jueves, 21 de septiembre de 2023

A PROPÓSITO DE LA NOVELA COLONIAL SOBRE EL DESIERTO SAHARIANO: EL OASIS PERDIDO, DE R. FRISON-ROCHE








                                                                                            por Francisco Manuel Pastor Garrigues

                                                                                   A A mis padres y a Víctor Morales Lezcano
          

    21.09.2023.- Alicante.- El golpe de Estado efectuado durante este verano de 2023 en la república de Níger me ha hecho recordar el contenido de una novela francesa de corte colonial leída con gusto y aprecio a lo largo de los meses de julio y agosto, cuya acción transcurre –en gran parte- en lo que luego devino como territorio nacional de este país africano. Se trata de la obra del novelista R. Frison-Roche que nos hace recorrer a lo largo de las páginas de su libro, el desierto del Teneré. 
          Dentro de la literatura de aventuras, la que aborda total o parcialmente la cuestión del colonialismo occidental a caballo de los siglos XIX y XX en la zona norteafricana y en particular, en el desierto del Sahara ocupa una parcela del género harto atractiva. En lo tocante a las publicaciones al respecto que  están a la venta en nuestro país, podemos señalar el arranque cronológico de este tipo de novelas  en Los ladrones del desierto del germano Karl May; en esta obra, el protagonista se mueve por el desierto argelino, imbuido de la necesidad de rescatar a un joven europeo,  y conociendo en el transcurso de esta misión a un compatriota, bávaro, antiguo miembro de una unidad de caballería del ejército colonial galo, los Cazadores de África y asimismo ex-legionario de la Legión Extranjera francesa. Mayor calidad literaria posee la obra de la hoy prácticamente olvidada Ouida (1839-1908), seudónimo de María Louise Ramé, en su día una de las escritoras más populares de la era victoriana, además de un personaje peculiar cuyas actitudes independientes, carácter hedonista, amén de amistades intelectuales y artísticas, la señalan como  verdadero ejemplo de mujer independiente, adelantada  a su época, por encima de tópicos o etiquetas. De entre su amplia obra, cabría destacar Under two flags (Bajo dos banderas, 1867), pionero ejemplo de aventura romántica colonial, desarrollada en el desierto sahariano, que influiría decisivamente en los continuadores del género, de Salgari a P.C. Wren y Pierre Benoit. La obra pivota tanto como un romance trágico y comedia de enredo como una aventura bélica e imperial. Su escenario convencional es el apuntado, un África del norte donde, al igual que en la novela de May, la Legión Extranjera francesa, en concreto en la época del Segundo Imperio, defiende los intereses del régimen de Napoleón III y de los europeos en general frente a tribus y grupos árabes y beréberes rebeldes. Bajo dos banderas en nada decepcionó al público lector de su tiempo, ajeno a polémicas anticolonialistas y a las obras de Edward Said, satisfaciendo posteriormente incluso a un crítico tan poco complaciente como el mismísimo Graham Greene. Leída hoy, mantiene todas sus virtudes como melodrama romántico desatado en escenario exótico, donde los aspectos más duros de la novela se compaginan y alternan con un panorama de seducciones, celos, traiciones, secretos y mentiras en el que se sirve la tragedia, condimentada con elementos cómicos y románticos encuentros a la luz de la luna africana, bajo las palmeras y en antiguas ruinas, dignas de un grabado de David Roberts
          La tercera novela de la que nos ocupamos es Los bandidos del Sahara, de Emilio Salgari. A lo largo de esta deliciosa obra, la tradición, las costumbres y el atavismo, ocultos en el misterio del desierto, asoman su rostro y dejan percibir la sensibilidad que se evapora en la cabalgata sobre la arena candente y descubren el hechizo que lo desconocido ejerce sobre sus personajes. El argumento del libro se inspira en concreto, en hechos históricos acontecidos a finales del siglo XIX, pero también se nutre de la novela de Karl May antes citada. En 1881, la expedición, organizada por el gobierno republicano francés y dirigida por el coronel Flatters con el propósito de llevar a cabo en el desierto, unos estudios preliminares a la ejecución del ferrocarril transahariano fue asaltada y destruida por los tuareg. Poco después comenzaron a circular rumores anunciando que el coronel Flatters seguía vivo y prisionero en la mítica ciudad de Tombuctú. Hacia ella se encaminan el italiano marqués de Sartegna, enrolado en el ejército republicano, dentro del cuerpo de los spahis, un veterano en las luchas coloniales contra los resistentes argelinos y su asistente Rocco, con el fin de liberarlo.
          En el campo de la literatura sobre el desierto sahariano, requiere una mención relevante la figura del escritor británico Percival Christopher Wren, cuyo tratamiento sobre el tema arranca con la novela Beau Geste, publicada en 1924. Siendo uno de los clásicos de la novela de aventuras coloniales, coincidente en alguna de sus propuestas temáticas con Las cuatro plumas de A.E.W. Mason, Beau Geste es sobre todo una historia de fraternidad marcada por una intriga digna de Agatha Christie,  poniendo el texto el acento en el fin de los valores de la era victoriana, convirtiendo a los protagonistas, los tres hermanos Geste, en detentadores de un espíritu de clase y forma de vida descritos por Wren con cierta melancolía. El libro incide finalmente en una característica que, en líneas generales, le proporciona uno de sus mayores rasgos de singularidad, una  inquietante serenidad, presente en casi todos los momentos de su desarrollo, aportando en algunos un aire casi feérico,  en particular cuando la acción se traslada desde la villa inglesa de Brandon Abbas a Francia, de allí a Argelia y luego al fuerte Zinderneuf, una fortificación destacada en medio del desierto, guarnicionada por un pequeño destacamento de la Legión Extranjera francesa y luego atacada por los tuareg. Wren prolongó el tratamiento sobre la novela del desierto con otros tres libros. Beau Sabreur, Beau Ideal  y El salario de la virtud. Bajo la premisa de una propuesta de aventuras coloniales, dentro del contexto de la escritura de dicho género, estas cuatro novelas, empero, esconden una mirada personal y llena de personajes con aristas, inmersos en la densidad dramática propia de la literatura de P.C. Wren, resultando el conjunto, un producto atractivo, repleto de sugerencias, y expresado en el papel con esa serenidad consustancial a su escritura, que en modo alguno impedía que sus pasajes estuvieran repletos de matices, sugerencias y velados mensajes. Sin lecciones morales, las cuatro novelas del autor británico suman a su vigorosa narración y el medido sentido de la aventura una oda a la amistad, el compañerismo y el aprendizaje vital con sus errores y equivocaciones, por encima de los valores patrióticos o la fidelidad a las normas castrenses. Sus protagonistas, los tres hermanos Geste, Hank y Buddy,  John Bull, el Bucking Bronco, Otis Hankinson o Reginald Rupert se mueven más por su instinto humano y su sentido del deber personal para ayudar a los que les rodean que por las categorías militares y las estrategias políticas.  Sin buscar la épica de los héroes, ni ensalzar los valores militares per se, Wren elabora una serie de emocionantes aventuras en base a las debilidades tanto como a las fortalezas de sus personajes, a su honestidad y su sentido de la amistad. En todos estos libros, gran parte de la acción transcurre obviamente en el desierto y sus protagonistas son miembros de la Legión Extranjera y si cabe destacar uno de ellos, en particular, sería el tercero y último de la saga de los Geste, esto es, Beau Ideal; en las dos primeras partes de la novela, la acción es trepidante, los escenarios van cambiando vertiginosamente, de capítulo en capítulo, desde el desierto a Brandon Abbas o desde la misteriosa y peligrosa población de Zaguig a Londres, la aventura deriva hacia la tragedia y luego hacia el melodrama, y junto con ello, las tonalidades cambiantes de la naturaleza geográfica, ambiental conforman una serie de secuencias singulares, emocionantes y tensas. Wren completó sus narraciones sobre los legionarios con tres libros de relatos cortos, ambientados en gran medida también en el desierto sahariano, Los hijastros de Francia, Filos Mellados y El puerto de los desaparecidos. Los personajes que los protagonizan son muchas veces siempre los mismos, apareciendo reiteradamente una y otra vez en los relatos, hombres de distintas  mentalidades, de estamentos sociales muy distintos que han tenido importantes problemas, conflictivas vivencias, mediatas o inmediatas, y que tratan en los cuarteles legionarios, al verbalizarlas y socializarlas a sus compañeros de milicia,  de meditar y poner en orden sus conciencias; estos personajes van  protagonizando las historias o simplemente narrándolas, interactuando entre ellos, para después reaparecer en otros fragmentos o no,  y luego desapareciendo tras dejar al lector transido de emociones, confuso y a veces (frecuentemente) con zozobra y anonadado ante la tragedia expuesta. Cada una de estas historias posee interés por sí misma y su tratamiento resulta, la mayoría de las veces, complejo, barroco, alambicado, nada superficial. Se advierte que Wren trató de hacer una obra profunda, muy cuidada en la forma y de directa acción sobre los lectores; la belleza de muchos párrafos, la efectividad de algunas escenas nos ofrecen un conjunto de indiscutible valía. 
          Cabría citar, asimismo, la novela L´Atlantide, que el francés Pierre Benoit publicó en 1919 y que valió a su autor el Premio de la Academia francesa; un libro con pasajes de extraordinaria calidad literaria, y en el que la mano inspirada del autor nos hace penetrar en el mundo misterioso y fantástico de Antinea, la soberana del continente perdido bajo las arenas del desierto africano. En realidad, el hecho de que sea la Atlántida el mundo perdido que encuentra el teniente francés Saint-Avit es poco relevante, porque el centro de toda la novela, de donde emana su encanto y su atractivo se sitúa en la reina Antinea, un personaje que bebe de Ayesha, la protagonista de la novela  de Henry Rider Haggard, Ella (She, 1886, editada en castellano por Valdemar).
   
           El oasis perdido*
          Frison-Roche en su obra evoca la historia de una dramática expedición militar francesa acontecida en el verano de 1928, dirigida por el teniente Beaufort y el suboficial Franchi, contando con la presencia del científico Lignac, que cruza desde Argelia, desde las cumbres azules del Hoggar hasta los confines del Sudán, pasando por los vastos desiertos pedregosos y por el laberinto de las dunas.  Sobre aquellas soledades, pobladas antaño, que fueron ruta de las grandes caravanas transaharianas, se cierne hoy el misterio, mientras el autor, con su apuesta, da forma al escenario del desierto como campo de expresión de la aventura, de una aventura trascendente, algo que quizás había propuesto en tonos diferentes y, desde ópticas más metafóricas El desierto de los tártaros (Dino Buzzati, 1940).
          Se trata, en primer término, de una obra que podríamos calificar como un pequeño estudio de personajes casi strindbergianos, en el sentido de que está centrada en cómo un reducido grupo de personas aisladas revelan teatralmente su personalidad en una situación tensa e incluso trágica. El entorno exótico sobre el que se desplazan los militares franceses no es concebido sólo como un territorio de aventura, con una serie de peligros que acechan a los viajeros y que conforman algunos de los mejores fragmentos de la novela: una sucesión de escenas de viaje, inclemencias meteorológicas y violentos ritos de paso, producidas con un sentido de la atmósfera magnífico, merced a la minuciosidad y detallismo en la descripción de los parajes recorridos con volúmenes y superficies muy precisos que delinea perfectamente la mano del escritor. Pero es que además el desierto sahariano está descrito como un infierno casi metafísico, el paisaje queda encuadrado, en ocasiones,  como una especie de territorio apocalíptico, apenas un puñado de montañas y dunas indistinguibles, intercambiables, recortadas contra un cielo intensamente azul. La novela, que plantea la cuestión de las diversas formas de mando de la expedición, de hecho, no idealiza el liderazgo con los pies en la tierra del sargento Franchi frente al teniente Beaufort,  sino que resalta, precisamente, lo complejo que resulta gestionar las tensiones y los conflictos de un grupo humano sometido a semejante prueba de resistencia, cruzar el Sahara, el Teneré. Frente a Franchi, Beaufort, el joven teniente, experimenta el proceso, a lo largo de la expedición, de su conformación como un excelente oficial, Se da cuenta de la necesidad de llevar a cabo el intento de incrustar su conocimiento, el pensamiento humano, en la vida a través no de lo personal como individuo sino a través de la existencia entendida en el sentido de Heidegger, “común vivencia”; como alguien que medita, Beaufort se da cuenta que su método de conocimiento no ha variado con respecto al pasado, y se encuentra con la solución de que sólo ligándolo a lo personal obtendrá la respuesta: al final del libro, Beaufort sabe cómo unir Verdad y Vida, entiende que la aventura vital es una aventura de salvar el abismo entre su vida y su ideal. Pero no nos ciñamos sólo a Beaufort; tanto para el teniente como para el científico, Lignac, el viaje por el Teneré supone un hito muy interesante en sus existencias. Representa un gran esfuerzo por desprenderse de los grandes prejuicios que hasta entonces les habían atenazado de una manera ridícula e incluso irritante. El recorrido por el desierto supone el intento de ambos personajes de asimilar todo lo que ven y a lo que se enfrentan, de digerirlo y de estar atentos a todo aquello a lo que se  confrontan, pero esto, para los dos jóvenes significa vivir en la frontera y esto es tan peligroso como prometedor. Para ello se requieren estructuras fuertes y convicciones débiles porque tienen que estar dispuestos a cambiar constantemente de pensamiento y que este pensamiento evoque la gran dinámica de los acontecimientos. En este sentido, la mirada de ambos sale de unos ojos particularmente ávidos, infatigablemente curiosos, ojos de alucinados, pero también de detectives.
          El contrapunto sentimental en la obra viene marcado por un fascinante personaje, la  hermosísima targuia (=femenino de targuí, a su vez singular de tuareg) Tamara, una cortesana en pleno desierto sahariano y esposa del suboficial Franchi, que hace recordar en el lector no sólo a los personajes femeninos de las mejores novelas de Alejandro Dumas hijo, sino también a la impresionante figura de la bailarina Zazá Blanchefleur, personaje capital en la novela de P.C. Wren, Beau Ideal, evocada en la novela del autor británico cuando el coronel francés Levasseur y el narrador, el norteamericano Otis Hankinson realizan un sugerente y atractivo, a la vez que peligroso, paseo nocturno por la rebelde población de Zaguig:
           “En aquella extraña calle en la que reinaba un silencio de muerte, mas, sin embargo (…) despierta y vigilante como la Vida (…), existían ojos, puertas abiertas que miraban como las bocas de las tumbas, y en aquellas negras sombras, en la luz de la luna y hasta en el mismo aire, había misterio y malignidad. Cuando pasábamos por delante de la primera puerta abierta (…) en el fondo, y en la oscuridad, contra la cual luchaba débilmente una lamparilla indígena, estaba sentada una figura inmóvil (…), adornada, enjoyada, en actitud rígida. Ni el menor movimiento (…) alteraba los reflejos de las brillantes joyas, del oro resplandeciente o del centelleante tejido de plata, así como tampoco se oía el más ligero ruido de las pesadas ajorcas, de las cadenas, de las pulseras, del cinturón o de los colgantes de toda clase, pero mientras pasábamos, los ojos nos siguieron con brillo siniestro”. 
          Tamara no es un personaje, empero romántico. Se trata de una joven promiscua que intenta retener junto a sí al suboficial Franchi para que éste no la abandone por recorrer el Teneré; es una mujer marcada, no tanto por las cicatrices del amor, sino por la fatalidad y deviene en un personaje carente de piedad que emprende el viaje por el desierto, junto con un tuareg rebelde a las autoridades militares francesas, con objeto de alcanzar a la expedición Beaufort-Lignac, y dar muerte a los que, a su modo de ver, retienen a su marido. 
          De este modo, El oasis perdido se va elevando como no sólo un libro de aventuras sino como un melodrama espectacular y elegante, terriblemente entretenido y magistralmente redactado. Desde el punto de vista de la creación estética y literaria no existe ni un pero que reprochar a una novela poseedora de una redacción y de una puesta en escena magnética que hace gala de unos personajes, espacios geográficos y situaciones tan hipnóticos como ostentosos, alternándose pasajes rebosantes de alegría y buen humor, en paralelo con la felicidad que empapa a los personajes de este viaje, al descubrir restos de antiguas civilizaciones que tamizan las rutas caravaneras antaño existentes en el Teneré, como otros fragmentos oscuramente crepusculares y decadentes, mimetizándose con el dolor y tinieblas que hacen penar al ser humano cuando el futuro parece estar pintado exclusivamente con el color de la desesperanza y la derrota. 

R. Frison-Roche, El oasis perdido, Barcelona, Editorial Juventud, 1952







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