangre
y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten de blanco.
Cuando vuelas vestido de durazno,
cuando ríes con risa de arroz huracanado,
cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,
la garganta y los dedos,
me moriría por lo dulce que eres,
me moriría por los lagos rojos
en donde en medio del otoño vives
con un corcel caído y un dios ensangrentado…
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bárbaro... qué extraordinario artículo. Alifano, gran escritor en todos los géneros y genial articulista, nos abre, una vez más, puertas a la memoria y al conocimiento. No hay nada mejor en un texto que el que nos permita aprender. Y este lo hace en grado superlativo. Gracias, Roberto, por dedicar tiempo a compartir memoria y reflexión y hacer el pasado tan presente. Y, una vez mnás, Julia, gracias por tu labor y por darle brillo literario a las páginas de La Mirada Actual.