Julia Sáez-Angulo
1/8/24 .- El Escorial .- La novela requiere un largo aliento, decía la escritora Ana María Moix con toda razón. Yo escribí unas cuantas, pero me pasé a la corta distancia del cuento o relato, que es lo que más se parece al artículo, por su extensión (de hecho, numerosas crónicas mías son narrativas), hasta llegar al microrrelato o microficción, que disfruto de modo cotidiano, cuando me viene una idea para hacerlo. Mis amigos ya saben que escribo más que el Tostado (Alonso de Madrigal (1410-1455), el Tostado, obispo de Ávila). La extensión de lo que escribió dio lugar a lo de "escribir más que el Tostado".
“Sueños y roleos” (2023) es el título de uno de mis libros, que recoge un cerro de relatos. Otro cerro de ellos espera en la gaveta. Hé aquí, algunos de los microrrelatos que escribo durante este tiempo de verano en El Escorial. Todos vienen de un punto de la realidad, derivada durante la escritura, porque la imaginación siempre pasa por aquella.
Voy camino del aforismo.
MORABITO
El musulmán okupó una antigua ermita visigoda adscrita a santa Ana, abandonada en las afueras de una aldea, ermita desafecta al culto tras la huida de los cristianos espoleados por almohades y benimerines y sus razzias. La ermita, reconvertida en morabito, había sido anteriormente un edículo dedicado a la diosa Ceres, que protegía las cosechas en la villa romana de Firmo Catulo, quien rehízo el edículo, cuando encontró un pequeño templo, más bien altar, de los belicosos celtas, sometidos por no obedecer a Roma. Los celtas, en su día, habían expulsado a los íberos residentes en aquellas tierras, tras sangrienta batalla. Los íberos habían reutilizado las piedras de un antiguo dolmen y un menhir caído en el suelo, que, al parecer, pertenecieron al culto de hombres primitivos. Los hombres primitivos habían tomado aquellas piedras de antecesores oscuros, llegados del África madre, y éstos, a su vez, de extraños habitantes del lugar que… Me he perdido en la noche de los tiempos.
FÁTIMA
Mamá me puso el nombre de Fátima, porque le tenía una gran devoción a la Virgen de los tres niños videntes, patrona de Portugal, país en el que se refugiaron mis abuelos, después de una terrible guerra colonial en África. Pero ese nombre árabe -así se llamaba la hija del profeta Mahoma- me traía continuos problemas en los aeropuertos y aduanas internacionales, dado mi trabajo viajero. El yihadismo islámico, con su terrorismo sangriento, hacía desconfíar de todo lo que fuera o sonara a árabe, entre otras cosas mi nombre. Se me retenía en muchas filas y me registraban el equipaje hasta el último rincón. A la vista de esta incómoda y desagradable experiencia, decidí acudir a los tribunales civiles y borrar el nombre de Fátima, para quedarme tan solo con el segundo: María, que no Myriam.
MUNDANAL RUIDO
Después de releer a Horacio, decidí practicar las cuatro aspiraciones del hombre renacentista: “Beatus ille”, “carpe diem”, “locus amoenus” y “tempus fugit”. El elogio del campo y alabanza de la serenidad de aldea me llevaron a volver a la casa cerrada del pueblo manchego de mi padre, con molinos, cuevas, esparto… y atardeceres de hermosas nubes blancas. Una pequeña casa con gran patio de columnas y cenefas azules. Allí me las prometí felices, en lo que podría ser la mitad de mi existencia a los 50 años. Mi vida transcurría silenciosa entre libros, como la del ilustre Alonso Quijano. Yo estaba dispuesto a vaciar la biblioteca de mi padre en mi cabeza. Pero una noche, comenzaron a tirar piedras a mi fachada y al tejado, sin que yo pudiera identificar al agresor o agresores, más bien, por la intensa lluvia de piedras. Otro día aparecieron pintadas insultantes en mi fachada: ¡tío raro!, decía una de ellas, aparte de ¡maricón!, sin que yo lo fuera. Comencé a sentir inquietud. La gente me miraba mal, efectivamente como a un “raro”. Hablé con el maestro y el cura, los dos ilustrados del pueblo. Ambos llegaron a la misma conclusión: Yo era el raro, porque era el de fuera, por mucho que mi padre hubiera veraneado allí toda su vida. Yo iba de leído, de listillo, y ponía en evidencia a los demás, su espíritu asilvestrado. En suma, yo era el “extranjero”, sin derecho alguno a estar en el municipio. Difícilmente me aceptarían, a menos que me fuera con ellos a la taberna, y hablara su jerga rústica. Ellos acabaron con mi soledad, con mi aspiración de silencio y lectura en un paraíso… con mis ideales clásicos. Al Ilustre Hidalgo lo llamaron loco por tanto leer. Regresé a la gran ciudad, tierra de anonimato.
7 comentarios:
María socorro Morac :Gracias por tus envíos...que se termine el verano para vernos!
Arantxa ALA. Lacabe Aguinaga : Muchiiiisimas gracias!!
Voy a disfrutar leyendo.
Yurihito Otsuki : Son pequeñas ( pero poderosas)joyas mágicas que están guardadas en el baúl del alma de una escritora como Julia Sáez. Gracias por compartir estos relatos que nos abren las ventanas de misterio de la vida, Yurihito Otsuki
Me encanta lo del cajón de relatos!
Julia Marina : Tienes la gaveta llena de historias !!👍👏
Gracias !!
Carlos Penelas : Muchas gracias. Muy buenos. C.P.
LOUDES VENTURA: Tus micro relatos muy buenos. El último es aterrador casi como aquella pelicula, Perros de paja, de Polanski, en algunos pueblos siempre hay gente mala que no soporta lo diferente.
No consigo escribirlo en tu propio blog, no he pasado de primero de tecno, así que te lo comento por vía directa. Un abrazo. Buen día y buena rentrée, aunque no nos hayas abandonado a tus seguidores
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