L.M.A.
El hombre contemporáneo vive en el mundo globalizado que han diseñado las nuevas tecnologías. Los problemas desatados en este nuevo contexto se deben, en opinión de Amin Maalouf, a que “la aldea global ha venido sin instrucciones de uso”.
El escritor libanés de lengua francesa advierte la paradoja que representa vivir en un mundo extraordinariamente avanzado en tantos ámbitos, en el que enormes países como China e India han salido de su postración y emprendido un proceso de industrialización, y que, sin embargo, no sabe hacia dónde camina.
“No vamos a ninguna parte, porque no sabemos a dónde ir. Es preciso repensar, reimaginar el mundo. Y la literatura es un vehículo extraordinario para adivinar el camino”, aseguró en la conversación que mantuvo con el periodista Jesús Ruiz Mantilla durante la sesión inaugural de la 75ª edición de la Feria del Libro de Madrid.
Ruiz Mantilla, quien se confesó un devoto lector de Maalouf, subrayó la serenidad de su escritura, que “adopta un tono lejos de los extremismos, tremendamente dialogante y consciente de una identidad múltiple”, y recordó, en particular, la actualidad de los asuntos que abordó en Identidades asesinas, un libro escrito en 1999. En sus últimas páginas, Maalouf expresaba el deseo de que aquella obra no dijese nada a su nieto, porque los problemas que analizaba estuviesen resueltos.
El escritor lamentó que esto no fuese así; es más, se manifestó convencido de que los problemas que generan los discursos identitarios “se van a perpetuar durante todo el siglo XXI”. Maalouf evocó su país natal, Líbano: “En mi juventud, confiaba en que los problemas ocasionados por el comunitarismo, el reparto de puestos en función de las comunidades de origen y no en función de los méritos, se terminaría resolviendo. Mi país no lo ha superado y la sorpresa que me deparaba la historia es que ese comunitarismo se ha extendido por el mundo entero”.
El escritor lamentó que esto no fuese así; es más, se manifestó convencido de que los problemas que generan los discursos identitarios “se van a perpetuar durante todo el siglo XXI”. Maalouf evocó su país natal, Líbano: “En mi juventud, confiaba en que los problemas ocasionados por el comunitarismo, el reparto de puestos en función de las comunidades de origen y no en función de los méritos, se terminaría resolviendo. Mi país no lo ha superado y la sorpresa que me deparaba la historia es que ese comunitarismo se ha extendido por el mundo entero”.
El autor de Un sillón que mira al Sena se mostró alarmado por un mundo en el que todos se creen amenazados y en la necesidad de defenderse, “tanto las sociedades avanzadas, como también los vencidos de la Historia que se sienten marginados”: “Ninguna cultura siente que ocupa el lugar que merece en el mundo. Y así surgen quienes se arrogan el papel de salvadores o defensores de las identidades preteridas”. Si los conflictos se extienden es, en su opinión y aunque parezca paradójico, “precisamente porque nos parecemos cada vez más”.
Maalouf citó al historiador Marc Bloch, quien sostenía que somos hijos de nuestra época más que hijos de nuestros padres. En ese sentido, subrayó que tenemos más cosas en común con cualquiera de nuestros contemporáneos, allá donde se encuentren, que con nuestros tatarabuelos, y la literatura puede ser un instrumento para no olvidarlo.
Maalouf citó al historiador Marc Bloch, quien sostenía que somos hijos de nuestra época más que hijos de nuestros padres. En ese sentido, subrayó que tenemos más cosas en común con cualquiera de nuestros contemporáneos, allá donde se encuentren, que con nuestros tatarabuelos, y la literatura puede ser un instrumento para no olvidarlo.
Amin Maalouf defendió la importancia de los libros en esta época desorientación, como hizo Orwell tras la II Guerra Mundial, cuando algunos decían que los esfuerzos que exigía la reconstrucción no permitían prestar atención a la literatura. En su opinión, “es precisamente en este momento cuando se necesita la literatura para superar las representaciones que nos ponen contra las cuerdas”. Y él, en particular, dijo sentir “el deber y la ambición de construir a través de la escritura otra forma de vivir juntos, de hacer una literatura que conjure los mitos y relatos destructivos que se extienden por doquier”.
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