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Víctor Morales
Lezcano
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26.09.18 .- No parece que el
fantasma de la historia deje de obsesionar a gentes de mentalidad abierta,
esperando, sin embargo, que el futuro no se parezca al pasado. Se trata de un
pío deseo que se compadece mal con la impostura de la realidad observable.
Los
que opinamos que los pueblos suelen repetir sus impulsos en sobradas ocasiones,
y durante más de un par de siglos, no podemos compartir la sensibilidad regeneradora
de aquellos que piensan que se puede hacer tabla rasa de las huellas históricas
y empezar de nuevo. Manifiesto es que esas huellas se empecinan en permanecer
indelebles. Veamos, si no, alguna casuística concreta.
Thomas
L. Friedman, destacado periodista del New
York Times, ha sacado una de sus sugestivas columnas en la página frontal
del conocido diario americano (7 de septiembre de 2018), proponiendo en aquella
que Oriente Medio prosperaría si lograse
hacer caso omiso de su historia. Sin poner en entredicho la vasta y
enriquecida trayectoria de Friedman en el campo de los múltiples conflictos que
vienen castigando a Oriente Medio, yo preguntaría al señor Friedman si cree,
por ejemplo, que la inclinación británica al aislamiento insular será
corregible en el futuro, suponiendo que la insistencia en esa inclinación
satisfaga y convenga tanto al rey como al país del Reino Unido.
También
le preguntaría a T.L. Friedman si cree que la constante expansionista de Rusia
a partir de Pedro I (n. 1672- m. 1725) se ha contraído al implosionar la ex
URSS en 1990-91, o si, por el contrario, Rusia en la era de V. Putin, no ha
hecho más que repetir ─con método y
medios ad hoc─ sus impulsos
intervencionistas hacia fronteras que siempre le han sido “caras”, como el
Báltico, el Cáucaso y el Oriente Medio.
Por
no desaprovechar esta ocasión, tengo curiosidad por saber si T.L. Friedman cree
que algún día el Estado español dejará de sentirse provocado por la reiterada
tendencia centrífuga de los pueblos vasco y catalán, de corte emancipatorio,
que ya les atribuía Unamuno en los ensayos que integran su obra En torno al casticismo. A día de hoy
está más que probada la resistencia vasco-catalana a olvidar sus persistentes
pulsiones separatistas, por aquello de cuando
no pitos, flautas; cuando no flautas, pitos.
Probablemente se trate
de la instalación subjetiva de cada país en una creencia ¿instintiva? (en lo
que respecta al deseo identitario), y en el afán de borrar el pasado; a fin de encarar con brío
creativo no solo el presente, sino incluso el futuro de los pueblos, más allá
del marco del Estado-nación que floreció en el siglo XIX y que presenta
actualmente notorios balbuceos frente al desafío separatista de territorios que
se dicen irredentos.
Si en esta ocasión he
puesto un punto sobre la letra i ha
sido porque, además, el comportamiento de amplias capas sociales de algunas
viejas naciones europeas (Hungría,
Italia, Austria y recientemente Suecia misma) me parece que se atiene al adagio
latino: eadem sed aliter (lo mismo de siempre (a regañadientes), aunque a veces, probemos lo otro).
La cuestión de fondo que subyace en la columna de opinión, a
la que me vengo refiriendo, es la siguiente:
¿Cómo podría cambiar
Oriente Medio el curso de su historia ─muy en particular a partir de 1918─ para
dejar de ser el escenario de sangre, sudor y lágrimas a que nos tiene
acostumbrados? Quisiera poseer la clave para difundirla y coadyuvar
modestamente a la solución de sus conflictos. Palabra, señor Friedman.
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