domingo, 3 de junio de 2018

Puente Jerez: “Soñando un sueño soñé”, esculturas escénicas en el Teatro Tribueñe








Julia Sáez-Angulo


            04/06/18 .- MADRID .- Manolete fue valiente con los toros, no así ante la mujer amada, Lupe Liso, con la que no se comprometió por cobardía moral ante su madre y ante la sociedad que le tocó vivir, los años 40 en España. Otros lo hicieron. Esta es la realidad histórica.

            Soñando un sueño soñé es una obra escénica un tanto maniquea: los amantes, Manolete y Lupe, son los buenos, los malos los demás y eso la empobrece, porque además no es cierto, aunque vaya bien para el guión unilateral. La historia de la relación de ambos, mucho más compleja que el lamento laudatorio de la obra, está por escribir.

            La representación ha tenido lugar en el Teatro Tribueñe. La dirección escénica corrió a cargo de Irina Kouberskaia.

            El escultor Puente Ojea, vestido de negro, va moviendo sus esculturas de bronce, “piel de bronce” se repite en el texto poético y repetitivo de Eduardo Pérez Carrera, responsable también de la iluminación.

            Una buena música, sin autoría en el programa –lo mejor del espectáculo-, va envolviendo los pasos y arrastre monocorde de la esculturas, que apenas se ven desde las butacas de atrás en los primeros movimientos de piezas bajas de menor tamaño, porque el arte conviene verse de pie y a la altura de la vista humana, tal y como se recomienda en los museos. Aquí pueden verse las esculturas al final de la representación, en un recorrido abigarrado en el escenario.

            Lo siento, pero no me convence el espectáculo Soñando de un sueño soñé. Es una experiencia teatral que falla por monótona, maniquea y por tanto falta del conflicto mínimo que requiere una pieza para el teatro.

            La escultura surrealista de Puente Jerez resulta en muchos casos grimosa, con toros haciendo cruces que parecen ratones movientes. No digamos con el juego insinuado de la procesión de la gran cruz de ratones y la mujer de gruesos glúteos y cabeza taurina, coronada con tiara de halos de torero. ¡Terrible! en un a modo de pasos de “Crucificado” y  “Dolorosa”. ¡Puaf! Como dicen los italianos: “juega con los soldaditos de plomo y no con lo sagrado”. Le falta la grandeza de Salvador Tavora para entrar en ese ámbito. La doncella final que pasea y se lleva la escultura mortuoria de la cabeza de Manolete no salva el espectáculo.

            El escultor acierta más con la escultura realista, como los retratos de Manolete, sobre todo el partido en dos, o el traje de luces ahuecado o las de toreros a la salida del espacio de representación. Cuando entra en el surrealismo tremendista resulta –repito- grimoso, mortuorio y putrefacto. Se echa de menos la mesura clásica.

            Un vino de Viña Pedrosa, con tacos de jamón y queso, hizo llevadero el final del espectáculo.

           

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