Julia Sáez-Angulo
Fotos: Adriana Zapisek
24.12.21.- Buenos Aires.- El pasado hiere con su recuerdo feliz o la ausencia de seres queridos. Esto exactamente es lo que les ha ocurrido a la pintora Adriana Zapisek y al empresario Mario Saslovsky, cuando fuimos a visitar el barrio de Flores, donde nació y vivió el papa Jorge Bergoglio y donde vivieron ellos de niños.
Mario estaba feliz recorriendo su antiguo barrio y señalando con entusiasmo los lugares donde él residía, donde hizo la primaria, donde vivía tal o cual amigo o donde su madre instaló un taller de costura para hacer bolsas de compañía aérea y llegó a tener casi veinte empleadas, mientras su padre trabajaba en un comercio electrónico familiar. El comercio recorre las venas de su familia. Cada cambio de negocio, pastelerías, pizzerías o actividades ajenas, le producía asombro a Mario, cuando no regocijo.
Adriana sin embargo sufrió un dolor punzante al contemplar la fachada de la antigua casa de sus padres, que literalmente “abandonó” durante diez años, cuando falleció su mamá, porque el lugar le hería en lo más profundo, hasta que Mario decidió retomar aquella casa con jardín al fondo y quincho para asar, casi en ruinas, para remozarla y venderla a buen precio en momentos afortunados de pre-crisis. Los negocios son lo suyo. Es como el rey Midas. Y un luchador, porque le gusta que llegue problemas al trabajo para enfocar su solución. Es un yiddish kop, una cabeza judía.
A veces, la pintora recuerda la historia dramática de su padre, Jan Zapisek a punto de ser fusilado en la matanza rusa en los bosques de Katyn en 1939, en la que murieron veinticinco mil polacos, pasando por trabajos duros en Siberia, liberado para el ejército británico del general Anders, herido en la batalla de Montecasino en Italia, donde conoció a Flora Di Benedetto, ayudante de hospital durante la II Guerra Mundial. El joven matrimonio de Jan y Flora llegaron a la Argentina, después de 1947 y pasaron una semana en el célebre Hotel de Emigrantes, que hoy se visita y cuenta con el registro exacto de llegadas, como en Nueva York, en la Estatua de la Libertad.
La angustia de Adriana en el barrio de Flores fue poco menos que contagiosa, hasta que se animó al ver su querido colegio fundado por la catalana Beata Ana María Janer, de Urgell, ciudad y convento madre, que la pintora visitó junto a su esposo, en uno de sus viajes a Cataluña. La Beata Janer tiene todo un barrio con su nombre en Argentina. Mucho más se animó la pintora, al entrar en la basílica de San José de Flores, espléndido edificio en mármoles, torres y cúpula, donde ella estuvo cantando en el coro. Algunos de los que pasaban por delante de la iglesia, se santiguaban. Me gustó el gesto. Entramos en la basílica y nos encontramos con un concierto navideño. La capilla del Santísimo recordó a la pintora sus momentos de oración y reflexión en la juventud.
La infancia es la patria del hombre, eso dicen.
Por supuesto que no nos perdimos la visita exterior y con fotos a las dos casas donde nació y residió en su infancia y juventud Jorge Bergoglio, el jesuita argentino de origen italiano que ha llegado a ser Papa Francisco, Papa singular de la Iglesia Católica. Dos placas, dispuestas por la “Legislatura”, figuran en las puertas de la calle Varela, donde nació, en una casita con pretensiones modernistas, y otra, en la calle Membrillar, donde el Papa vivió de niño y de joven. Seguíamos en el barrio de Flores, una zona de clase medio, después de atravesar el popular barrio de Balvanera y el más acomodado de Caballito.
Buenos Aires es tan grande que tiene barrios bien definidos como si fueran pueblos diferentes. Casi como un batiscafo, con compartimentos estancos. El barrio de Flores era de antiguas y amplias quintas a las afueras de la capital, que fueron engullidas paulatinamente para la ciudad. En las calles interiores a la larguísima avenida de Rivadavia hay numerosas casitas unifamiliares, si no de lujo, sí de gran dignidad.
He felicitado la Navidad al Papa Francisco, argentino y universal, a través de la Nunciatura Apostólica, decana del Cuerpo Diplomático en España. Yo felicito la Navidad a los amigos y conocidos queridos, y no las “felices fiestas”, como recomiendan los fundamentalistas del laicismo o los radicales cristianófobos que los hay, incluida la Comunidad Europea, que se tuvo que envainar, por ridícula, su recomendación de no felicitar la Navidad, sino las fiestas “para no ofender”. Religiosidad laica. El Papa Bergoglio les llamó la atención adecuadamente, para que no se dejaran llevar por ideologías sectarias. Hay que felicitar a los cristianos la Navidad, a los islámicos el Ramadán, el Rosh Hashaná o Año Nuevo a los judíos, y, a los chinos, el Año Chino, que este año será el del Buey, según me ha informado Adriana.
Los hombres y ciudadanos somos seres de creencias trascendentes varias y no clichés o clones automáticos de ideologías contingentes planas. Como dice Ortega y Gasset en su célebre ensayo “Ideas y creencias”, las creencias son más arraigadas y profundas en el hombre que las ideas, a pesar de lo que desean algunos autores de la ingeniería social.
¡FELIZ NAVIDAD!
Placa en el barrio de Flores. Buenos Aires
Adriana Zapisek, fotógrafa
3 comentarios:
Teresa Pacheco Iniesta:
Leyéndote, me dan ganas de ir a Buenos Aires! Feliz Navidad, Julia. Un abrazo.
maica bas:
Tendrá que editar "El libro de Julia. Mi estancia en Argentina". Un éxito asegurado
Sí, tengo que agradecerte y felicitarte por estas crónicas de Buenos Aires, me están gustando mucho. ¿Un libro? Celebro tu defensa de felicitarnos la Navidad, y esa información sobre otras felicitaciones...¡Feliz Navidad Julia y Adriana!
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