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L.M.A.
09/03/18 – MADRID .- Sonsoles
Sánchez-Reyes Peñamaría nació en Ávila en 1968. En esa ciudad cursó sus
primeros estudios, que culminó con Matrícula de Honor. Se licenció en Filología
Inglesa en la Universidad de Salamanca, con Premio Extraordinario. Realizó su
tesis doctoral en la misma universidad, obteniendo la calificación de
Sobresaliente cum laude. Posteriormente, se licenció en Derecho por la UNED.
Fue
becaria de investigación de la Junta de Castilla y León durante tres años, al
término de los cuales se incorporó como profesora en el Departamento de
Filología Inglesa de la Universidad de Salamanca. En la actualidad es profesora
titular de universidad, adscrita al Campus de Ávila de la Universidad de
Salamanca.
Ha
sido subdirectora y coordinadora Erasmus de la Escuela de Educación y Turismo
entre los años 2004 y 2008, y directora entre los años 2008 y 2016. Actualmente
dirige la sede de Ávila de Cursos Internacionales de la Universidad de
Salamanca y coordina el convenio de la Universidad con el Ministerio del
Interior para impartir docencia en la Escuela Nacional de Policía, institución
en la que ha sido profesora en virtud de ese convenio desde hace dos décadas.
En 2002, el Ministerio del Interior le concedió la Cruz al Mérito Policial con
Distintivo Blanco. Es miembro de número de la Institución Gran Duque de Alba,
así como coordinadora de la Sección de Literatura.
En 2008, el Hogar de Ávila en Madrid
le concedió su distinción de “Abulense del Año”, y en 2016, el Museo López
Berrón de Gotarrendura le entregó el premio “Adobe de Oro”,
Ha participado como ponente en más
de medio centenar de congresos nacionales e internacionales y es autora o
coautora de 70 publicaciones especializada.
Desde 2011, es Teniente de Alcalde
de Cultura del Ayuntamiento de Ávila.
Pregón de Semana Santa de Ávila
A
petición del Hogar de Ávila en Madrid, Sonsoles Sánchez Reyes pronuncio el
Pregón de Semana Santa de Ávila 2018:
“Quisiera
comenzar expresando mi más profunda gratitud a la Junta de Semana Santa de
Ávila por su generosidad al depositar en mí el honor de pregonar la Semana
Santa de mi tierra, del lugar que me vio nacer, donde me crié y se gestaron mis
recuerdos más íntimos, donde viven las personas que más quiero y donde aspiro
un día a reposar para siempre. Ávila, el lugar que jamás sabría separar de mi
propia identidad y cuyo sino siento inextricablemente ligado al mío, como les
ocurre a todos ustedes.
Muchas gracias, asimismo, al Hogar de Ávila en Madrid, por
acogerme como pregonera en esta casa que han creado para nuestra ciudad y
provincia en la capital de España, donde su cuidado de nuestras raíces para
conservarlas firmes y fuertes y su decidido compromiso con el origen que todos
compartimos les han legitimado, hace ya mucho tiempo, para designar a esta casa
con el merecido y entrañable nombre de hogar.
Éste es el primero de la serie de tres pregones, que por feliz
costumbre se lanzan al viento en las fértiles tierras de Madrid, Valladolid y
Ávila, como la semilla que el labrador confió a los campos en la parábola
bíblica. Además, unidas por la honesta y entregada convicción de su dedicación
a la Semana Santa, Ávila y las vecinas Benavente y Plasencia se hermanan este
año sobre su condición de ciudades de comunes vínculos históricos y culturales.
Han sido millares los abulenses que, generación tras generación,
han configurado una tradición que emana de su creencia más honda, de su sentir
más sincero, y que han aunado sus esfuerzos para mantenerla y preservarla,
engrandeciéndola con visión lúcida para pasar un testigo cada vez más digno a
sus descendientes. Son cientos de miles de vidas anónimas cuya entrega desde
tiempos inmemoriales ha confluido en el reciente hito de lograr para la Semana
Santa abulense el prestigioso reconocimiento de Interés Turístico Internacional.
Y es que Ávila, la ciudad de profundas raíces, la ciudad de
elevada mirada, lleva clavado en su alma el fervor de la Semana Santa, que
desde hace siglos siente grabado a fuego en el rigor de su austero granito y
que ha tomado cuerpo en sus Hermandades, Patronatos y Cofradías. Ávila quisiera
tener brazos para proteger al Cristo llagado que recorre sus calles portando la
cruz; Ávila quisiera tener boca para susurrar palabras de consuelo a la Virgen,
que camina en pos de Él, transida de dolor; Ávila quisiera tener manos para
sostener un pañuelo con el que enjugar el sudor y la sangre del Señor
dirigiéndose al Calvario.
Pero no tiene, y sólo le cabe observar con recogimiento devoto
cómo Simón de Cirene ayuda al Salvador a sostener el cruel madero, cómo la
Verónica posa su paño con dulzura en su faz doliente, cómo el discípulo amado
llama Madre a María ante la mirada filial del crucificado, o cómo José de
Arimatea ayuda a desprender su cuerpo de la cruz y lo envuelve amorosamente en
una sábana. A Ávila sólo le cabe acariciar los pies descalzos del Nazareno con
sus losas que sueña convertidas en carne tibia, abrazar su figura magullada y
escarnecida con los lienzos de su muralla que anhela estuvieran dotados del
sentido del tacto, y llorar lágrimas de rocío vertidas desde sus piedras
milenarias en la alborada del Viernes Santo. A Ávila sólo le cabe convertir su
voz en música y recogerse ante el arte vocal de sus corales en los conciertos
de Amicus Meus, de la Camerata Abulense y la Coral Polifónica de Candeleda, o
escucharse en los instrumentos de su Banda de Música.
Es que Ávila se sabe más auténtica que nunca cuando vive la Pasión
junto a Jesús. Siente en el rasgar de las cadenas de los cofrades en el
adoquinado de las calles los flagelos sobre la espalda del Señor, nota en las
gotas de cera que caen de los cirios procesionales las punzadas de la corona de
espinas contra su frente, palpa en los golpes de las varas de los capuchones la
severidad de los clavos perforando las manos y los pies del Redentor, y revive
en la fijación de las estacas del Vía Crucis penitencial el supremo sacrificio
que aguarda al Cordero de Dios. En el sagrado mutismo de sus calles, Ávila oye
el silencio desolado de la Madre atravesada por siete espadas de dolor y
entiende la insoportable aflicción de perder un Hijo, porque Ávila también es
madre y ama a sus hijos abulenses. Finalmente, en el vacío de transeúntes al
entrar la noche, Ávila se despoja de su manto como el crucificado y siente una
desnudez de agujas recorriendo su alma pétrea. Ha llegado la hora.
Y entonces Ávila se muta en su gente, se reconoce en sus miradas
reverenciales vueltas hacia los pasos procesionales tras los visillos de unos
ventanales, en los rezos devocionales que corazones anhelantes musitan rogando
al Cristo, en las saetas con las que una voz desgarrada horada la noche fría.
Ávila resuena en los tambores y clama con sus cornetas, requiere uno a uno a
los abulenses a salir de sus casas, a unirse al Nazareno, a sentir su humanidad
latiendo en cada una de las maderas de los imagineros, en cada uno de los
suspiros de los costaleros, en cada crujir de las andas portadas sobre hombros
que aspiran con su esfuerzo a aliviar el sufrimiento del Hijo de Dios.
Durante diez días las procesiones recorren el patrimonio de la
ciudad, la descubren, la embellecen, la ensalzan, permiten mirarla a otra luz y
conocerla en su esencia. Las imágenes se impregnan de la vida del árbol que un
día lejano ofreció su madera al artesano para plasmar ante nuestros ojos las
escenas de la Pasión del Mesías. Son tallas variadas en estilo, época, autoría
y temática; representaciones concebidas en Ávila, en urbes vecinas y queridas
como Madrid o en lugares muy alejados de la ciudad, como Olot, Sevilla, Murcia
o Córdoba; ideas originales o réplicas de artistas emblemáticos como Francisco
Salzillo; piezas orgullosas de la firma de su hacedor o que ignoran la
identidad de éste; muestras del talento de talleres de imagineros de siglos
pretéritos o del presente. Es la historia viva de la ciudad, que toma la forma
de la Semana Santa y que se multiplica en incontables instantáneas que después
conformarán las exposiciones de fotografía religiosa abulense y del concurso de
dibujos escolares.
Ávila entiende el privilegio de haber alumbrado a Santa Teresa de
Jesús, y no olvida que ver un Cristo amarrado a la columna fue el revulsivo
para que, desde ese instante, el alma de Teresa se entregase por entero a su
Amado. Por eso, en el prólogo a la Semana Santa, Ávila saborea la Procesión de
las Meditaciones en las que réplicas de las afamadas imágenes de Gregorio
Fernández representando esa escena del Libro de la Vida parten del Convento de
los Padres Carmelitas y hacen su estación en la iglesia de San Juan Bautista,
lugar que alberga la pila bautismal que fue la puerta de entrada de la Santa
Madre a la fe cristiana, para que los abulenses puedan escuchar y meditar las
reflexiones de Teresa de Jesús sobre la Pasión de Cristo, como preparación para
el espíritu, presto a vivir la Semana de Pasión.
Ávila ansía convertir los latidos de su corazón en redobles de
tambores y los gemidos de su alma en el insistente quejido de las cornetas. Es
la Banda de cornetas y tambores del Santísimo Cristo amarrado a la columna
"El Amarrado" quien mejor entiende que Ávila desea romper su mudez y
traduce el desasosiego del ánima atribulada de la ciudad que se prepara para su
Semana Santa, en el Certamen de bandas y cornetas "Toques de la
pasión", que lleva dos décadas dotando de sonoridad a sentimientos
imposibles de describir sólo con palabras.
Es Ávila quien llama con su propia voz a quienes vieron la luz
tras sus muros y a quienes la visitan venidos de lejos, y les conmina a vivir
la Semana Santa, a ser Semana Santa. Junto a Nuestra Señora de la Paz y el
Cristo de los Afligidos, Ávila es testigo del inicio de la Pasión que como no
podía ser de otro modo nace, al igual que lo hiciera una madrugada de finales
de marzo de 1515 Teresa de Jesús, de las entrañas de su casa natal, la de los
Sánchez de Cepeda en el barrio de Santo Domingo. Este año con una significación
aún mayor por estar viviendo el primer Año Jubilar Teresiano de la historia, de
ahí parte la Via Matris, el camino de la madre, con el que el Viernes de
Dolores la Cofradía del Santísimo Cristo de los Afligidos transmuta en
procesión la lacerante congoja de una Madre que intuye el suplicio que está
próxima a sufrir.
María sabe lo que le aguarda, el amargo cáliz que está llamada a
beber. La Madre de Dios es una mujer humilde a quien ha sido revelada una
Verdad confiada a los sencillos y no a los doctores. El Sábado de Pasión, María
Sede de la Sabiduría acompaña a su Hijo, el Cristo de los Estudiantes, como
hacía cuando Él era niño o adolescente y Ella guardaba todo lo que veía en su
corazón. Es el momento en que Ávila invita a los jóvenes a heredar el legado de
sus mayores y son los estudiantes de la Universidad Católica Santa Teresa de
Jesús quienes parten de la iglesia de San Pedro Apóstol para reafirmar su
compromiso de continuar con una tradición centenaria arraigada en la historia
abulense que se hunde en la bruma de los tiempos. Y San Pedro, piedra sobre la
que el Señor construyó su Iglesia, redime sus tres negaciones en esta genuina
afirmación juvenil.
Procesión de las Palmas o de la Borriquilla
El júbilo del Domingo de Ramos toma forma en la Procesión de las
Palmas o de la Borriquilla, cuando en la mañana Ávila se troca en su homónima
ciudad santa de Jerusalén y sale a las calles a recibir a Jesús en su entrada
triunfante, para escoltarle con palmas en las manos, junto con Nuestra Señora
de los Infantes, y abrirle paso entre rostros iluminados por el gozo, en su
recorrido desde la Catedral del Salvador hasta el Convento de San Antonio de
Padua. Los Padres Franciscanos, la Archicofradía de la Real e Ilustre
Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli y la Juventud
Antoniana guardan al Señor, como un último rayo de sol antes de caer la noche,
como la inocencia de un niño que mira al cielo y se pregunta si está
enladrillado, conscientes de la trascendencia de la vivencia de esa mañana,
llamada a perdurar como un momento entrañable del que atesorar muchos años
después un recuerdo imborrable.
El Lunes Santo, Jesucristo se encuentra con su Madre y ambos se
funden en un abrazo con el que Ávila se conmueve hasta sus tuétanos de piedra.
Es Nuestra Señora de la Esperanza que parte de su morada, Ella misma una flor
envuelta en flores, fielmente custodiada por su Hermandad, desde la iglesia
dedicada a quien preparó el camino del Señor, San Juan Bautista, ese hijo de su
prima Isabel que, aún no nacido, saltó en el vientre de su madre al recibir la
visita de María y escuchar el Magnificat. Nuestra Señora de la Esperanza y
Nuestro Padre Jesús de la Salud inician su camino hasta encontrarse en la plaza
de la Catedral con el Cristo de la Ilusión, que el Ilustre Patronato de la
Santísima Trinidad y Nuestra Señora de las Vacas ha subido trabajosamente desde
su ermita. Madre e Hijo están prontos a desgarrarse en la separación, y Ávila
vive llena de emoción la escena de un encuentro intenso que sabe a despedida.
Ávila observa a los cientos de cofrades que la recorren como si
fueran la sangre de sus venas y, en su fuero interno, adscribe los colores de
sus hábitos a sus propias señas de identidad, el marrón de su tierra o de su
Santa carmelita, el beige del lienzo de la muralla iluminado por la luz del
día, el negro de la noche oscura del alma, el morado de su escudo, el blanco de
la nieve con la que se purifica, el azul celeste de su cielo diamantino, el
verde de sus prados, el oro viejo de su sol, el granate de la piedra
ferruginosa de sus monumentos, o el rojo de las entrañas del suelo de Ávila.
En la tarde del Martes Santo, Jesús Redentor ante Caifás y Nuestra
Señora de la Estrella salen laboriosamente a hombros de los costaleros de su
Hermandad de Nazarenos, que se arrodillan al surcar la puerta de la iglesia de
Santa María de Jesús o de Las Gordillas, fundada siglos atrás por una mujer
piadosa de feliz memoria llamada María Dávila. Mientras resuenan los aplausos
de tantos abulenses que aguardan conteniendo el aliento, Ávila desearía
arrodillarse con los costaleros, unir su propio sudor al de ellos, y posa sus
ojos sobre la estampa como si fuera una caricia.
Al morir la tarde del Martes Santo, Jesús de Medinaceli se
enseñorea de Ávila. La Archicofradía que reside en el Convento de San Antonio
de Padua muestra al Cristo que siempre logra que se vuelvan hacia Él todas las
devotas miradas, en un recorrido que parte de la Catedral y en el que le acompañan las imágenes de las Lágrimas
de San Pedro, el Nazareno del Perdón, el Calvario, la Virgen del Mayor Dolor,
el Cristo Yacente y la Virgen de las Lágrimas.
Y en la beatitud de la noche, el Ilustre Patronato de la Purísima
Concepción, Santa María Magdalena y Ánimas del Purgatorio custodia a María
Magdalena desde la iglesia de su advocación en su solitario trayecto, durante
el cual se encuentra al Cristo de los Ajusticiados del Ilustre Patronato de la
Santa Vera Cruz, en la Procesión del Miserere, la súplica de perdón al Señor
que lleva el nombre del más célebre salmo penitencial del Antiguo Testamento.
María Magdalena, una mujer cuya figura suscitó la sincera devoción de Teresa de
Jesús, tiene reservado el don de ser la primera anunciadora de la Resurrección.
El corazón de Ávila se caldea con el pensamiento de que tras la muerte vendrá
la Vida, mientras la ermita del Humilladero se llena de música sacra que implora
misericordia a Dios.
Ávila cambiaría todo, daría todo, por poder metamorfosearse apenas
un momento en ser humano. Ávila querría poder vestirse una túnica o una
mantilla, ponerse una capa y unos guantes, ceñirse el cíngulo o el fajín,
abrocharse la botonadura, cubrir su rostro con capucha, verdugo o caperuza,
calzarse la medalla, los puños o el capirote. Qué imposible pide Ávila, cómo
sueña ser humana en esos días en los que la Pasión de Cristo la colma por
entero.
El Miércoles Santo, la Procesión del Silencio parece haber sido
concebida ex profeso para Ávila. La preciosa talla de Nuestra Señora de las
Angustias, una piedad destacada en el imaginario abulense, así como el Cristo
de la Agonía y el Santo Cristo Arrodillado, salen de la iglesia de la que es
titular el obispo santo San Nicolás de Bari para iniciar su ascenso hasta la
Catedral.
Es el mismo día en el que el Santísimo Cristo de las Batallas es
llevado en procesión por su Hermandad en
sus dos icónicas imágenes, la moderna y la antigua. Es la nueva la que parte de
la iglesia de San Pedro en la noche del Miércoles Santo y la antigua, la que
suscitó la devoción de los Reyes Católicos hasta el punto de convertirse en su
compañía constante en sus campañas, la que abandona por unas horas su sede de
la capilla de Mosén Rubí de Bracamonte en plena madrugada del Jueves Santo.
Ávila sabe que el Cristo tiene sus labios entreabiertos porque un día amonestó
a quienes se encomendaban a Santiago antes de internarse en el fragor de la
batalla, en lugar de acudir a Él. Por eso, Ávila nunca teme confiarse
directamente al Salvador, que es a quien ha dedicado la titularidad de su
Iglesia Catedral.
El Jueves Santo es el momento que Emilia Pardo Bazán eligió para
ambientar su cuento de 1899 “La Oración de Semana Santa”, en el que los
personajes visitan Ávila para imbuirse de la sobrecogedora atmósfera de Semana
Santa en la ciudad.
En la mañana del Jueves Santo, el grupo de teatro "Escenas de
la Pasión" de El Barraco representa en la plaza de San Vicente la Pasión
viviente, y Ávila contempla en carne y hueso los cuadros que está llamada a ver
esa misma tarde en la Procesión de los Pasos, una privilegiada representación
artística de la Pasión con la que el Ilustre Patronato de la Santa Vera Cruz
materializa las últimas horas de Jesucristo antes de su supremo sacrificio: La
Santa Cruz, La Cena, La Oración en el Huerto, El Prendimiento, Cristo Amarrado
a la Columna, La Caída, La Santa Faz, la Tercera Palabra y El Santísimo Cristo
de los Ajusticiados. Ávila, mística y guerrera, que conoce bien a la Catedral,
su lugar de partida, sabe que el templo es fuerte por fuera y tierno por
dentro, y que siempre se emociona en este día.
La alborada del Viernes Santo, el Via Crucis Penitencial recorre
la muralla como si rezase un gigantesco rosario de los que las cuentas fueran
sus torreones. En la mañana de ese día, jinetes ataviados con el hábito de la
Junta de Semana Santa pregonan el Sermón de las Siete Palabras que tiene lugar
en la iglesia de San Ignacio de Loyola para reflexionar sobre las últimas
exclamaciones de Cristo, agonizante en la cruz: perdón, fe, amor filial,
angustia, sed, sacrificio, entrega. Es la naturaleza humana del Hijo de Dios
que exhibe toda su grandeza ante los ojos del mundo, ante los ojos de Ávila.
Son las tres de la tarde. El velo del templo se rasga. Ávila llora
y siente que su corazón se rasga con él.
Al caer la tarde del Viernes Santo, la Procesión de la Pasión y
Santo Entierro del Real e Ilustre Patronato de Nuestra Señora de las Angustias
y Santo Sepulcro vela la pena inconsolable de la Virgen Dolorosa, privada de su
Hijo, ahora yacente en el Santo Sepulcro. Es la negra sombra de la desolación,
es el desamparo de la Madre que tantas veces amparó al Hijo entre sus brazos
amorosos, la última de ellas, ya exánime, al bajarlo de la cruz.
El Sábado Santo, Nuestra Señora de la Soledad camina entre las
Damas de su Cofradía, ve la Cruz Desnuda que parece el final de sus desvelos, y
en el Mercado Grande se hace silencio, ante la inmensidad del sufrimiento de
aquella Madre.
Pero, “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está
aquí, ha resucitado”. Ávila se llena de gozo, el final de la Cuaresma la
ilumina con esa luz que sólo ella sabe arrancarle al cielo, mientras ve el
sepulcro vacío al despuntar el Domingo de Resurrección. El Santísimo Cristo
Resucitado y Nuestra Señora del Buen Suceso parten exultantes de la iglesia de
la Sagrada Familia en la Procesión del Resucitado y es entonces cuando Ávila
reconoce que tamaño dolor ha merecido la pena.
Año tras año, ese día, Ávila siente que resucita con Cristo a la
Vida. Queda por delante un ciclo de un año en el que la Junta de Semana
Santa trabajará con denuedo, junto a los miles de abulenses que componen las
Hermandades, Cofradías y Patronatos, para hacer realidad, una vez más, el
ensueño de añadir un gran año más a una tradición varias veces centenaria.
Y a la ciudad, en ese momento, se le revela por fin, con claridad,
por qué siente de esa manera tan especial, tan genuina y tan honda la Semana
Santa: Ávila tiene vocación de ser eterna y de elevarse hasta el cielo”.
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