L. M. A.
(Esta conferencia fue pronunciada de
modo resumido por Julia Sáez-Angulo, licenciada en Derecho y crítica de arte,
en el Museo Adolfo Suárez y la Transición, el 1 de diciembre de 2016, con motivo
de la exposición de arte “Constitución y
libertad”, comisariada por Julio Mendoza)
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El
poder está en la Constitución, Carta magna, Ley de leyes, y se reparte en
tres estamentos: Parlamento, Ejecutivo y Jueces, según la clásica división
señalada por Montesquieu en su observación de la Carta Magna de Inglaterra. Una
Constitución aprobada es un pacto social
que se dan los ciudadanos para regirse por él, un “contrato social” al decir de
Rousseau, para evitar la temida máxima de Hobbes Homo homini lupus: el hombre
es un lobo para el hombre. En suma, es el Derecho, la Ley de Leyes, para
atenernos a ella y evitar que la ley de la selva devore a los ciudadanos: la supremacía del más fuerte.
Hay
quien dice que el verdadero poder está siempre oculto. El poder político es la pantalla pública, pero los poderes fácticos están detrás y presionan cuando lo estiman necesario para
sus intereses. ¿Quiénes son estos poderes fácticos, que no tienen por qué ser
negativos?: las finanzas, las multinacionales, los empresarios y los sindicatos,
los cárteles del petróleo… todos ellos como creadores de riqueza. También el Ejército,
las religiones, las logias y sus filosofías o creencias que actúan como
religiones dogmáticas… los lobies que
surgen en cada país, como los árabes, judíos, los productores de petróleo y
demás, que se dan por ejemplo en los Estados Unidos. Lobbies que han de estar
registrados ante las Cámaras para que se conozcan y se dialogue con ellos para
mejor conocer sus posiciones. Es bueno que se conozcan los grupos de presión
para poder dialogar con ellos desde el poder, sin que signifique atenerse a los
mismos.
También
los partidos políticos pueden ejercer una partitocracia o poder al margen de lo
ciudadanos, si los olvidan de una u otra forma, una vez obtenidos sus escaños
como simples empleos y no como servicio público, cuando una vez adquirido el
poder democráticamente, se creen casi dueños de horca y cuchillo sobre los
ciudadanos para adoctrinarlos e imponer sus filosofías, creencias o simplemente
lo políticamente correcto que no es
más que lo coyuntural que esconde intereses o causas para querer manipular la
educación y la vida sin dejar ámbito posible de pluralismo. Algo sumamente
peligroso.
Los
poderes necesitan contrapesos
importantes. Esto está bien para que el poder político no se crea omnipotente y
omnímodo. Un presidente como el de Estados Unidos no ha cerrado Guantánamo,
porque no ha podido o no ha querido, debido quizás a un ejercicio de
responsabilidad. No lo ha explicado. Los contrapesos al poder son importantes.
En el Brexit, un primer ministro arriesgó por un porcentaje ínfimo, algo inconveniente
para Gran Bretaña y supuso cierta deslealtad a Europa. Las grandes decisiones
deben tomarse con amplios porcentajes y no por simples mayorías coyunturales y
puntuales.
Conviene también advertir del peligro de caer
en la «paranoia frente a los poderes que nos controlan, nos manipulan y
dirigen nuestra vida», aunque al mismo tiempo haya que estar atentos con
sentido crítico. No olvidemos que los medios informativos se reparten por
ideologías. Basta leer o escuchar los editoriales de algunos medios. Hay que
crear mecanismos de «control de esos controles» para no devenir en sociedad
paranoica. «La desconfianza puede engendrar lucidez, pero también crueldad»,
señala la escritora Clara Sánchez.
La renovación de políticos cada cuatro años tiene virtudes
saludables, profilácticas. Todavía nos falta poner fin constitucionalmente a un
mismo presidente cada dos legislaturas seguidas, como tienen otras
Constituciones; no en la nuestra de 1978. Por otro lado el cortoplacismo de las
democracias, es también un riesgo, por cuanto los políticos que toman los
cargos como empleos o lugar de interés y no como servicio público, sólo
procurar el objetivo de reelegirse y no precisamente alcanzar el bien común
conveniente.
El
poder político, que consagra la Constitución
Española de 1978 en la división de los tres poderes, siguiendo las
indicaciones filosóficas y jurídicas de Montesquieu, ha de vigilarse para que
no se corrompa en el ejercicio de la democracia o en la partitocracia. La
crítica periodística denuncia constantemente la pata coja del poder judicial en España, porque los
jueces de los organismos institucionales están nombrados o más bien repartidos
entre los grupos políticos. Ningún partido gobernante hasta hoy ha subsanado
esta situación.
En
Estados Unidos también se nombran los magistrados del Tribunal Supremo, si bien
una vez nombrado un juez, no puede ser revocado. Las elecciones del 2016 fueron
claves para determinar qué tipo de magistrado ocupaba la vacante del Tribunal
Supremo de los Estados unidos.
Arte como
patrimonio histórico y propaganda
Respecto al Arte conviene recordar
que las Artes Visuales -pintura, escultura, instalación, video, cine- son
lenguajes poderosos. Son comunicación y estética, son pensamiento condensado en
una expresión plástica a base de pigmentos u otros materiales.
El
arte ha estado históricamente muy cerca
del poder porque éste era el que podía financiarlo con sus encargos. Muchos
encargos han devenido obra maestra por
su excelencia. Ahí están los casos de Miguel Ángel para el papado, Tiziano para
Carlos V o Velázquez para Felipe IV.
El
arte ha contribuido a subrayar la grandeza
del poder y también su propaganda. Esto lo aprendien muy pronto los monarcas
y gobernantes. El emperador Maximiliano de Austria, el abuelo de nuestro Carlos
V, supo utilizar como nadie el arte para dar magnificencia a su imagen. El
grabado con el Gran Carro Triunfal de de
Maximiliano I (1512), xilografía encargada a Albert Durero, que se encuentra en
la Biblioteca Nacional, es un ejemplo de la suntuosidad y magnificencia que el
artista le presta al Emperador para mostrar la grandeza del poder imperial.
En
muchos casos, el gran legado del poder está en el arte. El historiador Ricardo
de la Cierva dijo que “la Monarquía española podría justificarse simplemente
por el Museo del Prado”. Felipe IV y Caros IV no fueron monarcas especialmente
brillantes en lo político, pero dejaron en la Corona obras de arte o un trabajo
especial de patrimonio histórico artístico, como lo han puesto de manifiesto
las exposiciones que han tenido lugar en Palacio Real. Esas obras están hoy a
disposición de los ciudadanos en sus museos correspondientes y las Colecciones Reales. Patrimonio
Nacional sigue adquiriendo obras de arte y con ellas ha llevado a cabo dos
grandes exposiciones.
Los
presidentes que llegan al palacio de la Moncloa se encargan de cambiar la
pintura que tienen en sus estancias, porque esta les va a definir ante los
medios de comunicación, sobre todo audiovisuales. Los autores y su cotización
marcan la diferencia. Unos han puesto cuadros de Tapies, otros de Miró...
Los
ministerios no suelen comprar obra artística, pero sí tienen presupuesto para
encargar un retrato a los pintores, que el ministro cesado elige. En el
parlamento de Andorra basta con una fotografía de sus copríncipes.
Cada
régimen político suele ir acompañado de su iconografía,
de su estética, incluso suele influir o intervenir en ella. La Unión Soviética
ha sido el parangón más visible de lo que estoy diciendo. El Partido Comunista
soviético obligó a practicar el realismo socialista en contra del nuevo arte de
las vanguardias ya iniciado a primeros del XX, con el pretexto de que lo
entendiera el pueblo. Más bien fue una intervención que cortó las libertades de
los artistas y un control claro del mensaje del arte.
El
arte es, ha de ser, por encima de todo
libertad, porque como ya se ha dicho es lenguaje, comunicación y estética.
El arte ha de fluir libre como el aire que se respira. Solo así los artistas
podrán expresar lo mejor de sí mismos y su pensamiento indiferente, laudatorio
o crítico sobre el poder.
Los artistas también necesitan del poder
con políticas de apoyo convenientes: espacios libres y gratuitos para exponer, propuestas de docencia y adquisición
de obras, Sin pedir dinero de alquiler o cuadro a cambio. Otra cosa es que los artistas cedan obra libremente a las instituciones generosas. No se puede llamar política cultural si a los artistas plásticos se
les pide una contribución, algo que no se hace con cantantes o músicos.
Todo arte es político en el sentido de
que afecta a la polis, al ciudadano, incluido por ejemplo el célebre cuadro de
Matisse “Lujo, calma y voluptuosidad” de 1905, que es la plasmación clara de
esa alegría de vivir que tenía Europa occidental, con la que se iba a terminar
en dos terribles contiendas europeas, mundiales. El título está tomado de unos versos de Baudelaire : "Allí todo es orden y
belleza/ lujo, calma y voluptuosidad". Se relacionaba con la serie de bañistas
de Cezanne en el concepto
formal y con la moda del mito arcádico en cuanto al tema. Esa Arcadia feliz,
donde los pastores, integrados en la naturaleza, dedican las horas muertas a la
danza, la música y las justas poéticas, había sido recuperada por el Renacimiento
y mantenida por el clasicismo francés. Todo terminó con la guerra.
Los
artistas que exponen hoy en el Museo Adolfo Suárez muestran su libertad e inclinación al plantear su
concepto y su estética. Unos se han ido a la iconografía de las banderas,
en la mejor tradición de Jaspers Jones, otros se manifiestan en la abstracción,
otros en la figuración… Nadie les ha puesto cotos o frenos. Todas las obras
tienen su concepto, intencionalidad y estética. Ahí están para que las
contemplemos. FIN
Julia Sáez-Angulo en la conferencia
Julia Sáez-Angulo en la conferencia
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